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1 de junio de 2012

El Sagrado Corazón de Jesús al mundo

El Humo de Satanás.--->
<---Mayo: Mes de María


De los escritos de Sor María Consolata Betrone Monja Capuchina.

Dios ha tenido reservado para nuestros tiempos algunas personas que han sido tocado por el cielo. Ha recurrido nuevamente a su Bondad, Ternura y Misericordia, dándonos a la Madre Esperanza de Collevalenza, a Sor Faustina Kawalska de Polonia, al Monje Silvano de la Montaña de Athos, etc... y encuentra la confirmación en la Encíclica luminosa de 1980 “Dives in misericordia”, una página extraordinaria que ayuda a que nosotros vivamos el amor de Dios y nos entreguemos a su Misericordia.

En esta parte del testimonio de la vida y de los escritos de Sor Consolata Betrone, una monja Capuchina muy humilde y una criatura muy simple, estaba oculta a tal punto que, habiendo descubierto en los escritos de Santa Teresa de Lisieux en “el caminito”, no duda llamar que quiere recorrer “el pequeñísimo camino del amor”.

Es “necesario que la Iglesia de nuestro tiempo tome una conciencia más profunda y particular de la necesidad de dar testimonio de la Misericordia de Dios”, que los sacerdotes hablen a los fieles en sus homilías dominicales y siempre que busquen la oportunidad de hablar de la Bondad que Jesús Misericordioso tiene al mundo.
Que el primer domingo después de la pascua se celebra en todo el mundo "El día de la Divina Misericordia".
Que se rece en las iglesias la coronilla que Jesús enseñó a sor Faustina, etc... (l.c., n.12).

Este libro es un instrumento precioso porque es sencillo y accesible, escrita por el P. LORENZO SALES Misionero de la Consolata. Es una propuesta concreta para un camino de perfección, que el alma sabrá responder, y meditándolo llegará a la santidad, el objetivo que más ama Jesús.

ACTUALIDAD DEL MENSAJE.

Sor María Consolata es muy humilde: “pequeñísima”; y la humildad es verdad, es decir luminosamente refulgente en el espíritu y armoniosamente encargada en la vida: por la humildad, que es la sumisión ontológica a Dios, Creador, y Dador de la existencia se llega a la subordinación psicológica, que hace converger todas las facultades hacia Él con reverencia temerosa y ambas establecen en la voluntad la debida sumisión a Él y a sus representantes en la tierra.
Con la humildad el corazón se abre a la gracia y cuando la ola saludable irrumpe en el alma es toda una primavera en flor que canta la alegría de la vida divina.
Por eso en aquel cielo luminoso sin nube alguna del amor reprobable de uno mismo, brilla el sol de la eterna verdad: Jesús. Y Jesús dice en el Evangelio. (Jn 14, 21).

“Quien ha recibido mis mandamientos, y los observa, ése es el que me ama”. “Y el que me ama, será amado de mi Padre y Yo lo amaré, y Yo mismo me manifestaré a él”.

Ya había dicho el autor sagrado en el Libro de la Sabiduría (Sb 1, 1-2) “Buscadle con corazón sincero, porque los que no le tientan con sus desconfianzas, le hallan, y se manifiesta a aquéllos que en Él confían”.

“Él” es Dios, pero Jesús es la Sabiduría increada, el Verbo Eterno del Padre, que encarnado y hecho hombre, quiere revelar los secretos del Padre al hombre humilde que a Él se acerca con fe.

La promesa de Jesucristo: “Yo mismo me manifestaré a él”, es realidad en la Iglesia Católica, donde sus gracias de luz y su vida de amor abren a las almas nuevos e ilimitados horizontes divinos: Él se manifiesta suscitando el amor a Él y, cuando el alma es poseída por Él, la realidad de la promesa hecha produce sus admirables efectos, de lo que tenemos los más precisos testimonios en las vidas de los Santos.

La oración que, según San Gregorio Niceno, es conversación con Dios y muy necesaria para la salvación del alma, contempla las realidades invisibles, no es ya un monólogo, que interesa más o menos al que ora, sino un coloquio espiritual, un verdadero diálogo.

Santo Tomás de Aquino nos hace notar la relación íntima de los dos actos diciéndonos: “La conversación del hombre con Dios tiene lugar mediante la contemplación”: en las cimas supremas del espíritu besadas por el divino sol, se realiza, sin peligro de ilusión, la promesa de Jesús.

El profeta es portavoz de Dios, un altavoz por el camino por donde pasa cansada y oprimida la caravana humana en viaje hacia la muerte: el alegre mensaje de amor anuncia la vida que no conoce ocaso, de parte de Dios que, bueno por esencia, está lleno de amor a los hombres.
Ya lo dijo San Pablo al decadente mundo pagano. (Tit 3, 3-7):
“También nosotros éramos en otro tiempo insensatos, incrédulos, extraviados, esclavos de infinitas pasiones y deleites, llevando una vida de malignidad y de envidia, aborrecibles y aborreciéndonos los unos a los otros. Pero después que Dios Nstro.
El Señor manifestó su benignidad y amor para con los hombres, nos salvó, no a causa de las obras de justicia que hubiésemos hecho, sino por su misericordia, haciéndonos renacer por el bautismo y renovándonos por el Espíritu santo, que copiosamente derramó sobre nosotros, por Jesucristo nuestro Salvador; para que justificados por su gracia, vengamos a ser herederos de la vida eterna conforme a la esperanza que de ella tenemos”.

EL CAMINO DE CONFIANZA ES JESÚS.

Este es el festivo Mensaje de amor en la primavera divina de la vida cristiana que hubiera debido resonar siempre en el corazón para inspirarnos armonías siempre nuevas de pensamiento y de acción:
“Dios ama a toda la humanidad”.

En la historia europea se ha repetido lo que San Pablo deploraba en el mundo antiguo. (Rom 1, 21).
“...Habiendo conocido a Dios no le glorificaron como Dios, ni le dieron las gracias; sino que divagaron en su pensamiento, y quedó su insensato corazón lleno de tinieblas”.

Y cuando en el corazón hay oscuridad la vida en la que ya no se filtra la luz de lo
alto, se desenvuelve por los suelos y triunfan los instintos irracionales del animal:
“Extranjeros en lo tocante a las alianzas”, los hombres no tienen esperanzas y viven sin Dios en el mundo”. (Ef 2, 12).

El valor de este Mensaje de Amor transmitido al mundo por Sor María Consolata tiene, atendida la perfección de su normal desarrollo, su propia actualidad, precisamente por este sentido de esperanza que lo hace tan confortable como bálsamo salutífero en las heridas de los corazones dolientes que, partidos de dolor, se debaten en las convulsiones de la desesperación.

Me parece que, bajo este aspecto, semejante Mensaje tiene un valor universal; aunque parece dirigirse a almas selectas y privilegiadas, en realidad la doctrina que encierra se dirige a todos porque, tocando los manantiales mismos de la vida cristiana, en sus virtudes de fe, esperanza, amor, indica el camino más seguro y eficaz de la restauración humana.

Bajo otro aspecto, tiene este Mensaje de Amor, un gran valor al hacer volver a las almas cristianas a la línea clásica de la huida de cuanto degrada y entorpece el espíritu, sin abandonar nada de lo real y eficazmente le perfecciona.

Al corazón del hombre sediento de felicidad, Jesucristo dirige también estas palabras vibrantes de amor de su invitación (Jn 7, 37-38).

“Si alguno tiene sed venga a Mí, y beba. Del seno de aquel que crea en Mí manarán, como dice la Escritura, ríos de agua viva”.

Esta versión antiquísima de las divinas palabras confortó a los mártires de la primitiva Iglesia y sigue siendo para nosotros eficaz invitación a acercar nuestro corazón a su Corazón para beber de Él su amor vivificante.

SÍNTESIS DE LA VIDA DE SOR CONSOLATA (Pierina Betrone)

Sor Mª. Consolata, que se llamó Pierina Betrone, nació el 6 de abril de 1903 en Saluzzo CN (Italia).
El año siguiente, la familia se trasladó a Turín. A los trece años, en 1916, precisamente el día de la Inmaculada Concepción, en la acción de gracias de sagrada comunión, oyó por primera vez la voz de Jesús en su interior que le preguntaba: ¿Quieres ser toda mía?

Sin comprender el alcance de esta pregunta, contestó ella: “¡Jesús sí!” Ser toda de Jesús era para ella hacerse monja. Tuvo mucho que luchar por la vocación y sometida por algún tiempo a una dolorosa prueba de espíritu, al fin, el 17 de abril de 1929, fiesta del patrocinio de San José, pudo realizar su ardiente aspiración, franqueando el umbral del monasterio de las capuchinas de Turín.

El 22 de julio de 1939, teniendo que dividirse la comunidad por su excesivo número de religiosas, Sor Consolata pasó a Moncalieri al nuevo Monasterio “Sagrado Corazón”: el 18 de julio de 1946, a los 43 años de edad, muere, pero coronaba con su santa muerte su breve, pero intensa vida terrena y llena de amor a Jesús.

Sus restos descansan en el Monasterio de Moncalieri. Favorecida por Dios con grandes dones, pasó, sin embargo, desconocida en su pequeña comunidad. Mas, a pesar de estos divinos dones, tuvo que hacer no pequeños esfuerzos para llegar a la cumbre de la santidad.

Todo paso que daba en el camino de la perfección le costó su muchísimo, siempre en lucha tesonera hasta el último instante de su vida, contra los defectos que no le faltaron, como no le faltaron tentaciones, y muchas veces violentísimas, que el maligno atentaba contra todas las virtudes del alma.

Pero ella confiaba, y ponía todas sus preocupaciones al Amor dulcísimo de Cristo.
Y no dejaba de rezar jamás, sino todo lo contrario cuando era tentada por el maligno más rezaba y siempre vencía.
Su característica fue la generosidad, la tenacidad, el ardor en el combate. En la entrega de sí misma a Dios y al prójimo no conoció medida ni reserva.

A semejanza de Santa Teresita, de quien es gloriosa conquista, Sor Consolata Betrone recibió de Dios una particular misión y vocación.
Su misión (para cuya realización, siguiendo el llamado divino, se ofreció víctima) tiene por objeto favorecer a aquellos a quienes ella gustaba llamar sus hermanos y hermanas: las almas sacerdotales y religiosas que han prevaricado(Delinquir o faltar a sabiendas o por ignorancia enexcusables a las obligaciones y deberes de su cargo). Muy consoladoras son las promesas de Jesús a este respecto.

Su vocación particular fue la del amor, integrar, por decirlo así, la doctrina de Santa Teresita sobre el caminito de amor, dándole una forma concreta, práctica, accesible a todas las almas que se sienten llamadas. Tal doctrina de amor puede encerrarse en los tres siguientes puntos que forman el substratum de la enseñanza de
Jesús a Sor Consolata:

1. Un acto incesante de amor, en todo momento, a cada hora, todos los dìas;(con el corazón).

2. Un “sí” a todos: con una sonrisa, tratar de ver;a Jesús en todos.

3. Un “sí” a todo (a todas las divinas exigencias) con el agradecimiento, ser muy agradecidos.

Estos tres puntos los encontramos frecuentemente comprendidos en esta fórmula:

No perder un acto de amor, un acto de caridad, un sacrificio de una comunión a otra. Se trata pues de un verdadero programa de vida espiritual, en el que están compendiados los deberes del alma para con Dios, para con el prójimo y para consigo misma.

Observando, no obstante (siempre según las divinas enseñanzas), que la fidelidad al “sí” a todos y al “sí” a todo queda facilitada con la fidelidad al incesante acto de amor, que por eso constituye la razón de ser de la nueva manifestación misericordiosa del Corazón de Jesús.
En este opúsculo trataremos exclusivamente del incesante acto de amor.

El opúsculo o bien la doctrina en él contenida ¿es para todas las almas?
A nuestro juicio es preciso distinguir entre lo que es la vida del amor en general, de lo que es la práctica de la vida de amor según un método determinado.
En el primer caso, estas páginas son indudablemente para todos, siendo para todos el gran mandamiento del amor de Dios; las divinas lecciones aquí contenidas no son en substancia otra cosa que un insistente llamamiento a la observancia de este mandato: del que forma parte no solo el amor, sino la perfección del amor.

En cambio, por lo que mira a la práctica de la vida de amor, según el método enseñado por Jesús a Sor Consolata, la cosa cambia. Aquí las divinas lecciones (si bien, bajo algunos aspectos, utilísima a todos), se dirigen evidentemente a un número más bien reducido de almas: a las que –religiosa o no-, pero favorecidas con una particular vocación de amor, desean vivirla en toda su perfección.

De todas maneras, una cosa es cierta: que nada hay aquí que pueda producir interferencia alguna en el espíritu propio de cada congregación religiosa, sea de vida contemplativa o de vida activa; antes al contrario podrá ayudar a mantenerlo en vigor o a hacerlo reflorecer, llevando a las almas al perfecto ejercicio del amor de Dios, de la mutua caridad y de la mortificación cristiana: que son los tres requisitos esenciales de la vida y perfección religiosas. Todo ello prescindiendo de las promesas divinas que lleva consigo.

Quiere Jesús la renovación espiritual del mundo, pero la quiere a través de una vida sobrenatural más vigorosa en las almas y en primer lugar a las almas a Él consagradas. Será la levadura divina que hará fermentar toda la masa.
Confiamos este pobre trabajo al Corazón Santísimo de Jesús, por medio del
Corazón Inmaculado de María, rogándole que se digne bendecirlo, para el advenimiento de su reino de amor en el mundo.

EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS AL MUNDO
En la escuela de Santa Teresita. Sor Consolata y la “Historia de un alma”

La Historia de un Alma fue lectura que conquistó a Sor Consolata, cuando siendo jovencita, estaba toda deseosa de darse a Dios, pero incierta aún sobre el camino que iba a recorrer.
En efecto, en sus apuntes autobiográficos escribe: “Un lunes del verano de 1924, na amiga, Gina Richetto, me suplica que le guarde un libro, que más tarde pasaría a recogerlo. Lo abro... es la “Historia de un Almas”. Después de cenar, subo al entresuelo que da al despacho, y allí a la luz del farol del camino comienzo y sigo leyendo la vida de Santa Teresita.

Al recorrer aquellas páginas, me embarga una conmoción nueva. Comprendo que soy precisamente esa alma débil que el Señor ha encontrado: “Si por un imposible el Señor encontrase un alma más débil que la mía, etc... “Pero lo que me atrae irresistiblemente es la invitación a las almas pequeñas, es el vivir de amor, es aquel Jesús, a quien querría amar tanto, amarle como nadie jamás le ha amado”.
“Experimenté entonces en mi alma algo suavemente fuerte. Ocultando en las manos mi rostro, escucho la divina llamada, que se deja sentir en el corazón, urgente y apremiante”...

Era la voz de la gracia que mientras estimulaba a Pierina a superar todo obstáculo en lo concerniente a la vocación religiosa, mostraba en su alma el camino que debía recorrer: el caminito del amor. Que no se trata aquí de una mera impresión pasajera, sino de una profunda acción de la gracia, lo verá ella más tarde explícitamente confirmado por el mismo Jesús que le dirá (27 de noviembre de 1935): Escribió Santa Teresita:

“¿Por qué no me has dado, oh Jesús, referir a todas las almas pequeñas tu condescendencia inefable? Siento que si, por un imposible, encontrases una más débil que la mía, te complacerías en colmarla de favores aún mayores, con tal que ella se abandonase confiadamente a tu infinita misericordia”.

Pues he encontrado esta alma debilísima que se ha abandonado con plena confianza a mi infinita misericordia: eres tú, Consolata, y por ti obraré maravillas que superarán tus inmensos deseos.

Sor Consolata es, pues, gloria de Santa Teresita, conquistada por ella para el caminito de amor; elegida por Dios para confirmar la doctrina y revestirla de una forma concreta, en ayuda de las almas que no son llamadas al acto del puro amor contemplativo.

“DOS ALMAS SANTAS Y UN MISMO ESPÍRITU”

Ciertamente, Sor Consolata tuvo dones extraordinarios, como visiones y locuciones divinas; pero aparte del hecho de que en la vida de Sta. Teresita no falta lo extraordinario obsérvese que se trata de dones gratuitos que el alma no puede rehusar, así como no debe buscarlos, limitándose a no aficionarse a ellos más allá de lo conveniente, dándoles el justo valor en orden a la propia santificación.
Así lo hizo Sor Consolata: así que se vio favorecida con ellos, se sintió profundamente indignada y humillada; cuando de ellos fue privada, no se alteró, ni mucho menos retrocedió una pulgada en la heroica fidelidad a la gracia.

Que por almas pequeñas deba entenderse no sólo las almas inocentes, -como fue Santa Teresita- sino también las que con el amor quieren reparar y recuperar el tiempo perdido, nos lo va a hacer saber Sor Consolata, poniéndose a sí misma en el número de éstas:
“¡Cuán bueno es Jesús! ¿Con qué ternura tan maternal lleva en sus divinos brazos a los que deseen conservarse pequeños en su presencia! ¡Cómo se vuelve a ellos para satisfacer todos sus deseos, para realizar todas sus voluntades, aunque estas almas, ricas sólo en deseos, hayan tenido la suma desventura de ofender al Señor, como Consolata!

¡Ah sólo Jesús sabe olvidarlo todo y se goza en que sobreabunde la gracia donde antes abundó la culpa!
Así fue en efecto para Sor Consolata y así será para todas las almas, inocentes o pecadoras, que quieran seguirle por el mismo camino de amor.
En confirmación de este su entusiasmo por la santa infancia espiritual, referiremos algunas anécdotas de la vida íntima capuchina donde aletea el espíritu del seráfico Padre y se siente la fragancia de sus Florecillas.

“Una tarde me detuve unos instantes en la huerta me senté en un banco. Los pollitos, tomándome por su buena proveedora, me rodearon al momento, ocupando al asalto mi regazo y alineándose después todos en el borde del respaldo del banco.
Pensando en mi Padre San Francisco, les dejé hicieran lo que quisieran, después sentí la necesidad de prestarles mi corazón para que también ellos pudiesen amar como yo tanto deseo.

A uno de ellos, que había quedado en mi regazo, intenté acariciarle, pero se intimidó y su corazoncito comenzó a latir muy fuerte. Quise calmarle, para lo cual lo estreché contra mí teniéndole junto a mi corazón hasta que se tranquilizó.
A él le gustó, se quedó ahí muy quieto, pero yo le dejé ir a juntarse con sus compañeros y volví al coro de la iglesia a adorar a Jesús.
No pensaba ya en ese hecho insignificante, cuando vino a ilustrármelo la divina gracia con este pensamiento: si Consolata tuvo compasión de aquel pobre pollito, sólo porque lo encontró espantado y sintió la necesidad de estrecharle contra su corazón para tranquilizarle, ¡Cuánto más el Corazón de Jesús, que es corazón humano sentía compasión de mi pobre alma y experimentaba la necesidad de estrecharle contra su Divino Corazón!

Y como por la mañana había cometido una falta contra la caridad, considerándome por consiguiente indigna de ello, otro pensamiento confortó mi espíritu.

¿Qué mérito tenía aquel pollito a quien estreché en mi corazón y le acaricié?

Ninguno. Sencillamente la compasión me impulsó a hacerlo. Esa misma compasión
impulsaba a Jesús hacia mi pobre alma. ¡Jesús soy tu pollito! Y me parece natural subir hasta su corazón y continuar amándole”.

LAS DIVINAS PREFERENCIAS

En los primeros años que estuve en las Capuchinas, el amor de Jesús lo hacía yo consistir en trabajar mucho; pero Jesús ya desde los comienzos de los santos ejercicios para la primera profesión, me dijo: “Te afanas en muchas cosas; una sola cosa es necesaria: ¡Amarme!”.

“En Pentecostés de 1931, durante la meditación en el coro, me exigió Jesús un juramento.
Lo copio tal cual es: “¡Oh Jesús te juré y creo firmemente, que el camino a seguir es para mí el camino del amor!”. “A él me abandono por completo, de él me fío, y, anulando todos los propósitos pasados, desde hoy hasta el último instante, confiando en Ti, te prometo vivir de amor, en un incesante acto de amor, haciéndolo todo con amor, no buscando otra cosa sino el amor!”.

“Estaba señalado el camino por recorrer y me veía en plena luz. Comprendía que Jesús lo quería hacer Él todo en mi alma, y una vez que se me obligó a aceptar un método durante los santos ejercicios y Consolata quiso dar oídos a la criatura, el Creador lo deshizo todo, metiéndome en trabajos urgentes; de manera que, lecturas y reflexiones tuve que dejarlas para la noche, después de los Maitines. Y lo que entendí fue que tenía más necesidad de amar que de pensar”.

Pero pronto vino Jesùs a convencerme, primero con hechos y después con la obediencia, de que no era ésta su voluntad, la de mortificar el cuerpo si atenta contra la salud, que las almas las salvaría con una vida más sencilla, y que por este camino me haría santa”.

Jesùs me dio la primera prueba, había que llevar a Dios un alma: un alma que, hacía más de sesenta años que no había tenido el alivio de una absolución ni la alegría de una comunión, hacìa màs de 70 años que esta alma no se acerca a Dios. Pedía a Jesús me dijera todo lo que quería de mí para conquistar aquella. A lo que me respondió:
Dormirás una semana sobre tablas, te disciplinarás todos los días, llevarás todas las semanas dos cadenillas y te daré esta alma.

Llegó el día fijado, de hacer penitencia para la conversiòn de aquella alma, pero aquella alma lejos de convertirse, declaró “que no temía al infierno”.
Derramé alguna lágrima, en cambio, Jesús había permitido aquella humillación para establecerme definitivamente en el camino del amor.

No me hubiera sucedido tal humillaciòn si Jesús, con ello, no me hubiese querido darme a entender que para salvar un alma, no quería, ni cadenillas mortificantes, ni disciplinas, ni más penitencias que las de la ùnica regla; nada de esto sino sólo el deber de la regla del amor. ¡Oh sí, un incesante acto de amor!
Sólo esto, ninguna otra cosa más que esto, porque el amor es todo y en la práctica de este amor, se practican todas las virtudes”.

En mayo de 1935 comenzó su santo ministerio entre nosotras el nuevo confesor ordinario y en una de las primeras confesiones me dijo: “Todas las semanas vencer un defecto, así serán buenas sus confesiones, no perderá el tiempo y alegrará el Corazón de Jesús”.
Recibí el consejo con alegría e hice acopio de todos mis esfuerzos para vencer un defecto cada semana: pero preocupada únicamente de llegar a la semana siguiente sin haber dicho una palabra inútil o admitido un pensamiento inútil, etc., no pensaba ya en amar, y la Santísima Virgen María me dijo un día:
"Te pierdes en tantas minucias y no das a Jesús lo único que te pide, un acto de amor contìnuo. La última noche de tu vida, en vano desearás poder vivir para hacer todavía un acto de amor, pero será ya tarde".

Lo comprendí y comenzè de nuevo a amar, suplicando por las almas.
“Una tarde en la meditación, me sentí invadida por una –diría- violenta conmoción, mientras una voz que yo creía ser la voz divina del cielo, me predecía dolores, dolores y màs dolores: Ha llegado tu hora, ¿Qué has hecho hasta ahora por las almas? Nada, nada, nada... me abandoné al divino querer y recobré la paz.

Rechacé aquella voz pensando en lo que Jesús me había dicho y no tardé en descubrir el engaño del diablo, que intentaba apartarme de mi sencillo camino de amor, salvar un alma cada dìa, con la ayuda de Jesùs”.

“Ahora soy completamente feliz, me siento en el camino recto, el que Jesús quiere.
¡No me queda sino vivirlo en esta vida, hasta morir de amor!... Sí, oh Jesús, sé lo que de mí quieres, es el amor, ninguna otra cosa sino el amor. Seguir otro camino es engañarme a mí misma, es perder el tiempo”.

Y LAS DIVINAS COMPLACENCIAS

Jesús mismo se dignaba manifestarle de vez en cuando su agrado por este mantenerse en el espíritu y estado de infancia espiritual. Es innegable que Sor Consolata tuvo de Dios grandes dones y gracias extraordinarias. ¿Por qué? Jesús mismo le daba la respuesta, y tan manifiesta que disipa la desconfianza que algunos pudieran concebir acerca de esta alma, como si por el hecho de haber tenido sus defectos, se la debiera juzgar inmerecedora de los divinos dones.

Procede la razón de este criterio de la idea equivocada que tenemos de las gracias gratis datae o carismas, como las llama San Pablo. Le decía pues Jesús (15 de diciembre de 1935):
“Mira Consolata, las criaturas suelen medir la virtud de un alma por las gracias que Yo les concedo y se engañan: porque soy libre de obrar como me parece”.

Por ejemplo: ¿Es tu virtud la que merece las grandes gracias que te concedo?
Pobre Consolata, tú no tienes virtud, no tienes méritos, nada tienes. Tendrías tus pecados, pero éstos ya no existen, porque los he olvidado para siempre.
“Entonces ¿por qué a ti, precisamente a ti, tantas gracias?
Porque soy libre de favorecer a quien quiero. ¡LOS PEQUEÑOS SON MI DEBILIDAD! ¡eso es todo!...
Y nadie puede tacharme de injusticia, porque el Soberano es muy libre de favorecer regiamente a quien quiere”.

El 19 de marzo de 1935, Jesús hacía a Sor Consolata una gran revelación sobre la santidad de San José, estupefacta y conmovida la humilde religiosa se dirigió a Él, diciéndole: “¿Por qué, Jesús, me dices cosas a mí que nada puedo hacer, y las ocultas a los grandes personajes que harían tanto?”.
Y Jesús contestó: “¡A los pequeños se lo digo todo!”.

Se complacía entonces Jesús en predecir a Sor Consolata muchas cosas referentes a su futuro apostolado, después de la muerte. Jesús le revelò (12 de diciembre de 1935):
“¿Te digo demasiadas cosas sobre tu porvenir?... ¿Te digo todo?... Tienes razón, pero ¡Qué quieres cuando el corazón rebosa!...
Y tú eres tan pequeña que te contentas con escribir (porque quiero que lo escribas todo) y por eso puedo decírtelo todo.
¿No has notado cómo alguna vez una madre, acariciando al último hijo, llenándole de mimos, le dice cosas que no las diría a otro de sus hijos mayores?... Qué quieres, su corazón de madre tiene necesidad de expansionarse, de decir a aquel pequeño ser, que aún no comprende, sino sólo le sonríe, todos los proyectos que sobre de él acaricia.

Todo se lo dice, todo, como lo hago yo contigo Consolata.
Pero observa que cuando aquel niño comience a hablar y se le pregunte: ¿Quién te ha hecho ese hermoso vestidito? Él lleno de alegría, contestará: ¡Mi madre! Y se gozará de tener ese vestidito hermoso y de que se lo ponderen.

¿Ves la diferencia que hay entre las almas grandes y las pequeñas?
Éstas gozan de las virtudes con las que se sienten hermoseadas, porque “Dios es el que se las ha dado”, aquellas las ocultan de miedo a que la soberbia se las arrebate, porque han trabajado en conseguirlas.

¿Lo has entendido, Consolata?... ¡A las almas pequeñas Yo les digo todo; no me hurtan nada, todo lo dirigen a mi alabanza, honor y gloria!
No era la primera vez que Jesús se servía de la comparación del niño del vestidito para indicar que las almas pequeñas se abandonan confiadamente a la acción de la gracia aún en lo que mira a su santificación, contentándose con secundarla en todo y por todo con suma docilidad.
En efecto, el 18 de octubre de 1935 le decía:
“Consolata, me gozo en ti porque puedo hacer todo lo que quiero y porque lo hago Yo todo. Dime, ¿tú sabes con qué cuidado y amor una madre hace el vestidito a su hijo, poniendo en ello todo su corazón? Si el niño no la dejase hacer... porque el vestidito quiere hacerlo él, contristaría a su madre”.

Jesús no le permitía expansionarse con el confesor sobre lo extraordinario de su espíritu. Y le daba una razón, que debiera ser muy tenida en cuenta por los que, como norma, se oponen a toda nueva manifestación misericordiosa del Corazón de Jesús. Le decía (5 de diciembre de 1935):
“¿Sabes por qué no te permito expansiones con el confesor ordinario? Mira, Yo a todos doy libertad, no violento las voluntades, pero la desconfianza en Mí me hiere.

No, no obligo a creer mis manifestaciones de misericordia a fuerza de milagros.
Aún en mi vida mortal –lo lees en el Santo Evangelio-, la condición para obtener mis gracias era siempre ésta:
¿Puedes creer? ¡Todo es posible en quien cree! (Cfr. Mc 9, 22).
He aquí por qué lo que digo a las almas pequeñas, de fe sencilla e íntegra, no lo revelo a las almas grandes.
No, no es culpa de ellos, por la voluntad la dejo libre, pero se privan de muchas luces... ¿Me entiendes?”
Sí, Sor Consolata comprendía este divino lenguaje, y lo comprenderán todas las almas de fe “sencilla e íntegra”.

Respecto de estas locuciones divinas convendrá tener muy presente, la siguiente declaración de Jesús a Sor Consolata (9 de noviembre de 1935): “Si te hago escribir es para que mis palabras reporten muchos frutos. A veces te parecerán un poco pueriles mis razonamientos, pero es debido a que eres muy pequeña y adapto a ti mis palabras;
pero recuerda que cualquier palabra mía es espíritu y vida”.

Después de una jornada de extenuante fatiga, Sor Consolata pedía perdón a Jesús por haber sido negligente, poniendo así obstáculos al acto de amor continuado y Jesús la animaba con estas palabras:
“¿Ves?, lo que para las almas grandes sería culpa, no lo es para las almas pequeñas y tú eres muy pequeña.
Yo le reparo debidamente”; “he amado por ti y por consiguiente toda jornada te la cuento como un continuo acto de amor”.

LA VIDA DE AMOR Y LAS VIRTUDES CRISTIANAS: CREER EN EL AMOR, DIOS ES AMOR!.

La vida de infancia espiritual consiste en la vida de amor y el primer requisito, para practicar con convicción y fruto la vida de amor, es creer al Amor.
Esto ante todo, quiere decir creer que Dios es amor: Deus charitas est (1 Jn 4, 16)

“Tú no puedes vivir sin amor. Decía Nuestro Señor a Santa Catalina de Génova: porque el amor soy Yo, tu Dios”.
Y San Bernardo comentando el Cantar de los Cantares, dice:
“Este divino esposo no sólo es amante, sino el mismo amor”.

La fe en esta verdad fundamental es necesaria para que el alma pueda discernir en el amor la causa primera y eficiente de todas las obras de Dios.
La sobreabundancia de su Amor es la que ha hecho a Dios Creador; su amor es lo que inspiró la Encarnación y la Redención; su amor es el que nos dio la Eucaristía y demás sacramentos; su amor es el que dispuso el purgatorio para las almas a quienes las pruebas de la vida no han purificado lo bastante; su amor fue el que preparó la mansión de la paz a las almas de buena voluntad; su amor ultrajado y desconocido fue el que creó el infierno.

Tuvo razón San Francisco de Sales al escribir: “En la Iglesia de Jesucristo todo pertenece al amor, todo está fundado sobre el Amor, todo es Amor.”
Más aún: es necesario descender de las grandes obras de Dios a cada uno de los acontecimientos de que está tejida la vida del mundo y de los individuos, para discernir en ellos, juntamente con el toque de artista de la mano de Dios, la huella de su amor.

No puede Él realizar sino obras de amor: sus pensamientos, sus actos, todas sus divinas voluntades son amor, los mismos castigos son amor. Escribe Sor Consolata:
“...La tarde del 24 de agosto de 1934, me encontraba en la celda junto a la ventana. Me había dado un libro en que leí los castigos con que el Señor amenazaba al mundo.
Entonces tuve un estallido... desgarrador: -¡Jesús! ¿Cómo quieres que nos lavemos en nuestra sangre que es inmunda? ¡Lávanos con tu sangre! Jesùs me dijo: “Consolata mira al cielo”... Lo miré y en el azul maravilloso descubrí una estrella, la primera de la noche.

Y mientras la contemplaba, Jesús gritó muy fuerte a mi corazón “¡Confianza!”...
Mientras tanto la encantadora bóveda del cielo se había revestido de estrellas y me vi envuelta en una misteriosa fascinación. Me senté sobre el alféizar de la ventana y quedé absorta, en muda contemplación. Me parecía que el cielo no estaba ya irritado, sino que la paz del Reino de Dios se extendía por el pobre mundo.”

Sí, la paz al mundo, pero en el Reino de Dios, Jesús es el Salvador del mundo, puede y quiere salvarlo.
“Consolata, tengo necesidad de víctimas; el mundo se pierde y yo lo quiero salvar.
Consolata, un día el demonio juró perderte y Yo salvarte, ¿quién ha vencido?...
Ha jurado perder también al mundo y Yo juro salvarlo, y lo salvaré con el triunfo de mi Misericordia y de mi Amor.
Sí, salvaré al mundo con el amor Misericordioso de mi Corazón, anótalo en tu diario.”

Téngase en cuenta: no es que Jesús excluya los castigos, que pueden ser necesarios, precisamente para la salvación del mundo y de las almas. Durante el conflicto Italo-Etìope rogando Sor Consolata por los Capellanes militares, para obtener que se mantuviesen todos a la altura de su misión, Jesús le contestó (27 de agosto 1935):
“Mira, la mayor parte de estos muchachos (los soldados), hubieran sido unos viciosos en sus casas. En cambio en la guerra, lejos de las ocasiones de pecar, con la asistencia del Capellán, morirán y serán eternamente felices.”

Lo mismo le repetía en cuanto a las crisis económicas, que abrumaban al mundo antes de la reciente guerra (15 de noviembre de 1935): “La miseria actual que reina en el mundo, no es obra de mi justicia, sino de mi misericordia.” ¡Cuántos pecados menos por falta de dinero! ¡Cuántas más oraciones se elevan al Cielo en las estrecheces financieras!
“No creas que no me conmueven los dolores de la tierra; pero amo las almas, las quiero salvar y, para lograrlo, me veo forzado a usar de rigor. Pero créelo, es para hacer misericordia.”
“En la abundancia las almas me olvidan y se pierden, en la miseria tornan a Mí y se salvan. ¡Así es, sábelo!”

Durante la tremenda conflagración mundial, y precisamente el 8 de diciembre de 1940, entre Jesús y Sor Consolata que gemía y suplicaba por la paz, tuvo lugar el siguiente diálogo:
-“Mira, Consolata, si hoy concediese la paz, el mundo volvería al fango, no sería suficiente la prueba soportada.”
-¡Pero Jesús, toda esta juventud (los soldados) que van al matadero, cuántos van a morir!
-“Oh, ¿no es mejor dos, tres años de acerbos, intensos, inauditos sufrimientos y después una eternidad de gozos, que una vida entera de disoluciones y después la eterna condenación? ... Escoge.”
-¡Pero, Jesús, no todos son malos!
-“Ciertamente los buenos aumentarán sus méritos. No, no hay que echar la culpa a los jefes de las naciones que no son sino simples instrumentos en mis manos. Hoy para poder salvar al mundo, eso es necesario.
¡Oh, cuántos jóvenes darán eternamente gracias a Dios porque perecieron sufriendo en esta guerra, que les ha salvado para siempre! ¿Lo comprendes? ¿Entiendes lo que digo”

Lo que Jesús decía respecto a la guerra, lo repetía respecto del hambre, triste patrimonio de la guerra misma (24 de abril 1942): “Salvo a los soldados en guerra y al mundo con la miseria y el hambre. Pero ¡cuántas almas se desesperan! Pide tú no sólo por las almas que sufren en el mundo, sino también por las que se desesperan, para que sea Yo su alivio y esperanza.”

Y pocos días después, volviendo sobre el mismo tema –y siempre en contestación a las plegarias de Sor Consolata por la paz-, le decía (29 de abril 1942): “La miseria y el hambre llevan a las almas a la desesperación...
¡Oh, Consolata, ayúdame a salvarlas!”
Quiero salvar a la pobre humanidad que corre al fango como el sediento al agua fresca, y para salvarla no hay otro camino que la miseria y el hambre. Pero la humanidad se desespera...

¡Oh, Consolata, ayúdame a salvarles, pide por ellas como pides por los soldados!
¡A los soldados los salvo en guerra! ¡Así quiero salvar a la pobre humanidad!
Pide, pide por ella, para que mitigue su dolor y salve las almas.
Si permito tanto dolor en el mundo, es por este único fin: salvar las almas para la eterna felicidad.
El mundo se perdía, corría a la ruina...

En particular, para mitigar la gran angustia de Sor Consolata por la destrucción de tantas casas en su querida Turín, Italia, a consecuencia de las violentas bombas en incursiones aéreas, Jesús le sugería el mismo pensamiento de fe (diciembre 1942): “Consolata, las casas se reedifican; las almas que se pierden yendo al infierno, no.

Oh, ¿no es mejor salvar almas y que las casas se arruinen, que perder aquéllas eternamente y salvar éstas?”
Y como en las desventuras públicas, lo mismo en las familiares o individuales.
Siempre, aún en los casos más intensamente dolorosos, ante los cuales la razón humana se pregunta llena de confusión: -pero ¿por qué?-, le pregunta del cielo es la misma:

Amor, Bondad, Misericordia de Dios. Un día, a las lágrimas de Sor Consolata, por la muerte inesperada de una amiga suya de infancia, una tal Celeste Canda, que dejaba cuatro hijos huérfanos, el mayor de cuales apenas tenía nueve años, Jesús contestaba:
“Celeste Canda goza ya de mi dulce y eterna visión y desde el Paraíso vela con mayor ternura por las almas de sus cuatro hijos, más que si siguiera en el mundo.” ¡Qué suave alivio, cuánta luz del cielo arroja estas sencillas palabras sobre todos los lutos familiares!

En suma, creer al Amor, quiere decir que Jesús nos ama, que quiere salvarnos y que todo lo que obra o permite, lo mismo en el mundo universo como en el pequeño mundo del alma, es siempre para nuestro bien. Pero son pocas las almas, aún las piadosas, que tienen esta fe viva y práctica en el Amor.
La tienen quizás, pero débil y fácilmente vacila bajo los golpes de la vida, del divino Artífice, dirigidos a perfeccionar la obra de sus manos.

¡Y cuántas almas se sienten inclinadas a ver a Dios, más que el Padre bueno, el Dueño severo! Para ellas es esta dulce lamentación de Jesús a Sor Consolata (22 de noviembre 1935):
“¡No me consideréis como un Dios rigurozo, puesto que soy todo lo contrario, un Dios de Amor, de infinita compresiòn, Misericordia, Bondad y toda dulzura para las almas!”

Para ellas es la respuesta que daba Jesús a Sor Consolata, que le preguntaba cómo deseaba ser llamado (26 de septiembre 1936): “Amor inmenso, Bondad infinita.” Para ellas también el consejo de Jesús a Sor Consolata, indecisa por no saber qué poner en una carta, si el Corazón Sacratísimo de Jesús o el Corazón bueno de Jesús (22 de julio 1936): “Escribe; el Corazón bueno de Jesús; pues, Yo soy Santo, aunque todos lo saben, pero bueno, no todos me conocen.”

El alma por lo tanto que quiere vivir de amor, debe fundarse bien en esta verdad y aplicarla a mil casos de la vida cotidiana: no detenerse en las criaturas o en los acontecimientos, sino ver en todo a Dios y su amor; y siempre, en las cosas prósperas como en las adversas, en la quietud lo mismo que en el oleaje de la tempestad, recoger las propias energías para hacer llegar al cielo el grito de su fe inconcusa:
“¡Sagrado Corazón de Jesús, creo en tu amor para conmigo!”
¿Qué es lo que se aseguraba el Apóstol del amor?: Hemos conocido y creído en el Amor que Dios nos tiene (1 Jn 4, 16).

“DEBEMOS ESPERARLO TODO EN EL AMOR DE JESÚS”

La fe en el Amor de Jesús a nosotros y nuestro amor a Él, levantan el espíritu a una más perfecta esperanza.
“El amor todo lo espera” (1 Cor 13, 7). Y de esperanza, como de amor jamás se puede decir basta. Es para todos, para inocentes y pecadores, pero más para éstos; porque si la misericordia de Jesús es para toda alma, lo es en particular para las más necesitadas de misericordia.
Vino del cielo, precisamente, por los pecados: “No he venido a llamar a los justossino a los pecadores” (Mt 9, 13); a ellos se dirigen las emocionantes solicitudes del buen pastor: “Yo soy el buen Pastor... (Jn 10, 14)”
No, no bajó del cielo para hacer caer al alma vacilante, sino para realzarla; no para humillar, aplastar y perder a quien cayó, sino para rehabilitarle en su gracia y en su amor: A fin de que se cumpliese lo que estaba dicho por boca del profeta Isaías: “He aquí mi siervo, mi escogido, en quien se complace mi alma; no quebrará la caña cascada ni apagará el pabilo que aún humea... en Él esperarán las naciones (Mt 12, 17-21; Is 42 1ss).

“Estando Jesús a la mesa en casa de Mateo, vinieron muchos publicanos, y pecadores que se pusieron a la mesa a comer con Él” (Mt 9, 9-10); y con qué energía toma su defensa frente a los mal pensados: “No son los que están sanos, sino los enfermos los que necesitan del médico. Id a aprender lo que significa: Más quiero la misericordia que el sacrificio” (Mt 9, 12-13; Oseas 6, 6).

Y cuando al pequeño corazón del hombre le parece mucho perdonar siete veces al hermano: “Señor, si mi hermano peca contra mí ¿cuántas veces le perdonaré? ¿hasta siete veces?” (Mt 18, 21); el Corazón de Jesús, después de haber mandado perdonar setenta veces siete: “no te digo siete veces, sino setenta veces siete” (Mt 18, 22), sigue perdonando y perdona siempre.

Y jamás una reprensión, jamás echar en cara la culpa: “Mujer ¿dónde están los que te acusaban?... si nadie te ha condenado yo tampoco te condenaré. Anda y no peques más” (Jn 8, 10-11).
Jamás negar al pecador arrepentido sus divinos dones. Tan cierto es que: “Más fiesta hay en el cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de penitencia.” (Lc 15, 7)

La misión de Sor Consolata es precisamente la de narrar al mundo la misericordia infinita del Corazón de Jesús: narrarla en primer lugar a los Hermanos y Hermanas por ella espiritualmente adoptados, después a todas las almas. Y puede ella narrarla con las palabras y con los hechos: con todo lo que Jesús obró en ella, hasta hacer de su alma una de las más bellas obras maestras de la gracia.

El Corazón de Jesús es corazón de madre. Si una madre, quebrantada por los dolores que le ocasiona un hijo ingrato, llega a confiárselos a una persona amiga; si esa amiga para confortarla, la hace cambiar de opinión, presentándole al hijo bajo distinto aspecto, oh ¡cuánto goza aquella madre, al creer que su hijo es bueno?.
Tiene necesidad de pensarlo, de creerlo así. ¡El corazón materno, es un débil reflejo del Corazón divino!
Pero una madre no podrá transformar al ingrato hijo; en cambio Jesús, si se lo pedimos, convertirá al alma infiel que traspasa su corazón.”

En la bondad de su Corazón Divino, Jesús confirmaba todo esto de viva voz, palabra por palabra. Será una repetición, pero, ahora son palabras divinas: “Una verdadera madre por más feo que sea su hijo, no lo considera tal; para ella es siempre hermoso y así lo verá siempre su corazón de madre.
Así, exactamente así, es mi Corazón con las almas: por feas que sean, por más enfangadas y sucias que estén, mi amor siempre las juzga hermosas.

Y sufro mucho, muchísimo cuando entre ustedes se hechan en cara unos a otros su fealdad (los defectos del ser humano), más en cambio gozo mucho, muchísimo, penetrado en mis sentimientos maternales, cuando alguien se compadece de otro, y tiene misericordia de su fealdad, se me dice que no es cierto, que son hermosas todavía. Sé que es un piadoso engaño; sin embargo, qué quieres, tengo necesidad de creerlo así, aunque el alma este sucia, tengo esperanza de que cambie.
¡Las almas son mías, con todos sus defectos y maldades, por ellas he dado toda mi sangre!

Comprendes ahora cuánto, cuánto hiere mi Corazón materno todo lo que es juicio severo contra cualquier persona, humillaciones, condenaciones, mal trato, aunque todo sea verdad de lo que se dice; y cuánto, cuánto me alivia en cambio todo lo que significa compasión, indulgencia, misericordia, bondad hacia cualquier persona.

Tú jamás juzgues a nadie; no profieras nunca una palabra severa, un pensamiento malo, contra ninguno, sino consuela mi Corazón, aparta mis tristezas, hazme ver, con los recursos de la caridad y la bondad, sólo el lado bueno de un alma culpable; y yo te creeré y después escucharé tu oración en su favor y la despacharé favorablemente.

¡Ay Consolata, si supieses cuánto, cuánto sufro al hacer justicia en un alma culpable! ¡Mi Corazón se desgarra, se parte en dos, todo mi ser de Dios se entristece y sufro sin medidas, sin consuelo!

Consolata, sírvete de piadosos engaños; en este caso mi Corazón tiene necesidad de creer que no es cierto que mis criaturas, lo que más amo, son tan ingratas con conmigo, me desprecian, me insultan, se burlan de mí, no quieren que Yo las salve.

Y si tú tratas de disuadirme, diciéndome que no es cierto que tal o cual alma es tan mala como parece, infiel, ingrata, burlona, Yo, al momento te creeré a tí.
¡Y qué quieres, mi Corazón tiene necesidad de confortarse de esa manera, tiene necesidad de hacer siempre Misericordia, tiene que ser Bondadoso aún con los más injustos y culpables, jamás hacer justicia en vida anque sea así!”

A los ojos de Jesús pueda parece hermosa el alma pecadora, en cuanto tal, pero siempre le parece hermosa atendido el infinito amor con que la creó, la redimió y la quiere salvar. De igual manera, no es que Jesús quiera o pueda ser engañado por el alma pecadora, pero se goza de ser piadosamente engañado por las almas justas que se interponen entre Él y los pecadores.

En otras palabras: el Dios que en el Evangelio proclamó la bienaventuranza de los misericordiosos ¿no ha revelado acaso con esto mismo su bienaventuranza infinitamente mayor que puede siempre ejercitar su misericordia?
Por otra parte, ésta no puede ejercitarse sino donde hay miseria y ¿qué miseria más espantosa que la del pecado?

Bondad y misericordia: he aquí las efusiones del Corazón de Jesús sobre todos los seres humanos, pero en particular sobre los pecadores, como que son esos más necesitados de ella. No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos (Mc 2, 17), así como el Evangelio, lo confirma a Sor Consolata: “Consolata, jamás olvides que soy y gusto de ser exclusivamente bueno y misericordioso con mis criaturas.
La justicia que ejercito con los pobres pecadores, en vida, es colmarles de beneficios.”

Otras parecidas manifestaciones misericordiosas del Corazón de Jesús encontraremos en este libro, que es toda una lección de amor para los justos y una invitación de amor para los pecadores. Pero no podemos dejar de traer aquí otra página dictada por el Corazón de Jesús a Sor Consolata, que será de gran ayuda a los pecadores para reavivar la esperanza y aún a las almas que sufren por el temor excesivo, a veces oprimente, de no conseguir la eterna salvación.
Esta falta de esperanza cristiana perjudica a las almas a la vez que ofende al Corazón Divino en lo más íntimo, esto es, en su amor misericordioso y en su voluntad salvífica.

El 15 de diciembre de 1935, Jesús hacía escribir a Sor Consolata para todas las almas:
“Consolata, muchas veces almas buenas, almas piadosas, y a veces hasta almas que me están consagradas hieren lo íntimo de mi Corazón con una frase de desconfianza - ¡Quizás me salve! –
Abre el Evangelio y lee mis promesas; a mis ovejitas he prometido: Les daré la vida eterna y jamás perecerán y nadie será capaz de arrebatármelas de mis manos. (jn 10, 28)

¿Lo entiendes Consolata? Nadie pueda arrebatarme un alma.
Pero sigue leyendo: mi Padre que me las ha dado, es más grande que todos y nadie puede arrebatárselas a mi Padre (Jn 10, 29). ¿Lo has oído Consolata? Nadie puede arrebatarme un alma... jamás perecerán... porque le doy la vida eterna.
¿Para quién he pronunciado estas palabras? Para las ovejas, para todas las almas.
¿A qué viene entonces el insulto: quizás me salve-, si en el Evangelio ha asegurado que nadie puede arrebatarme un alma y que a esta alma doy la vida eterna y que por consiguiente no perecerá?

Créeme, Consolata, al infierno va el que quiere, esto es, el que verdaderamente quiere ir; porque si nadie puede arrebatarme un alma de las manos, el alma valiéndose de la libertad que se le concede, puede huir, puede traicionarme, renegar de Mí y consiguientemente pasar a manos del demonio por su propia voluntad.

¡Oh, si en vez de herir mi Corazón con estas desconfianzas, pensaran un poco más en el paraíso que les espera!
Porque no los he creado para el infierno, sino para el paraíso, no para ir a hacer compañía de los demonios, sino para gozar de mi amor eternamente.

Mira, Consolata, te lo repito: al infierno va el que quiere... Piensa cuán necio es el temor de condenarse, después que para salvar las alma he derramado mi sangre, después de haberlos colmado de gracias y más gracias durante una larga existencia...

En el último instante de la vida de un ser humano cuando me dispongo a recoger el fruto de la redención, y ésta alma está ya en situación de amarme eternamente; Yo, Yo que en el Santo Evangelio he prometido darle la vida eterna y que nadie será capaz de arrebatármela de mis manos, ¿me la dejaré robar del demonio, de mi peor enemigo?
Pero, Consolata ¿se puede creer semejante monstruosidad y engaño?

Mira, la impenitencia final, la que tiene el alma que quiere ir al infierno de propósito y que se obstina en rehusar mi misericordia, porque yo jamás niego el perdón a nadie; a nadie, a todos les ofrezco y doy mi inmensa misericordia; porque por todos he derramado mi sangre, por todos, oyes bien por todos!.

No, no es la multitud de los pecados lo que condena al alma al infierno, no!, porque "Yo" los perdono si la persona se arrepiente, sino en la obstinación de no querer mi perdón, de no querer mi Misericordia; éso es querer condenarse eternamente.
Diles aún más, estando Yo en la cruz, junto a otro crucificado, concibió un sólo acto de confianza en Mí y aceptó mi Misericordia, y aunque muchos eran sus pecados, pero en un instante es perdonado y el mismo día de su arrepentimiento, entra en posesión de mi Reino y es un santo para siempre.

¡Mira el triunfo de mi misericordia y de la confianza depositada en Mí!

No, Consolata, mi Padre que me ha dado las almas, es más grande y poderoso que todos los demonios y nadie puede arrebatarlas de las manos de mi Padre.
Oh, Consolata, confía, confía siempre; cree ciegamente que cumpliré todas las grandes promesas que te he hecho, porque soy Bueno, inmensamente e infimitamente Bueno y Misericordioso y no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva para siempre a mi lado, junto a mi Padre, y mis Angeles.”
Consolata vivía con mucha confianza en Jesús lo cual no quiere decir que no tuvo luchas internas y espirituales sobre este punto, pero siempre salió victoriosa. Citemos sus escritos (3 de noviembre 1935):
“Una noche en los Maitines me impresionó mucho aquel pasaje del Evangelio: Un hombre tenía plantada una higuera en su viña, etc. Llegada a la celda, copié el pasaje evangélico e hice comentario que me sirviera para el día de retiro.
Parecía la historia de mi alma: si no da fruto, la mandas a cortar...
Y el temor del juicio divino me asaltó terriblemente y me abrió un abismo entre Dios y mi alma infiel. Lloré sin atreverme a mirar al cielo... todo parecía inexorablemente perdido ¡Qué horas aquellas de desgarradora angustia!... ¿Qué podía yo ofrecer para aplacar esta justicia? ¿Qué podía prometer, si cada uno de mis días llevaba la marca de mi infidelidad?...

Y mientras las amargas lágrimas se deslizaban copiosas hasta bañar la almohada, recogí todas las fuerzas de mi alma y dije: -¡Jesús, en ti confío!- y he aquí sobre el espantoso abismo veo extenderse un puente... La confianza en Jesús, por encima de todas mis miserias, unía a esta pobre criatura con el sumo Creador... y volvió la paz a mi alma.
¡La confianza en Dios! Sólo ella me da alas; el temor me hiela, paralizando toda actividad posible.”

Muchas otras pruebas no menos dolorosas tendrá que pasar, por haberse ofrecido a sufrir el infierno en la tierra, a fin de salvar del infierno eterno a sus pobres “Hermanos”
Pero supo mantenerse heroicamente fiel al juramento que un día le requirió el Padre Divino, como para prepararla a los fuertes asaltos que le esperaba (8 de octubre de 1934): Honra a Dios con tu confianza; ¡júrame creer siempre, en cualquier situación en que tu alma pueda encontrarse, que hay un paraíso abierto para ti!

Por lo demás, muchas veces le prometió Jesús formalmente, que iría derecho al cielo sin pasar por el purgatorio.
Por ejemplo, el 19 de septiembre de 1935: “¡No, Consolata, no iremos al purgatorio, pasaremos de la celda al cielo!”.
Ya antes, respondiendo a sus temores, sobre este particular, por los pecados cometidos, le dijo el Señor: Escucha, Consolata, si el buen ladrón, con las suyas hubiese tenido todas tus culpas, dime ¿hubiera por ventura cambiado mi juicio? –Oh no, Jesús, lo mismo hubieras dicho: ¡hoy estarás conmigo en el paraíso! -¡Pues bien, una noche te diré a ti lo mismo!

CONFIAR SIEMPRE, SIEMPRE EN EL AMOR DE JESUCRISTO

La confianza es la flor de la esperanza cristiana. No sólo en cuanto que nos hace tender con alegría de espíritu a la Patria celestial, sino además porque nos hace caminar prontamente y sin paradas por el camino de la santidad. Amor y confianza son por lo tanto las alas con que el alma se lanza a los más audaces vuelos y se remonta victoriosa sobre todas las cimas. Si la confianza disminuye, también el amor languidece y el alma se arrastra.

En efecto, el mayor obstáculo a las operaciones divinas en el alma es, justamente con la búsqueda de uno mismo, la desconfianza. Ordinariamente, si falta la confianza en Dios, es por la excesiva confianza en nosotros mismos.

Entonces el alma, experimentando la propia impotencia para el bien, se aflige con exceso, dando lugar a la turbación; y debiera ocurrir todo lo contrario: si el niño se sostiene de la mano de su madre, ¿no es acaso por su innata debilidad, y porque confía en ella?
Lo mismo acontece en el campo de lo espíritual para con Dios. Nuestra extrema debilidad es la que nos da derecho a contar con la fortaleza divina; nuestras innumerables miserias son las que nos atraen las ternuras del Corazón de Jesús.

Es éste un punto importante en la lucha por la santidad: hacer de todas nuestras faltas y debilidades, como un punto de apoyo para levantar más en alto la confianza, acudir siempre al Amor de Jesús, pedirle todos los días que aumente en nosotros la confianza el Él. Un amor que desconfía, no es amor, sino temor; y toda angustia causada por la desconfianza no honra, sino que hiere profundamente al Corazón de Dios.

Por eso la frase: "Honra a Dios con tu confianza", la encontramos repetida tantas veces por el Divino Padre o por Jesús a Sor Consolata. Un día (17 de septiembre de 1935) Sor Consolata hablaba confidencialmente con Jesús:
“Jesús, el que hables a mi propia alma y te dignes enseñarla, debiera causar gran gozo a mi corazón, y en cambio me veo obligada a permanecer como indiferente porque mi miseria es muy grande y nada puede atraer sobre mí Tu divina mirada.
Al darme cuenta de ello, nace en mí, a veces, la duda ¿no seré acaso una gran ilusa?... Jesús, perdóname; sí, creo que tú eres la bondad infinita”. A lo que Jesús contestó: Mira, Consolata, tus miserias tienen un límite, pero mi Amor por las almas no tiene límites.

LA ASTUCIA Y LA INTELIGENCIA DEL DIABLO
“Una tarde -escribe ella- me encontraba desolada y exclamé delante del santo tabernáculo: Oh Jesús, soy siempre la misma, prometo, prometo y luego... Jesús me dijo: también yo soy siempre el mismo, no cambio jamás.
Pero me lo dijo en un tono, que mi debilidad se trocó en alegría: si Él no se afligía ¿por qué afligirme yo?”

De aquí que Jesús no le permitiese nunca replegarse en sus propias faltas (2 de noviembre de 1935): Cuando hayas cometido una falta cualquiera no te entristezcas, ven, deposítala al momento en mi Sagrado Corazón y refuerza el propósito con la virtud opuesta, pero con toda calma. Así toda tu falta será un paso más adelante a la perfección.

Actúa con gran calma... que el enemigo infernal el diablo, es astuto e inteligente y procede con mucha táctica: si logra introducir en el alma el veneno de la desconfianza en Dios, si logra ésto, se da por satisfecho; lo demás vendrá por sí solo.
Vendrá, en primer lugar, la confusión y la desorientación (turbación) tan perniciosa para el alma, como se lo decía Jesús a Sor Consolata (2 de agosto de 1936): Si el alma se mantiene tranquila y despierta a la oración, entonces es dueña de sí misma; pero si uno se turba, o se intranquiliza, entonces son fáciles las caídas a pecar, y el diablo habrá ganado, y comienza su maligno plan.
Habiendo ella notado que Jesús en su alma lo permitía todo menos la "turbación", le preguntó un día el motivo y Jesús Bueno y Misericordioso le dio a entender: que el alma en paz es como un fresco manantial de agua pura y cristalina, a la que Él puede acercarse y saciar su sed siempre que quiera.
Pero si el alma entra en la turbación, es decir, ésa agua está como agitada por un palo que revuelve su propio fango, el agua se turbia y está sucia. Jesús ya no puede saciar su sed allí.

Y no sólo Jesús no puede ya aplacar su sed, sino que el demonio, que precisamente hace su pesca de almas en aguas turbias, encuentra en aquel estado de ánimo el elemento apto a sus operaciones maléficas. Por eso Jesús la precavía y fortalecía diciéndole (24 de septiembre de 1936): No des entrada a la turbación jamás, jamás, jamás porque si te turbas, se alegraría el demonio y la victoria sería suya.

Este triple “jamás” tenía, por fin confirmarla en la obediencia que el padre espiritual había impuesto a Sor Consolata, la cual, en sus grandes deseos de perfección, se inclinaba algún tanto al escrúpulo.
Jesús se lo recordaba explícitamente: Ten presente que la obediencia te impone no dar jamás, jamás, jamás entrada a la turbación; esto para ti es lo más importante.

Jamás, pues, desconfiar para jamás turbarse. Casi siempre, en efecto, a la turbación sigue el desaliento, y el que se desanima ya no lucha, y por lo tanto no avanza, antes fácilmente retrocede. No se gana nada y se pierde mucho.

LA PERFECCIÓN DEL ALMA RADICA EN LA CONFIANZA EN JESÚS.

Sor Consolata meditada por las almas de buena voluntad la siguiente lección que Jesús le enseñó (7 de noviembre de 1935): Dime, Consolata, ¿Cuál es más perfecta: un alma que se lamenta siempre con Jesús de que es imperfecta, porque siempre comete faltas, infidelidades a los propósitos, etc...; o bien un alma que sonríe siempre a Jesús, hace lo que puede para amarle, sin cuidarse de las imperfecciones que no quiere, por no perder tiempo, y que sólo se ocupa en continuar amando a Jesús?
Dime ¿cuál de estas dos almas te parece más perfecta?
A Mí me gusta más la segunda. Haz pues tú cuanto puedas por amarme y, cuando te suceda haber sido infiel, dame un acto de amor más ardiente y vuelve a tu canto de amor.

El decirme, el repetirme “Mira, Jesús, lo que he hecho, cuán infiel te he sido, etc.”... son lamentos en los que se pierde tiempo. Por el contrario, un acto de amor más ardiente, enriquece tu alma y alegra la mía. ¿Lo entiendes?... Las imperfecciones, cuando no las quieres, no merecen ni una mirada.
Tender, pues, a la perfección amando a Jesús, esforzarse cuanto se pueda para disminuir el número y la voluntariedad de las faltas, pero después no desanimarse cuando se llega a cometerlas, confiando siempre en la bondad infinita del Corazón de Jesús, que no por eso retirará al alma su amor, sus favores, ni su intimidad.

Por eso dejó a Sor Consolata, para todas las almas, el siguiente precioso recuerdo (15 de diciembre de 1935): Cree que nunca serás menos amada, aún cuando tu debilidad te llevase a ser infiel a las promesas de silencio, etc. Mira, Consolata, mi Corazón más subyugado está por vuestras miserias que por vuestras virtudes.

¿Quién salió del templo justificado? El Publicano. (Cfr. Lc 18, 10 y sig.). Es que ante un alma humilde y contrita mi Corazón no sabe contenerse... ¡Así soy Yo!
Recuerda siempre: que te amo y te amaré hasta la locura en cualquier momento y pese a tus debilidades que no quieres, pero que cometes.
Por lo tanto, jamás, jamás, jamás, la menor duda de que por una infidelidad tuyas se debiliten mis promesas; jamás ¿entiendes lo que digo? De otro modo, herirías mi Corazón en lo más íntimo, Consolata.

Ten presente que sólo Jesús sabe comprender vuestra debilidad, Él sólo conoce toda la humana flaqueza.
Consolata, la culpa de dudar de que, por motivo de tus infidelidades, no cumpla Yo mis promesas, tú jamás, jamás, jamás, la cometerás; ¿me lo prometes? ¡Tú no me harás semejante ultraje, porque sufriría mucho!

No hemos de creer que todo esto vaya exclusivamente dirigido a las almas de avanzada perfección, cual lo era Sor Consolata, que hubiera preferido la muerte a cometer una infidelidad a sabiendas. Repitámoslo: Jesús, a través de Sor Consolata, trata de hablar a todas las almas: aún a las que en los comienzos de su renovación espiritual, sienten continuamente la aspereza de la lucha; así como a las que, después de haber avanzado en el camino de la perfección, y cuando se creían ya invulnerables a un asalto más violento e inesperado del enemigo, permitiéndolo Dios, tuvieron que experimentar de nuevo la flaqueza humana.

Entonces es el momento de echar mano a todas las fuerzas del alma en un supremo acto de confianza en el Corazón de Jesús. Escuchen todas estas almas las siguientes palabras llenas de aliento que Jesús dirigía a Sor Consolata, en la misma ocasión de que hablamos arriba:
Mira, Consolata, el enemigo el diablo, hará todo lo posible porque sacudas de ti la ciega confianza que en Mí tienes puesta, y no olvides jamás que soy y me complazco en ser exclusivamente Bueno y Misericordioso.
Comprende, Consolata, mi Corazón; comprende mi amor y no permitas jamás, ni un solo instante, que el enemigo penetre en tu alma con un pensamiento de desconfianza, ¡jamás! Créeme únicamente y siempre bueno, créeme únicamente y siempre madre para contigo.

Imita a los niños que, al menor arañazo en un dedo, corren a la madre para que se le vende. Haz tú siempre lo mismo: no olvides que yo borraré y repararé tus faltas, imperfecciones e infidelidades, como la madre venda el dedo real o imaginariamente enfermo.
Y si ese niño, en vez del dedo, se rompiese un brazo o la cabeza, dime, ¿eres capaz de describir la ternura, la delicadeza, el afecto con que le curaría, le vendaría su madre?.
Así haré Yo con tu alma si legase a caer, aunque lo disimulara ¿Lo entiendes, Consolata? Luego, jamás, jamás, jamás, la menor sombra de desconfianza. La desconfianza me hiere en lo más íntimo del Corazón y me hace sufrir.
Pero le prometía, para su consuelo, que no la dejaría caer en faltas graves: No, amada mía, ni la cabeza, ni el brazo dejo que se te rompan. Haz de saber que lo que a ti te digo, un día servirá para otras almas; por eso te lo hago escribir.

Repitamos que la divina lección de Jesús a Sor Consolata es para todas las almas, puesto que acá abajo nadie puede pretender vivir sin faltas o imperfecciones: Si dijéramos que no tenemos pecado, nosotros mismos nos engañaríamos, y no habría verdad en nosotros (1 Jn 1, 8).
También Sor Consolata –no nos cansemos de repetirlo- tuvo sus defectos, que, como el lector lo ha podido ver, ella no los oculta, ante parece complacerse en ponerlos a la vista, insistiendo y hasta poniendo de relieve su fealdad. Eran siempre defectos externos, como ímpetus repentinos, causados casi siempre por el celo en la observancia.

Ahora, preguntémonos: ¿Qué cantidad de culpa podían tener ante Dios estos actos en un alma de índole ardiente de carácter pronto y casi impetuoso, que muy bien pudiera denominarse “rayo y tempestad”?
¿En un alma que, acaso el mismo día había ya luchado hasta el heroísmo para reprimir, no una, sino diez, veinte veces, los impulsos desordenados de la naturaleza?
¿Y que, después de tales ímpetus, al momento se arrepentía, se humillaba gustosa delante de Dios y de las criaturas, con sincero propósito de enmendarse?

Recuérdese además, que muchas veces, tales defectos exteriores son como un velo de que Dios se sirve para ocultar a los ojos de los demás, sus dones y sus operaciones en un alma.
“Los que nunca luchan para perfeccionarse, dice San Juan Crisóstomo, nunca son heridos; el que se lanza con ardor contra el enemigo, muchas veces es por él alcanzado.” (Ad. Theodlaps, lib I, No. 1)

Esta desviación del tema no nos parece inútil, siendo tan importante que las almas –y los directores de almas-, no descuiden lo esencial por lo accesorio. Mientras tanto, he aquí cómo Jesús, continuando su más maternal exhortación, animaba a Sor Consolata:
¿Querrías que te prometiese no dejarte caer jamás, sino ser siempre fiel, siempre perfecta? No, Consolata, no quiero engañarte y por eso te digo que cometerás faltas, infidelidades e imperfecciones, las cuales te servirán para avanzar, porque te obligarán a practicar muchos actos de humildad.

Ciertamente, es fácil para el alma mantenerse en la confianza, cuando goza de la protección divina, no pudiendo decirse lo mismo cuando camina entre tinieblas espirituales, atacada por el diablo. Por lo que Jesús, preparando a Sor Consolata a esta contingencia, la prevenía así (27 de noviembre de 1935):
Sí, Consolata, hoy el cielo de tu alma es hermoso como el cielo de la naturaleza ¿Lo ves?. Es rosado y azul.
Pero dentro de poco, sobre ese hermoso cielo de amor y de confianza se extenderán espesas tinieblas...

¡Ánimo, Consolata! Será en los días fructuosos de la prueba, cuando podrás mostrar con hechos a Dios tu amor y tu confianza en Él ¡Oh, confía! ¡Confía siempre en Jesús! ¡Si supieses cuánto me gozo en ello!
Dame siempre esta alegría de fiarte de Mí, aún entre tinieblas de muerte; dame siempre la alegría, en cualquier hora tenebrosa en que te encuentres, dí con ánimo un: “Jesús, confío en Tí, creo en tu amor para conmigo y me confío enteramente a Ti.”

Así es, en efecto, hizo Sor Consolata, conservando inalterable su confianza, llevándola siempre muy en alto. Desde el 14 de agosto de 1934, vigilia de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María, iba poniendo en manos de la celestial Madre después de haberlo escrito con su propia sangre, el siguiente voto de confianza:
“Madre, en tus manos pongo el voto que hago a Dios Nuestro Señor, de confiar en su bondad, en su Misericordia, siempre, en cualquier estado en que mi alma se encuentre, y de creer siempre en lo que me ha prometido.
Oh dulce Madre, con tu ayuda quiero esperar, confiar, creer todo esto de la omnipotencia del buen Dios.
¡Dios mío, te amo con todo mi corazón y confío en Ti!”

El “Dios mío, confío en Ti” o bien: “Jesús, en Ti confío” se desliza de continuo en todos los escritos de Sor Consolata: son como el sello de todos sus propósitos, de todo su volver a comenzar después de una infidelidad, de todo empuje hacia la perfección.
¿Tiene algo de extraño que el Corazón de Jesús se dejase conquistar por tan gran confianza? Los dones divinos, las magníficas promesas por Él hechas a Sor Consolata, todo es fruto y premio juntamente de este su confiado amor.
Sor Consolata creyó, pero creyó con una fe que no sólo transporta, o mejor pulveriza las montañas de los propios defectos, sino que pone la omnipotencia misma de Dios al servicio de la criatura.

Jesús así se lo confirmaba: (6 de agosto de 1935): ¿Sabes qué es lo que me atrae a tu alma? La ciega confianza que tienes en Mí. (20 de octubre de 1935): La confianza ciega, infantil, sin límites, inmensa, que tienes en Mí, me agrada tanto que por eso me inclino hacia ti con tanto amor y con tanta ternura.

Por esta confianza obrará Él en ella maravillas sobre maravillas (8 de octubre de 1935): Haré en Consolata, cosas maravillosas porque tu confianza en Mí no tiene escollos. Tú crees en Jesús, en su Corazón misericordioso, y ¡todo es posible para el que cree! (Cfr. Marc 9, 22).
Por esta confianza la llevará a la cima de la santidad (18 de noviembre de 1935):
Si te hubieras fiado de ti misma o apoyado exclusivamente en una criatura mía paraalcanzar la cumbre, hubieras dado pasos de caracol; pero te fías sólo de Jesús, te has apoyado sólo en el Omnipotente y realizaré maravillas, haremos vuelos de gigante.
Por esta confianza derramará Él en su alma los tesoros de su Corazón Divino:
Consolata, tú no pones límite a tu confianza en Mí y Yo no pongo límites a las gracias que derramo en ti.

Y precisamente por lo que respecta a la confianza, hará de Sor Consolata, no sólo un apóstol en el mundo, sino el apóstol de los apóstoles. Esta promesa le hizo Jesús por primera vez el 22 de octubre de 1935: ¡Consolata, te haré apóstol de los apóstoles!
Más tarde, el 10 de diciembre de 1935, se lo confirma y explicaba diciéndole: Aquel Dios que se complació en elegir a una niña para hacer de ella un apóstol de apóstoles por la confianza que se debe tener en Dios, sabrá infundir a esta niña tal y tanta generosidad, que la hará superar las pruebas y conducirla vencedora a la cumbre deseada.

Y el 3 de noviembre de 1935, inspirándole seguridad para afrontar las pruebas que le esperaban: Consolata, nada temas. Nadie podrá ya detener tu vertiginosa carrera hacia el fin, nadie; porque Yo estoy en ti y tú te fías única, ciega, y totalmente de tu Jesús. ¡Me gozo en ello y verás qué sabré hacer de Consolata!

No temas de nada ni de nadie: tienes contigo a Dios, que piensa por ti, que te protege como a las niñas de sus ojos. Te juro que corresponderás plenamente a los designios que Jesús ha formado sobre ti. “Del seno del que cree en Mí manarán los ríos de agua viva.” (Jn 7, 38).

¡Oh, confía, confía siempre en Jesús! ¡Si supieses cuánto me gozo en ello! ¡Dame este consuelo de que te fíes de Mí aún entre las tinieblas de la muerte!
Jamás temas nada, confía en Jesús totalmente, solo y siempre; y aún cuando descendieran sobre tu alma las tinieblas para envolverte en ellas, oh entonces repite aún más intensamente: “Jesús, no te veo, no te siento, pero me fío de Ti!” Así en toda clase de pruebas.
Tu confianza en Mí es grande Consolata; trata de que sea heroica en los días de prueba.

Oh Jesús, no quiero ni envilecerme ni desanimarme, quiero que desde este instante con tu ayuda, levantarme, luchar, perseverar en la lucha para poder decir con San Pablo en el momento de la muerte: He combatido el buen combate, he concluido la carrera, he guardado la fe (2 Tim 4, 7).

“Sé que me espera una lucha continua, enfurecida, tenaz, cotidiana, desde la mañana hasta la noche: la lucha de los pensamientos por conservar por Ti la mente, la lengua, el corazón inmaculados. Sé que me espera un esfuerzo supremo de todas las energías para darte un acto incesante de amor, para verte en todo, para ofrecer un “sí” generoso a toda inspiración y exigencia divina; y sé que el odio maligno del diablo se aprovechará de todas las coyunturas para impedirme, para detenerme en la amorosa ascensión hacia Ti.”

“...Una mañana de un día de retiro (creo que en el verano de 1931), no habiendo podido hacer la visita a Jesús sacramentado con las hermanas del noviciado, me encaminé sola hasta la puertecita del Santo tabernáculo. Abro el libro del retiro y leo: “¡Te creo omnipotente!” Esta frase me impresionó.
Cierro el libro y recibo de lleno la luz divina. ¡La omnipotencia divina! Y comprendí que a pesar de todas mis extremas debilidades y miserias, Dios podía hacerme santa.
Y con la luz sentí una nueva y fuerte esperanza: la confianza en Dios. Si era omnipotente, si lo podía todo, podía también realizar mis inmensos deseos. Y desde aquel momento creí que todo se llevaría a cabo.
Oh Jesús, si esta noche tu débil criatura con voluntad resuelta puede decirte: “¡Estoy pronta a todo!”.
¿A quién lo debo, sino a la omnipotencia misericordiosa que ha obrado el milagro de la transformación, que a mi innata debilidad ha sustituido tu fuerza divina?”
(10 de septiembre de 1942): “...hoy mi plegaria más ardiente es para obtener de Jesús la gracia de amarle como nadie le ha amado y para salvarle tantas almas como nadie se las ha salvado; y se lo repito en cada estación del Vía Crucis, hasta cansarle.

Una conclusión podemos sacar aquí anticipando lo que se explicará en las páginas siguientes sobre dicho fin, a saber: que el amor, la vida de amor, lleva realmente al alma al heroísmo de todas las virtudes, venciendo todas las debilidades de la naturaleza humana.
Bien comprendió esto Sor Consolata y por lo tanto jamás se perdió a lo largo del arduo camino tendido hacia la cumbre. Una noche, en los Maitines, se leían estas palabras: “Bienaventurada eres Tú, oh Virgen María, porque creíste al Señor”, y Jesús le susurró en el fondo de su corazón: “¡Consolata, un día lo dirán de ti!” ¡Oh Jesús, yo soy ya bienaventurada!
-¿Eres feliz porque tienes a Jesús? – Oh Jesús, ¿se puede desear algo más cuando se te posee? -¡No, querida, no se puede desear nada más!-.

AMAR AL AMOR ES AMAR A JESÚS

La otra verdad de la que debe estar íntimamente convencida el alma que desea relacionarse en la vida de amor; es amar al prójimo, y a todas las cosas. Jesús no pide otra cosa a sus pobres criaturas sino el amor.
Del mismo modo que las relaciones todas entre el Dios y la criatura por Él creadas se compendian en la palabra de San Pablo: “Me amó” (Gál 2, 10), así todas las relaciones entre la criatura y el Creador se compendian en esta otra del Evangelio: Amarás al Señor tu Dios (Mt 22, 37).

Amor por amor, lo demás que la criatura puede darle, es ya suyo y Él puede tomarlo a su placer, aún la misma vida. El amor no; es libre en la tierra y la criatura puede negarlo. Pero Dios lo quiere, lo exige, lo pretende; de él se ha hecho el fin de la creación del hombre; lo ha proclamado como su primer mandamiento, de cuya observancia depende la consecución de la vida eterna (Mt 22). Y lo quiere entero: quiere ser amado con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con todas las fuerzas.

Y para lograr nuestro amor bajó del cielo, se hizo hombre y mendigo a los pies de su criatura: ¡Dame de beber! (Jn 4, 7). Es una invitación continua, insistente y hasta conmovedora del Dios sediento del amor de su criatura.
No encontrándolo Jesús en la mayor parte de los hombres y no recibiéndolo enteramente sino de algunas almas a Jesús consagradas, lo va mendigando de las almas pequeñas que comprenden mejor el anhelo del Corazón Divino y saben corresponder, decía Jesús a Sor Consolata (15 de octubre de 1935): Tengo sed de ser amado de corazones inocentes, corazones de niños, corazones que me amen totalmente.
Lo pide a estas almas, a fin de que, a través de ellas, se difunda por todo el mundo (13 de octubre de 1935).
Consolata ámame tú por todas y cada una de las criaturas, por todos y cada uno de los corazones que existen.
¡Tengo tanta sed de amor!

Esta sed de amor que todo corazón humano debiera sentir por el Dios-Creador, la siente el Creador por el amor de la criatura (9 de noviembre de 1935): ¡Ámame, Consolata, tengo sed de tu amor, como el que se muere de sed, tiene sed y desea una fuente de agua fresca!

Es tal y tanta sed de amor, que llegaba a decir a Sor Consolata (3 de noviembre de 1935): Consolata, escribe, porque te lo impongo por obediencia, que por un acto de amor tuyo crearía el Paraíso.
Si esto es grande, más grande es que Dios encuentre su paraíso en el corazón de quien le ama (9 de noviembre de 1935): ¡Consolata mientras tú me ames continuamente, Yo en tu corazón gozo de un Paraíso!

Como enseña la Escritura, los Santos Padres y la Teología, toda alma en estado de gracia es un templo, el trono, el cielo de Dios. ¿Qué decir, entonces, del alma que no sólo vive en el amor, sino que vive de amor?
Decía Jesús a Santa Margarita Alacoque:
“Hija mía me son tan gratos los deseos de tu corazón, que si no hubiese instituido mi divino Sacramento de amor, lo instituiría por amor tuyo, para tener el placer de morar en tu alma y tomar mi descanso de amor en tu corazón” (Vida y Obras, II, 105).

Y ahora he aquí que dice a Jesús a Sor Consolata (29 de octubre de 1935): Eres mi pequeño paraíso; una comunión tuya me recompensa todo lo que he sufrido por buscarte, tenerte, poseerte. –Pero Jesús ¡si no sé decirte nada!
–No importa, pero tu corazón es mío, exclusivamente mío y Yo ¿qué quiero de mis criaturas sino el corazón?
A todo lo demás no miro y cuando un corazón es mío, exclusivamente mío, ¡oh entonces este corazón viene a ser para mí un paraíso! ¡Y tu corazón es mío, es ya eternamente mío!

Otra vez, insistiendo sobre la misma idea, le recordaba las palabras de Santa Teresita: “¡Oh Jesús, que pueda yo contar a tus almas pequeñas tu inefable condescendencia!” y le añadía (27 de noviembre de 1935): Consolata, cuenta a las almas pequeñas, a todos mi condescendencia inefable, dile al mundo cuán bueno y maternal soy y, como no pido, en cambio, de mis criaturas, más que el amor.
Tú lo puedes contar, Consolata, cuenta mi extrema misericordia y extrema condescendencia maternal.

El amor: he aquí el fuego que Jesús vino a poner en la tierra y quiere que arda en todo corazón (15 de diciembre de 1935): ¡Oh, si pudiera descender a todos los corazones y derramar en ellos a torrentes las ternuras de mi amor!... ¡Consolata, ámame por todos y, con la oración y la inmolación, prepara al mundo para el advenimiento de mi amor!

Jesús, pues, quiere salvar al mundo, pero el mundo tiene que volver a Jesús. Con Él la paz en la tranquilidad del orden, sin Jesús la anarquía y la ruina para toda la humanidad. ¿Y para volver a Jesús? Un solo camino, lo mismo para las almas como para las naciones: ¡El amor a JESUCRISTO! Esta es toda la ley, todo el cristianismo.

En el cumplimiento de este solo precepto, que abarca a Dios y al prójimo, está la salvación: Haz esto y vivirás (Lc 10, 28). El protestantismo, por una parte, el jansenismo, por otra parte, en estos últimos siglos han apagado poco a poco este fuego sagrado en el corazón del cristianismo y lo han matado por lo menos en muchas almas.
La máscara de un cristianismo de la Iglesia Católica y que ella constantemente ha dejado los corazones, los ha alejado de Dios, llevándolos progresivamente al indiferentismo, al escepticismo, al ateísmo, al paganismo.

Para volver a Jesús es, pues, necesario volver al Evangelio que Jesús mismo ha depositado en el seno de la Iglesia Católica y que ella constantemente ha defendido y enseñado: el Evangelio del amor y de la caridad.
Creer en el Evangelio es creer en el Amor, practicar el Evangelio, es amar.

EL AMOR Y LA SANTIDAD ES PARA TODOS, SIN DISTINCIÓN

Sólo Dios sabe cuántas almas santas hay hoy en la iglesia Católica militante. La vocación a la santidad es de todos los cristianos indistintamente, como miembros de un mismo cuerpo místico. Si santa la Cabeza, santos también los miembros. Cuando en el Evangelio Jesús dice: Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre que está en los cielos (Mt 5, 48) se dirige a todos los cristianos.
Cuando San Pablo escribe: Esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación, (1 Tes 4, 3) también se refiere a todos los cristianos.

Si Dios nos quiere santos, sin duda alguna nos da las gracias necesarias para conseguir la santidad; por otra parte, todo lo que Jesús ha hecho por nosotros, o nos ha dado y dejado, todo es en orden no sólo a nuestra salvación, sino a nuestra santificación.
El deseo, el contento, quisiéramos decir la ambición de Jesús, es precisamente la de vernos santos. Él lo confirmaba a Sor Consolata diciéndole: ¡Si supieses cuánto gozo al hacer a un alma santa!

Todos debieran hacerse santos para procurarme ese placer. ¿Quieres una pálida idea de ello? Piensa en la alegría que experimenta una madre cuando ve a su hijo volver radiante de gozo con el triunfo conseguido: ¡la felicidad de esta madre es indescriptible! Pues bien, mi felicidad al ver a un alma que ha llegado a la santidad supera inmensamente a esta débil imagen. Jesús habla también aquí a todas las personas.
Para ser santos no es necesario hacer penitencias extraordinarias. Un día Sor Consolata, atacada de gripe maligna, se apoyó en el banco mientras estaba de pie en el coro, luego se sentó (lo que jamás hacía por espíritu de mortificación). Pero al momento sintió un poco de pena y pidió perdón a Jesús.
Y Jesús le dijo: ¡Ten paz, no me creas severo, Consolata! Jesús, que a tu padre San Francisco enviaba el cuervo a que le despertara más tarde por la mañana, únicamente porque había dormido poco durante la noche, puede permitir a una criatura suya que se apoye, que se siente en el coro, porque... te sientes enferma.
¿Has comprendido que Jesús es la bondad, la misericordia, la indulgencia?

He aquí la bella lección de Jesús al respecto (24 de septiembre de 1936):
Consolata, le dijo Jesús: recuerda que soy bueno, no me desfigures. Mira, la santidad gusta al mundo figurársela con imágenes todas de austeridad, disciplinas, cadenillas...
No es así. Si el sacrificio, si la penitencia forma parte de la vida de un Santo, no es toda la vida.
El Santo, es decir, el alma que se da generosamente a Mí, es el ser más feliz de la tierra, porque Yo soy bueno, exclusivamente bueno.

Oh, no olvides jamás que Jesús, a quien ves morir en una cruz, al final de su vida mortal, es el mismo Jesús que durante treinta años vive como todos los hombres, en el seno de la propia familia; es el mismo Jesús que en los tres años de predicación se sienta y toma parte en los banquetes. Y Jesús era santo, Consolata, el más santo de todos los hombres. Por lo tanto, en tus necesidades no me desfigures, piensa que Jesús es siempre bueno, que para ti es y será hasta tu último suspiro, toda ternura maternal.

Si me complazco en la fidelidad a tus promesas, me complazco también en tu confianza en mi maternal bondad, y cuando sientas verdadera necesidad, veré gustoso que hagas excepciones. Recuérdalo, no lo olvides nunca: Jesús es bueno; no me desfigures.

En suma, si Jesús en el Evangelio llama a todos los seres humanos a la santidad, y a todos ha dado ejemplo, debe ser necesariamente una santidad única para todos y accesible a todos: si bien pueden ser diversos los caminos que a ella conducen, según la distinta condición de las personas y los diversos designios que Dios tiene sobre las almas.

Esta santidad reside esencialmente en el amor: como lo que une al alma al manantial de toda santidad, que es Jesucristo. Y si bien no de todos exige los mismos sacrificios, o en la misma medida, de todos quiere ser amado, y amado con todo el corazón, con toda, la mente, con toda el alma, con todas las fuerzas.

De este amor tan total ha hecho para todos un mandamiento preciso, compendio de toda ley. Por eso, cuando un alma le da este todo, es santa, y lo es en la medida en que le ama tan totalmente, sin que pueda esto efectuarse sin renunciar (Lc 14, 33) a todo lo que se opone al perfecto amor, como luego veremos más detalladamente.

Se ha de comprender fácilmente el significado preciso de la siguiente lección de Jesús a Sor Consolata, en la que se repite la idea de la precedente (16 de diciembre de 1935):
Consolata, diles a las almas que prefiero "un acto de amor" y una comunión de amor a cualquier otro don que puedan ofrecerme. Sí, un acto de amor a una disciplina, porque tengo sed de amor.

¡Pobres almas! Para llegar a mí creen que es necesario una vida austera, penitente y llena de sacrificios.
Mira cómo me desfiguran, me hacen temible, castigador, siendo como soy, solamente bueno y amable con ellos. Cómo olvidan el precepto que les he dado, que es el compendio de toda ley:
amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, etc.
Hoy, como ayer, como mañana, a las pobres criaturas les pediré sólo y siempre amor.
Oh, si los cristianos comprendiesen más a fondo el Evangelio, en su espíritu, cuánto más fácil y alegremente lo traducirían a la práctica en su vida cotidiana. ¡Amor por amor: esto es todo!

EL AMOR Y LA INTIMIDAD CON JESUCRISTO

Fin y fruto de la vida de amor es, pues, la unión del alma con Jesucristo, para el logro de la santidad. Este es el tesoro de que habla el Evangelio y quien lo ha descubierto compra el campo en que está escondido, vendiendo todo lo que tiene.
No todos comprenden este lenguaje. Son relativamente pocas almas, aún entre consagradas a Dios, que logran descubrir tal tesoro; o si lo han entrevisto, no llegan a poseerlo, porque no saben imponerse las necesarias renuncias.
Podrían vivir una vida divina y divinamente fecunda, y se detienen en el umbral del palacio real, adaptándose a un tenor de vida poco más que mediocre o por lo menos muy distante de la perfección a que están entregadas.

Jesús, Rey de amor, da todo, pero quiere todo: el corazón con todos los latidos, la mente con todos los pensamientos, los sentidos con todas las operaciones, el alma con todas las potencias. Entonces Jesús no pone límite en el dar y en el darse; y el alma, como absorta en Él, vive y obra en Él, en una tan inefable intimidad de afectos y de intenciones, que sólo se encuentra en la vida de los ciudadanos del cielo.

Todas las exigencias de amor de Jesús a Sor Consolata tienden precisamente a esto: a llevarla a una unión actual y estable y, como tal viva e íntima con Él. No hay por lo tanto por qué extrañarse, si el adoctrinándola, llevase mucho más allá sus exigencias, hasta no permitirle la mínima distracción voluntaria (8 de agosto de 1935):
por ningún motivo apartes tu mirada de Mí, así llegarás más de prisa hacia la ribera eterna.

Si la quería perfecta en todo, mucho más en este punto de donde sacan su perfección las virtudes (10 de octubre de 1935): Te quiero perfecta, te quiero continuamente conmigo: ¡Jesús sólo! Yo, sólo basto para todo. ¿Te fías de Mí? No la apartaba, no, materialmente de las criaturas; antes exigió en ella una perfecta vida común en todo, comprendidas las recreaciones, y sin embargo había de procurar, en todo tiempo y lugar, no distraer su mente y corazón de Él (5 de agosto de 1936): ¿Sabes lo que quiero de ti? La continua intimidad sin repartirte un solo instante; siempre conmigo, aún cuando tengas que hablar con las criaturas.

Unida tan íntimamente al Santo de los Santos, Jesucristo, el alma dará rápidos y seguros pasos en el camino de la santidad. Ciertamente, tendrá que esforzarse siempre por corresponder a la acción de la gracia, especialmente con la fidelidad de los propósitos que son su actuación práctica, pero he aquí lo que Jesús dice a Sor Consolata (23 de junio de 1935): Yo soy siempre fiel a mis promesas; así tú, si estás siempre en Mí, serás fiel a lo que me prometes, a tus propósitos, porque lo que hay en la vid, hay en los sarmientos.

Con la fidelidad de los propósitos vendrá la práctica de todas las virtudes, que en Jesucristo existen en grado infinito y que Él las hace pasar al alma en la medida en que le está unida (22 de agosto de 1935), le dijo a Consolata: Permanece en Mí y formemos una sola cosa y lograrás mucho fruto y serás poderosa, porque desaparecerás como una gota en el seno del océano; y pasará a ti mi silencio, mi humildad, mi pureza, mi caridad, mi dulzura, mi paciencia, mi sed de sufrimientos, mi celo por las almas, para querer salvarlas a todas y a toda costa.

Como se ve, es la transfusión de la vida divina en el alma de la persona que se une a Jesús. Se esta tan íntimamente unida a Jesús, el Dios del Amor, que es la santidad por esencia, el alma no puede menos que quedar absorta en sí mismo (12 de noviembre de 1935): Recuerda siempre que "Yo" solo soy Santo y puedo hacerte santa, transfundiendo mi Santidad en ti: mi Santidad se vuelve tuya, como tuya es mi pureza, tuya mi humildad ¿comprendes lo que te digo?

Todo esto es fácilmente comprensible, con solo considerar que la perfecta unión de los corazones dice la comunidad de bienes. En nuestro caso, como el alma no tiene ningún bien propio, los bienes de Jesús son suyos. Cuántas veces, exhortando a Sor Consolata a esta íntima unión repetía: ¡lo que es mío es tuyo Consolata!
Y especificaba, juntamente con todas las virtudes: tuyas mis palabras, mis pensamientos y por lo tanto mi dolor y mi amor.

Y esta unión no es solamente fruto abundantísimo de santificación sino de apostolado, que los dos dones santificación y alma, son inseparables y están en razón directa el uno del otro (19 de noviembre de 1934):
Pues si tienes sed de amarme y de salvar almas, permanece siempre en Mí: en el trabajo, en la recreación, etc.

No me dejes un instante y tendrás mucho fruto. Mira a San Pedro: había pescado solo toda la noche y apenas había recogido algo; conmigo apenas echó las redes, las sacó llenas de peces. Así tú si estás en Mí, si no me dejas un instante, siguiendo toda inspiración de mortificación que Yo te sugiera, echarás la red y Yo la retiraré llena de almas, que solo conocerás cuando estés en el cielo junto a mis elegidos.
Esta leccioes son preciosas para todas las almas, sin distinción, las que habitan en claustros, iglesias, casas: la santidad es la base del apostolado, como la unión con Jesús es la base de la santidad. Ahora bien, como se dijo, el amor es precisamente el que actúa tal unión. Después de referir a Sor Consolata las palabras de San Juan: Dios es amor y el que está con el amor, está con Dios y Dios con él (1 Jn 4, 16), Jesús se las comentaba de esta manera: "Mira, Yo soy El Amor y mientras permanezcas en el Amor, en Mí permaneces, pero también Yo en ti. Por lo tanto cuando calles y ya no me sientas, recuerda siempre que, desde que me amas, estoy en ti y tú en Mí... y tú quieres solo y siempre amarme ¿no es así?
Siempre pues Yo habito en ti y tú en Mí". Si el amor es el trámite de nuestra unión con Jesús, síguese que cuanto más perfecto es el amor, tanto más perfecta será la unión.

LA CASTIDAD Y EL AMOR A JESÚS

Tal perfección de amor, y por consiguiente de unión con Jesucristo, no puede prácticamente conseguirse sino a través de una triple virginidad: de mente, de lengua, de corazón (cuerpo).
Jesús se refiere a ella diciendo a Sor Consolata (19 de abril de 1936):
"Para orar sientes la necesidad de estar cercada por el silencio, y así estar unida a Mí, es preciso que en el interior haya profundo silencio."
Un pequeño ruido turba la oración; asimismo, una nada que te distrae turba la intimidad. Virginidad siempre...
Es de suma necesidad tener castidad por completo: de cuerpo, alma limpia, refrenar la lengua, y los pensamientos.

En otras palabras: Virginidad que –siempre dentro de las divinas lecciones-, se resume en un triple silencio:
de pensamiento (virginidad de mente), de palabras (virginidad de lengua), de intereses (virginidad de corazón).
Como se ve, la vida de amor practicada en toda su perfección es cosa muy diferente de un juego de palabras; nadie puede considerarse dentro de esta doctrina que no esté decidido a sacrificarlo todo. No se trata de grandes austeridades, sino de una mística crucifixión de todos los sentidos por amor a Jesucristo.

Y ante todo, virginidad de mente en el silencio de los pensamientos: Ama al Señor tu Dios con toda tu mente (Mt 22, 37). No es un consejo para las almas religiosas, sino un mandato dirigido a todos los cristianos, el primero de los mandamientos. Hay pues que cumplirlo. Dios no manda realizar cosas imposibles para el ser humano, por lo tanto, se puede cumplir. Pero entiéndase bien, según el estado de cada uno y la gracia que Dios le otorga; aunque siempre se requiere el esfuerzo personal.

A Sor Consolata en esto también le exige Jesús la máxima perfección. Le decía (24 de marzo de 1934):
Consolata, ¡sabes que te amo mucho! Mira. mi Corazón es Divino, sí, pero es también humano como el tuyo y por consiguiente tiene sed de tu amor, de todos tus pensamientos. Si piensas en otros aunque sean personas santas, y no piensas en Mí, Yo estoy celoso de tus pensamientos, los quiero a todos.
Oye Consolata: Yo pensaré en todo, hasta en las más mínimas cosas, y tú piensa sólo en Mí; tengo sed de tu amor.
No me escatimes ni un sólo pensamiento, serían espinas en mi cabeza.

Si los pensamientos inútiles, morbosos, malos, dañinos, voluntariamente admitidos por cualquier alma son espinas en la cabeza de Jesús, la renuncia a esos mismos pensamientos somete al alma a una lucha incesante, que para ella son muestras de innumerables actos de renuncias. Las espinas que ella quiere evitar que a Jesús le claven en su propia cabeza (2 de agosto de 1935): ¿Consolata, Me ves coronado de espinas?
Tú puedes realmente imitarlo no dejando entrar un sólo pensamiento, ni uno sólo. Así se salvan las almas y tú te ves libre para amar. Y no es una corona transitoria, sino de toda la vida, con la que el alma quiere mantenerse en la virginidad de mente (7 de octubre de 1935): La corona de espinas desde el momento en que rodeó mi frente, ya no la dejé, así debes hacer tú: el único pensamiento debe ser amar. Y sabes ¿cuándo dejarías la corona de espinas?
Cuando te detuvieses en un pensamiento cualquiera que él sea.
Ciertamente, la lucha contra los pensamientos inútiles es de las más duras, como experimentó Sor Consolata durante toda su vida. Fue no obstante llevada con táctica, con calma y dulcemente, con gran paciencia y mayor constancia, sin pretender no obstante llegar en la virginidad de mente, a una perfección que no es de esta vida.

En efecto, no depende del alma ser más o menos asaltada de pensamientos inútiles, como ningún alma, por perfecta que el alma sea, no debe pretender vivir sin la lucha contra los mismos o hacerse la ilusión de que tal lucha va a tener término en esta vida. Basta al alma no admitirlos voluntariamente, es decir, rechazarlos inmediatamente, según explicaba Jesús a Sor Consolata (5 de octubre de 1935): Mira Consolata, los pensamientos que vienen a tu mente y tú no los quieres, por tu parte no son infidelidades.
Cuanto más insistente es ésa lucha, mayor es el mérito para el alma (31 de octubre de 1935): ¿Quieres aceptar los pensamientos inútiles? No, entonces todo es mérito.
Cuando no se desea sino amar, todo lo que obstaculiza este amor es meritorio. ¿Lo entiendes?
Y no solamente meritorio para el alma, sino también provechoso para el bien de las demás almas (20 de octubre de 1935): Permito esta lucha de pensamientos que te asaltan, porque me da gloria y salva almas.

"Ofréceme en cada instante cuando un pensamiento malo e inútil llegue a tu mente: “¡Por ti Jesús y por las almas!” Estos pensamientos que no quieres y no deseas y que se presentan continuamente desde la mañana hasta la noche, para impedirte amarme, Yo lo cambio en gracias y bendiciónes para salvar las almas."

Jesús, pues, aún en esto, pretende que cada persona que desea santificarse ponga su esfuerzo, Jesús se contenta, es posible amar a Dios con toda la mente, y más aun con una perfecta virginidad de mente.

Juntamente con la virginidad de mente pedía Jesús a Sor Consolata la virginidad de lengua, sin la cual la primera sería poco menos que imposible. Toda palabra inútil, morbosa, dañina, engendra siempre un poco de disipación en el espíritu y la disipación disipa en primer lugar la intimidad con Jesús. Todas las almas que anhelan vida interior han amado el silencio. Así Santa Teresita, escribe de el P. Petitot: “Se propuso no traspasar jamás la ley del silencio."
De este silencio –que fue y será siempre uno de los puntos fundamentales de la vida ascética-, Santa Teresa comprendió tan perfectamente toda la soberana eficacia como lo podría hacer un fundador de Orden. Por eso tuvo al silencio religioso en una estimación capaz de pasmarnos; a él consagró un verdadero culto” (P. H. Petitot: Un renacimiento espiritual, c. I, a. IV). Se dirá que todo esto no reza sino con las personas en claustros.
A lo que respondemos que si es cierto que las exigencias son diversas según las almas, también es cierto que Jesús ha dejado dicho en el Evangelio para todos sus hermanos: Yo os digo que hasta de cualquier palabra ociosa que hablaren los hombres han de dar cuenta en el día del juicio (Mt 12, 36).

No hay porqué extrañarse si Jesús después de haber pedido a Sor Consolata todos los pensamientos, le pida todas las palabras (30 de marzo de 1934): "Ahora todos tus pensamientos son míos, dame todas tus palabras, las quiero todas: quiero un silencio continuo, te quiero toda mía. ¡Oh, no temas, tomando yo la responsabilidad de los pensamientos y de las palabras, o sea tomando yo la responsabilidad de hacerte observar estas dos promesas;
¿estás contenta? ¿Tienes confianza en Mí?

El silencio requerido por Jesús a Sor Consolata, además del de regla, incluía el propósito de no hablar sin ser preguntada, excepto (se entiende) cuando lo pide el deber o la caridad (14 de julio de 1935): "Quiero que pienses sólo en Mí y no hables si no se te pregunta; entonces contestaré Yo, siempre, y tú no te asombres de las respuestas que salgan de tu mente, porque soy Yo el que te las digo."

Respecto a las diversas acciones del día le sugería Jesús con relación al silencio (22 de agosto de 1936): "Cuando dudes sobre la elección de dos acciones, escoge siempre aquella en la que te encuentres más sola, donde puedas guardar más silencio, donde puedas amar más. Esta es mi voluntad."

En la recreación las monjas capuchinas tienen media hora al día-, Sor Consolata regularmente participaba, como en un acto de comunidad, y la norma que Jesús le había dado era: "En la recreación habla solamente cuando la conversación toma un giro peligroso, para desviarla." Fuera de este caso, tenía que atenerse aún aquí a no hablar sino cuando era preguntada. Esta regla estaba en vigor no sólo los días ordinarios, los días de semana, sino también los días de gran solemnidad, cuando se dispersa el silencio (8 de diciembre de 1935): "También hoy, que se dispensa del silencio, sonríe a todas, pero si no te hacen ninguna pregunta, no hables con nadie, porque de otra manera sólo experimentarás remordimiento."

Consolata tuvo pues, que luchar también continuamente por el silencio. Dotada de una sencillez y franqueza extremas, absolutamente incapaz de fingir, en cuanto a ella y en cuanto a los demás, exteriorizaba lo que sentía en su interior: lo cual, entre otras cosas, era causa de muchas humillaciones, arrepentimientos, etc., tanto que un día Jesús mismos tuvo que intervenir y animarla diciéndole: "Un alma que realmente es mía, que está poseída por Mí, viene a ser como el aceite que rehúsa inexorablemente toda fusión con cualquier otro líquido, vinagre, agua, etcétera.
He aquí explicado tu aborrecimiento a cuanto no es verdad, sencillez, franqueza, obediencia, etc.

He aquí también porque si durante la lucha en la tentación, el diablo logra introducir en ti un pensamiento, una impresión contra la caridad, etc. no puede permanecer dentro de ti, sino que en la primera ocasión saldrá de tus labios. Y así además de servirte de humillación, te obligará a vigilar más. Mira, no pueden estar en ti estos pensamientos, porque en ti quiero estar Yo sólo."

La virginidad de mente es muy necesario para cerrar al diablo, el enemigo de la santidad, todo acceso en pensamientos, deseos impuros, impresiones malignas, emitir juicios desvalorizados, etc., y la virginidad de la lengua, tratando de no perjudicar a nadie, sino más bien hablando cuando sea necesario y poco, para evitar dichas faltas, que no dejan de serlo, por más que existan involuntarias.

Así se lo confirmaba Jesús (14 de septiembre de 1935): "Mantente firme en tu voto: no hables nunca si no se te pregunta; de esta manera evitarás todos los defectos y todas las imprudencias, y estarás segura de que las palabras con que hayas de responder serán siempre queridas y bendecidas por Mí".

Apunta aquí Jesús que huya, además de otros defectos, a la imprudencia. Sor Consolata tenía que evitar con todo cuidado descubrir la acción divina en su alma: cosa difícil en una comunidad religiosa donde las conversaciones las más de las veces versan sobre asuntos espirituales. Basta una frase, una palabra para traicionarse.

La virginidad de mente y de lengua es favorecida e integrada por la virginidad de corazón, la cual, además de imponer al alma religiosa el desprendimiento efectivo, exige el desprendimiento de todo lo que constituye el “pequeño mundo interior” del monasterio: sobre todo dando un adiós absoluto a todos los intereses no buenos, es decir, a la manía de ocuparse de asuntos extraños.

Y aquí es preciso recordar que esta triple virginidad de mente, de lengua, y de corazón, no es fin, sino medio para avanzar en la predicha perfección de amor. Le declaraba expresamente Jesús a Sor Consolata. (17 de junio de 1934): "Olvida todo y a todos y piensa sólo en amarme, concentra cada pensamiento, palpitación y silencio en esta única cosa: ¡amar!" (18 de agosto de 1936): "No pienses en nada, en nada, sino en amarme y en sufrir con todo el amor posible; eso te basta".

¿De qué, en efecto, aprovecharía el silencio de palabras, de interés por los demás, etc., si después el corazón estuviese vacío de Jesús? Luego, en el silencio por el silencio, sino el silencio por el amor y el amor por una vida en unión con Jesús (6 de noviembre de 1934): "Consolata, ahora en el olvido absoluto de todo pensamiento, en el silencio riguroso de toda palabra, vive intensamente de Mí, de Mí Corazón".

¿Qué significa vivir de Jesús intensamente? Significa vivir en tan íntima unión con Jesús, que casi desaparezca y se transforme en Él, se identifique, se deifique en Él. Es lo que de sí mismo decía San Pablo: No soy yo el que vivo, sino que Cristo vive en mí (Gál 2, 20). Y decía Jesús a Sor Consolata (6 de noviembre de 1934): "Si desapareces, si no das entrada a ningún pensamiento, Yo pensaré en ti; si tú no hablas, Yo hablaré en ti; si no buscas hacer tu voluntad, Yo obraré en ti; no serás ya tú la que vivirás sino que Yo viviré en ti".

De esta manera el alma con todas sus potencias y operaciones, queda como divinizada ¿y quién puede decir las admirables ascensiones que día tras día realiza en su propia santificación?
Por eso decía Jesús a Sor Consolata (23 de junio de 1935): "Da el adiós para siempre a todo pensamiento, a toda palabra; deja que todos hagan lo que quieran; tú estás en Mí, harás mucho fruto porque quien obraré seré Yo".

Todo el esfuerzo de Sor Consolata, a través del triple silencio de pensamientos, palabra, y preocupaciones por los demás, debía tender a esto: a conseguir la máxima intimidad de amor con Jesús. No quería otra cosa Jesús de ella, porque en esto está la verdadera santidad y toda la santidad (26 de septiembre de 1935): "Recuérdalo y tenlo bien fijo, tú que deseas reportar tanto fruto, que en el santo Evangelio no he dicho que sacarás mucho fruto si haces mortificaciones extraordinarias, sino si estás en Mí. Así pues, no te desvíes del recto camino y sea todo tu cuidado estar muy unida a la Vid, no te apartes del “¡sólo Jesús!”, ni siquiera con un pensamiento (Yo pienso en todo), ni con una palabra no requerida".

El alma que quiere progresar en la vida de amor deberá tener presente estas lecciones de Jesús a Sor Consolata sobre la castidad del espíritu. Que si es cierto que no son para todas las almas los caminos extraordinarios (gratiae gratis datae), también lo es que para todas las almas es la perfección de la caridad en su modo ordinario de desenvolvimiento hasta su completo desarrollo, como lo pide el primero y gran mandamiento de la Ley.

Este fue, repitamos, el punto de partida para Santa Teresita al abrazar el camino de amor y lo fue también para Sor Consolata, a la que Jesús confirmaba en ello: (7 de agosto de 1935): "Ámame, Consolata, ámame nada más; en el amor está todo y el amor me da todo".
(20 de septiembre de 1935): Cuando tú me amas, Me das todo lo que Yo deseo mis criaturas: el amor.
Por eso, no quería que desparramara las propias energías espirituales en la multitud de propósitos, siempre poco convincentes, siendo así que en este único propósito del amor están encerrados todos los demás (1 de diciembre de 1935): El amor es todo; fijándote en este único propósito, Me das todo.

Indudablemente es necesario observar la Ley, pero, ¿pero, quién la observa? El que ama. Si alguno me ama, observará mis palabras (Jn 14, 23). Y Jesús a Sor Consolata (15 de Noviembre de 1935): "Mira, Consolata, mis criaturas me hacen más temible que bueno y Yo, en cambio, me gozo en ser sólo y siempre bueno ¿Qué es lo que Yo pido?
El amor y sólo el amor, porque quien me ama, me sirve".

Por el contrario, el que no ama está ya fuera de la ley: El que no me ama, no guarda mis palabras (Jn 14, 24). El que observase la ley, pero sólo por temor, por miedo, no haría una obra perfecta, como Jesús decía a Sor Consolata (16 de noviembre de 1935): "Mira, Yo deseo ser servido por mis criaturas por amor. Y evitar la culpa por temor a mis castigos, no es lo que Yo deseo de mis criaturas, quiero castigar, pero obligan a ello. Quiero ser amado, quiero el amor de mis criaturas; y cuando me aman, ya no me ofenden. Cuando dos criaturas se aman de verdad, no se ofenden nunca; y así, y justamente así, ha de ocurrir entre el Dios-Creador y sus criaturas".

Un día Sor Consolata, impresionada por una frase oída en la meditación, se dirigió a Jesús: “Jesús, si maldito es el hombre que hace la obra negligentemente, será bendito el que la hace diligentemente”. Y Jesús le dijo (29 de noviembre de 1935): "Más que con diligencia, trata de hacerlo todo con gran amor. Sea que trabajes, que comas, que bebas, que duermas, que enseñas, que rezas. Hazlo todo con mucho, mucho amor, porque Yo tengo sed de amor. En cualquier acción, lo que busco es el amor". (Cfr. 1 Cor 10, 31)

Otra vez, insistiendo sobre este punto de valorizar todas sus acciones con el amor: (10 de octubre de 1935): Pon toda la atención en el deber actual para realizarlo con todo el amor posible". (16 de noviembre de 1935):" Tanto más valor tendrán tus acciones, cuanto más aumentes tú en amor".

Una mañana preparaba Sor Consolata un ramo de flores para la Virgen, pero estaban más bien marchitas y esto le disgustaba. La voz de la gracia le dio a entender lo siguiente: No siempre se pueden ofrecer a Dios flores bellas de virtudes, pero siempre pueden ir acompañadas del amor. Y Jesús no mira la flor que se le ofrece, sino el amor con que se le ofrece.

Si la mutua caridad fraterna cubre o disimula muchísimos pecados (1 Pe 4, 8) ¿cómo dudar que el amor no haya de suplir ante Dios los defectos, a que un alma puede estar sujeta?
En este sentido han de entenderse las siguientes palabras de Jesús a Sor Consolata (10 de noviembre de 1935):
¿"Estás llena de defectos? Mira, Yo prefiero un alma llena de defectos, pero con el corazón totalmente mío a otra que fuese perfecta, pero con el corazón dividido".

Se comprende, pues, que Jesús haya podido decir a Sor Consolata: "Cuando el corazón está muy enfermo, hace inerte a una persona por robusta que sea. Así ése corazón no es mío, no sé qué hacer de esas almas, por muy adornadas de virtudes que se crean". En suma, es más perfecta el alma que más se acerca a Dios; y como Dios es el Amor, se acerca más a Él y por consiguiente, es más perfecta el alma que más le ama. Se lo confirmaba Jesús a Sor Consolata con estas palabras: "El alma que me es más amada, es la que más me ama".

Ante todo, el amor es la primera y más perfecta reparación de los propios pecados. “El arrepentimiento que no tiene en cuenta el amor de Dios –enseña San Francisco de Sales- es diabólico, semejante al de los condenados. El arrepentimiento que no rechaza el amor de Dios, aunque todavía esté sin él, es bueno y deseable, bien que imperfecto y no puede darnos por sí mismo la salud hasta que haya llegado al amor y se haya mezclado con él”

Además de la reparación, el amor es purificación. Es, en efecto, luz que hace que el alma descubra los menores lunares que pueden ofuscar su belleza; es fuerza que da al alma la energía necesaria para extirpar los defectos hasta la raíz; es fuego que arde y consume las malas hierbas que en nosotros brotan. “Sé –decía Santa Teresita- que el fuego del amor es más santificador que el del purgatorio.”

No es pues, que las almas que siguen la vida de amor, no aprecien el valor y no sientan la necesidad de las demás virtudes, sino que están íntimamente convencidas de que el medio más seguro para llegar a ellas, es el de estar muy unidas a Jesús, como el sarmiento a la vid. De aquí los reclamos de Jesús a Sor Consolata, para que no se desviara. (20 de agosto de 1935): "El amor es santidad; cuanto más me ames, más santa te harás". (8 de noviembre de 1935): "Recuerda que el amor y sólo el amor te llevará al más alto grado de santidad". Y mientras Jesús le hablaba de un alto grado de santidad, el Padre Divino le prometía la misma cumbre de la santidad (19 de septiembre de 1935): "¡Recuerda, Consolata que el amor y sólo el amor te llevará triunfalmente por encima de todas las cumbres!"

LOS FRUTOS DEL AMOR UNIDOS A JESÚS

Una de las primeras palabras de Jesús a Sor Consolata es ésta: "Ámame y serás feliz, y cuanto más me ames, más feliz serás".
Y esto siempre, en la luz y en las tinieblas de espíritu (15 de marzo de 1934): "Aún cuando estés entre espesas tinieblas, el amor produce luz, el amor produce fuerza, el amor produce alegría".

Y si así sucede en todas las almas, ocurre particularmente en las almas religiosas por Él escogidas y con predilección amadas (20 de agosto de 1935): "Si todas mis esposas me amasen, tendrían en la tierra el paraíso en sus corazones, porque el paraíso se goza amándome. ¡Oh, si todas las almas comprendieran esta verdad! ¡Oh, si la comprendiese este pobre mundo que, alejado de Jesús, se ha descarriado del camino de su verdadera y única felicidad!" Siempre será cierto lo que Jesús decía a Sor Consolata (13 de octubre de 1935): "¡Oh, si se me amase! ¡Cuánta felicidad reinaría en este mundo tan infeliz!".

¿Qué decir, entonces, de los sufrimientos, patrimonio de toda humana criatura y medio tan poderoso de santificación? ¿Serán extraños al alma que vive de amor? Todo lo contrario, porque el amor se nutre del sacrificio. El Calvario es la cumbre del sacrificio, porque es la cumbre del amor. Y Jesús prometía a Sor Consolata (27 de mayo de 1936): "¡El amor te llevará a la cumbre del dolor!".

Por eso decía Jesús a Sor Consolata (1 de diciembre de 1935): "El amor es más grande que el sufrimiento y el sufrimiento será tanto más perfecto cuanto más gigante sea en ti el amor. El sufrimiento cuando es aceptado con amor, ya no es sufrimiento, se cambia en gozo".

En el Cielo hay mucho amor, la felicidad del paraíso –lo hemos ya apuntado-, es un acto en el alma que vive de amor. Sólo que en este mundo el amor es pasajero, mientras que en el cielo será regocijante y glorificante. Un día Sor Consolata se declaraba inmerecedora de los goces eternos, porque le parecía que no hacía nada, pero Jesús le dijo (15 de noviembre de 1935): "¿No mereces estos goces eternos porque no haces nada? Dime ¿qué dice el catecismo? Que has sido creada para conocerme, amarme y servirme y después gozarme eternamente. Y tú ¿no me amas? ¿no me sirves? Luego tienes derecho a la gloria y goces del paraíso; el paraíso te lo concedo, no sólo por amor, sino por derecho".

EL AMOR MÁS PERFECTO, SALVAR ALMAS

Las divinas lecciones a Sor Consolata, que vamos a exponer, se sintetiza en el esfuerzo del alma para transformar la propia vida en un acto de perfecto amor. No sólo hacer todas las acciones con amor, no sólo recoger y ofrecer con amor las delicadas flores de los pequeños sacrificios cotidianos y de los pequeños actos de virtud, sino también esforzarse por vivificar con el amor cada instante de esta breve jornada terrena.

Pero ¿qué es el amor perfecto? Es, ante todo, el puro amor con que se ama a Dios por sí mismo; después el amor actual, indudablemente más perfecto que el habitual; luego también, por concomitancia, es el amor que abraza en una misma palpitación a Dios y a las almas, puesto que no se puede amar a Dios sin amar también al prójimo.

Querríamos añadir que nuestro amor a Jesús no puede, no debería ir jamás separado del amor a María Santísima: sea porque no se pueda agradar a Jesús si no se ama a la Madre suya y nuestra, sea porque nuestro amor llegará verdadera y perfectamente a Dios, sólo si pasa a través del amor de María: la única criatura que ha amado a Dios como Él quiere y debe ser amado.

Si, pues, se quisiese una fórmula de perfecto amor, debería comprender, juntamente con el amor a Jesús, el amor a la Virgen y a las almas. Tal es precisamente la fórmula del acto de amor que Jesús dio a Sor Consolata, para que lo transmitiera a las almas.

Jesús se dignó a bajarse hacia una pequeñísima alma, Sor Consolata Betrone, para dictarle y luego exigirle el incesante acto de amor, que había de constituir la vida espiritual, el medio principal con que actuó su vocación de amor, su vida de amor.

El acto de amor dictado por Jesús a Sor Consolata, está formulado en estos términos:
JESÚS, MARÍA OS AMO, SALVAD LAS ALMAS. Alguna consideración sobre el valor intrínseco de este acto de amor podrá ser de utilidad a las almas.
Limitaremos nuestro pensamiento a unos pocos puntos:
1. No se podía, en tan pocas palabras, formular un acto más perfecto de amor, en el sentido expuesto. Aquí está todo: amor a Jesús, a María, a las almas.

2. Es un acto de puro amor, con el cual se da a Dios todo lo más excelente que se puede dar: amor y almas.

3. Es asimismo un acto de perfecta caridad, porque el amor del prójimo encuentra en él la más alta expresión en la incesante peroración a favor de las almas; de todas las almas (comprendidas las del purgatorio), y de todas sus necesidades, conforme a la explicación dada por el mismo Jesús.

4. De aquí que compendie los dos grandes mandamientos, que son a su vez el compendio de toda la Ley.

5. Más aún: por el hecho de ser incesante (en el sentido que explicaremos), lleva al alma al cumplimiento literal y perfecto del predicho primer mandamiento, que es amar a Dios con todo el corazón: el acto de amor debe brotar del corazón, el corazón es el que ama cuan incesante e intensamente que le es posible; -con toda la mente: la continuidad del acto de amor excluye de por sí todo pensamiento inútil voluntario; -con toda el alma (esto es, como explica Santo Tomás con toda la voluntad): el incesante acto de amor se apoya en el fervor de la voluntad, no en el sentimiento; con todas las fuerzas: para conseguir la máxima continuidad e intensidad del amor es necesario hacer converger a él todas las energías del alma.

6. El acto de amor, sea en sí mismo, como en la fórmula dicha, como quiera que es a la vez plegaria, o más bien, la más perfecta de las plegarias u oraciones, lleva al alma a la actuación literal y perfecta del otro precepto evangélico: Es necesario orar siempre, y nunca dejar de orar (Lc 18, 1).

7. Con él el alma vive la vida sobrenatural lo más intensamente posible: para la gloria de Dios, para la propia santificación, para la salvación de las almas.

8. Con él vive el alma una vida esencialmente mortificada, en el olvido de todo y en la silenciosa entrega de sí, y con ello viene a colocarse en el estado de pequeña víctima de amor. Cuáles sean las predilecciones divinas y las divinas promesas en favor del incesante acto de amor, lo veremos en los párrafos siguientes.

Las lecciones de Jesús a Sor Consolata, sobre el incesante acto de amor, si sabemos apreciar su valor, impiden que se incurra en errores o desviaciones. Error sería, por ejemplo, convertir el acto de amor en una simple jaculatoria dicha más o menos frecuentemente, si se quiere con preferencia a otras. Nada de malo hay en esto (y para la mayor parte de las almas puede ser suficiente), pero Jesús no pretende sugerir a las almas una nueva jaculatoria, sino indicarles una vida espiritual que les facilita la vida de amor.

Si el acto de amor ha de ser para el alma camino y vida, síguese que, por lo menos, en el esfuerzo de la voluntad, debiera ser incesante, algo así como la respiración del alma. Otro punto hay aquí que aclarar y es: cómo haya de entenderse la continuidad del acto de amor en relación con las diversas ocupaciones del día, según los deberes de cada uno.

La respuesta a esta dificultad no podría venir sino de Jesús mismo. El Sábado Santo de 1934, animando a Sor Consolata a la fidelidad del acto de amor, Jesús le prometía su divina ayuda, mientras tanto le sugería la siguiente norma práctica, que quiere lo sea para todas las almas: "Consolata, como he tomado la responsabilidad de tus pensamientos y palabras, así me la tomo de tu acto de amor continuo. Pero ten presente una vez para siempre; que cuando hablas conmigo, o escribes o meditas, el acto de amor continúa. Yo igualmente lo tengo en cuenta, aunque el corazón en esos momentos se vea obligado a callar".

Es pues, cosa clara que el acto incesante de amor en nada impide la vida común y regular del que se rige por él; no es en detrimento de las demás prácticas de piedad, sean obligatorias o libres; no impide las distintas ocupaciones del día, ni a su vez puede ser impedido por ellas, siempre que el alma procure continuar su canto de amor, en la medida que le es concedido por la naturaleza de las mismas ocupaciones.

Cuando uno ora, cuando medita, cuando habla por deber o caridad o conveniencia, cuando está ocupado en un trabajo que absorbe las facultades del alma, el acto de amor ante Dios es como si continuase. La intención suple la actuación del mismo. La tercera observación de no menor importancia es: que el acto incesante de amor no debe ser una cosa superficial, la repetición mecánica de una fórmula, sino un verdadero canto de amor.
Más –y esto es preciso subrayarlo-, no es absolutamente necesario pronunciarlo con los labios. Un acto de amor no es una simple frase vocal, sino un acto interior; de la mente que piensa en amar, de la voluntad que quiere amar y ama. El acto incesante de amor es, pues, una continua, silenciosa efusión de amor.

La fórmula –no se olvide-, no es sino una ayuda, para que el alma pueda más fácilmente fijarse en el amor y en el perfecto amor. Lo mismo se deduce de las palabras de Jesús a Sor Consolata, que pueden servir de introducción a la doctrina sobre el incesante acto de amor (16 de noviembre de 1935): "Si una persona de buena voluntad me quiere amar y hacer de su vida un solo acto de amor, desde que se levanta hasta que se acuesta –con el corazón, se entiende-, Yo haré por estas almas verdaderas locuras. Escríbelo Consolata".
Por lo tanto, el incesante acto de amor se ha de entender con el corazón. Lo cual – repitámoslo-, no quiere decir que el alma deba “sentir” gusto o suavidad en hacerlo, ni que deba “sentir” amar. Le basta querer amar.

UN VERDADERO ACTO DE AMOR PARA SALVAR A TODAS LAS ALMAS: ¡JESÚS MARÍA OS AMO SALVAD LAS ALMAS!

Después de comulgar Consolata sintió en su corazón que Jesús le exigía el acto incesante de amor: "Nada te debe apartar del continuo acto de amor", me decía Jesús en la meditación, el día de la toma de hábito. Y después en la sagrada comunión: "No te pido sino esto, un continuo acto de amor". En un principio era: JESÚS TE AMO. Después deseó que añadiese: JESÚS, MARÍA OS AMO. Más tarde quiso completarlo así: ¡JESÚS, MARÍA OS AMO, SALVAD LAS ALMAS!.

El lector nos perdonará que le cansemos con algunas repeticiones por tratarse del punto más importante que viene a constituir como la razón de ser del nuevo Mensaje Divino. La primera es el 15 de marzo de 1934: "¡Ámame Consolata, tu acto de amor me hace feliz!". Y no sólo lo recomendaba sino que lo exigía (15 de octubre de 1934): "Consolata, tengo derecho sobre ti y por consiguiente quiero de ti un incesante “JESÚS, MARÍA OS AMO, SALVAD LAS ALMAS”, desde que por la mañana te despiertas hasta que por la noche te duermes. Así lo quiero Yo".

"Consolata vive anonadada y encerrada en un solo y continuo “JESÚS, MARÍA OS AMO, SALVAD LAS ALMAS”, y nada más. Para ti no existe ya nada ni nadie, sólo el acto de amor". Todas las energías espirituales debía emplearlas en este único propósito (3 de diciembre de 1935): "Consolata, para no perder tiempo, cada vez que pronuncies un acto de amor, renueva todas tus promesas; si caes levántate; si eres olvidadiza, recupérate.

Un acto de amor sirve para todo a cualquier hora y en cualquier estado. Y como Consolata tenía la costumbre de renovar todos los días, en la sagrada comunión, sus votos particulares, Jesús le sugería (30 de mayo de 1936):
Extrema vigilancia, sí, para no dejar entrar un pensamiento, para no pronunciar una palabra no requerida, pero no te pierdas en esto, ¡oh no! Piérdete únicamente en el incesante acto de amor".

El enemigo, el diablo se irritaba contra el acto incesante de amor, buscando todos los medios para sembrar en el alma de Sor Consolata la duda y la desconfianza respecto del camino que seguía, pero Jesús le tranquilizaba diciéndole (5 de abril de 1936): "Todo lo que turba tu acto de amor, no viene de Mí". Igual aviso le daba al respecto de lo que hubiera podido estorbar la continuidad del amor (3 de julio de 1942): "Todo lo que, te aparte del incesante acto de amor, no viene de Mí sino del enemigo, el diablo".

El primer viernes de febrero de 1935 le decía Jesús a Consolata: "Olvídalo todo, ámame continuamente, con corazón de hielo o de piedra es lo mismo. Todo está aquí, todo depende de esto: de un incesante acto de amor, y nada más".
Naturalmente, la continuidad de amor, en este caso, es costosa a la naturaleza humana y se tornaba difícil a Sor Consolata, contra la cual el demonio desencadenaba todas las luchas posibles.
Por eso Jesús le decía, para ponerla en guardia (10 de octubre de 1935): "Consolata, que el demonio y sus pasiones, desencadenen en tu alma todas las luchas posibles, poco importa; truenos, tempestades y rayos, no importa, tú debes decirte: “quiero continuar impertérrita mi acto de amor de una comunión a otra; éste es mi deber, mi único deber”. Y ¡adelante siempre, adelante no te dejes caer, el astuto diablo te librará una batalla incesante, sabe que vas a ganas muchas almas, repitiendo este acto de amor continuo por las almas!

(8 de septiembre de 1936): "Esfuérzate Consolata, es por tu bien; insisto en tu esfuerzo por darme incesante el acto de amor". Lo mismo que Jesús le decía a Sor Consolata, nos lo dice también a nosotros, esforcémosnos nosotros también en dar un acto de amor continuo a Jesús repitiendo constantemente: ¡JESÚS MARÍA OS AMO SALVAD LAS ALMAS!

¿Quién salva las almas? Nosotros no, ciertamente. Las salvó Jesús desde la cruz y Él es el que continúa salvándolas, aplicando a ellas los méritos infinitos de su cruenta expiación. Nosotros, a lo más y sólo por su dignación, podemos ser sus cooperadores, ayudarlo en la salvación de las almas y lo somos en la medida de nuestra unión con Jesús, y por lo tanto, de nuestro amor a Él.

He aquí lo que le decía Jesús sobre la fecundidad del acto de amor para los fines del apostolado (8 de octubre de 1935): "ten presente que un acto de amor decide la eterna salvación de un alma, por lo tanto, no debes perder tiempo y repetir por amor a las almas: “JESÚS, MARÍA OS AMO, SALVAD LAS ALMAS.”
La misma consolatísima promesa le hacía otras veces: "No pierdas tiempo, todo acto de amor es un alma que se salva".
También la Santísima Virgen le exhortaba en este sentido respecto del incesante acto de amor (10 de octubre de 1935): "sólo en el Cielo conocerás el valor y la fecundidad de haber salvado almas".

Una gran promesa le hizo Jesús durante la guerra civil Española, en contestación a sus oraciones:
(6 de septiembre de 1936): "Sí, te daré la victoria sobre el comunismo en España, pero tú haz lo posible por darme el acto incesante de amor". Algunos días después le repetía: "Sí, el acto de amor encierra todos tus propósitos y con él Yo, te dará la victoria de España y así dirá el mundo cómo agradece el incesante acto de amor. ¡Ánimo, adelante!"

El acto de amor es fecundísimo aún como oración reparadora (8 de octubre de 1935): "¿Por qué Consolata no te permito tantas oraciones vocales? Porque el acto de amor es más fecundo. Un “JESÚS, MARÍA OS AMO, SALVAD LAS ALMAS” repara por mil blasfemias". Sor Consolata se proponía ofrecer a Jesús o a la Santísima Virgen algún homenaje particular, intervenía la gracia solicitando de ella el acto de amor. En la preparación a la fiesta a la Inmaculada (1935) le sugería Jesús: "¿Qué quieres dar a la Santísima Virgen en su novena? Mira, dale un “JESÚS, MARÍA OS AMO, SALVAD LAS ALMAS” continuo; se lo das todo".

Finalmente, el acto de amor es fecundísimo en orden a la santificación del alma; precisamente porque, con él, no sólo se da todo a Jesús, sino además se recibe todo de Él. Así es porque Jesús no se deja vencer en generosidad por su pobre criatura, que trata de amarle continuamente (13 de septiembre de 1936): "¡Oh, mantente firme en este único propósito. No interrumpir el acto de amor me basta. Permanece fiel a él, renovándolo hora por hora, Yo te concederé todo, Consolata, absolutamente todo".

Jesús, a su vez le daba la razón (14 de julio de 1936): "Cada acto tuyo de amor, atrae a ti la fidelidad, porque me atrae a Mí que Yo soy la fidelidad misma". Establecida de esta manera en la fidelidad a todos sus deberes y propósitos, el alma cantará victoria sobre sus pasiones y sus enemigos (30 de mayo de 1936): "Para reportar todas las victorias todo consiste en esto: no perder un acto de amor". Por eso reportará copioso fruto de santificación (26 de octubre de 1935): "Te has anonadado al Padre (espiritual) y cerrado en una sola palabra: “¡obedezco!”, pues bien anonádate de Mí y ciérrate en una sola frase: “JESÚS, MARÍA OS AMO, SALVAD LAS ALMAS” y lograrás mucho más fruto.

Y precisamente lo que Jesús recordaba frecuentemente a Sor Consolata era el estado de víctima, para mantenerla firme en la continuidad de amor. Decíale el 24 de noviembre de 1935: "sé que el acto de amor continuo cuesta, especialmente a ciertas horas, pero es muy meritorio, Consolata. Y no olvides nunca que te he elegido víctima de amor".

Una tan perfecta continuidad viene a colocar al alma en un estado de continua inmolación. Jesús no se lo ocultaba a Sor Consolata (15 de noviembre de 1935): "Consolata, Yo tomé la cruz sobre mis espaldas y me dirigí al Calvario. ¿Sabes cuál es tu cruz? No perder un acto de amor. Éste será de hoy en adelante tu único programa.
No que el acto de amor sea una cruz, sino no perder uno, en cualquier condición en que te encuentres, esto es cruz, pero te ayuda a llevar todas las demás cruces.

Te doy la cruz: "no perder un “JESÚS, MARÍA OS AMO, SALVAD LAS ALMAS”, pero te doy también la gracia de llevar esta cruz, fielmente hasta el último suspiro. Te amo, Consolata, y esta cruz que pongo sobre tus espaldas, aniquila todo en ti, mientras te lleva a la observancia escrupulosa del más mínimo punto de la regla, las Constituciones, del Directorio. Al día siguiente, volviendo sobre el mismo punto, le añadía: ¿Te gusta la cruz que te he dado?
¿Estás contenta?... Es fecundísima ¿sabes? La cruz de amor es fecundísima más que cualquier otra cruz, por Mí y por las almas".

Un día (6 de octubre de 1935), temerosa acaso de que la referida impotencia para formular oraciones vocales tuviese por causa la pereza, o cosa parecida, se lamentó de ello con Jesús: “¡Jesús, no sé orar!” Y Jesús le tranquilizó: Dime ¿qué oración más hermosa que ésta quieres hacerme, "JESÚS, MARÍA OS AMO, SALVAD LAS ALMAS": amor y almas, quieres nada más bello?
¡La virginidad de su sufrimiento! El alma debe estar situada en un incesante acto de amor virginal. Todo esto se lo confirmaba Jesús diciéndole (9 de diciembre de 1935): "Ves, la virginidad de amor va paralelamente con la virginidad de mente. Cuando un alma se estabiliza en esta virginidad de amor, ya nada logra turbarla, se mantendrá como confirmada en la paz. Mira a la Santísima Virgen al pie de la cruz: sufre, sí pero ¡qué dignidad en su sufrir!
¿La ves? ...En un mar de dolores y ni un lamento; no se desanima, no se abate, nada, nada... Acepta, sufre, ofrece hasta el cosummatum est, con calma y fortaleza. Así te quiero en los días de dolor y la virginidad de amor te ayudará a serlo".
Le daba además la razón por la cual la virginidad de amor sitúa al alma en una paz tan perfecta y estable (10 de diciembre de 1935): “En verdad, en verdad os digo: el que comete el pecado es esclavo del pecado” (Jn 8, 34) Así tú, si dejas entrar un pensamiento, si pronuncias una frase no requerida, eres sierva de la infidelidad.
La sierva es esclava, la esclavitud pesa. He aquí por qué, después de una infidelidad, sientes tu alma invadida por la tristeza y no sabes aliviarte, sino recurriendo a Jesús. Viceversa, si resistes a la tentación, si eres fiel, te sientes libre y fuerte y pronta para cualquier sufrimiento. ¿Lo comprendes, Consolata? ¡Tenlo presente!

Jesús decía a Sor Consolata (22 de agosto de 1934): "No pienses ya en ti misma, en tu perfección, en la santidad a que has de llegar, en tus defectos, en tus miserias presentes y futuras, no; Yo pienso en tu santificación, en tu santidad. Tú piensa sólo en Mí y en las almas; en Mí, para amarme, en las almas para salvarlas".

LA MUERTE DE SOR CONSOLATA BETRONE

En los últimos años presentía cercana la muerte y es natural que, a pesar suyo, se le fuera el pensamiento a las circunstancias que la acompañarían. Pero Jesús le decía (21 de marzo de 1942): "Vive la vida de perfecto abandono en Dios. En tu muerte: día, hora y minuto, piensan y te preparan Jesús, la Santísima Virgen y San José. Tú preocúpate sólo de amarme y de salvarme almas".

Está pronta. Lo ha dispuesto todo, con minucioso cuidado, para recibir a la hermana muerte. Las Hermanas Capuchinas tienen preparado el hábito de la Orden pedido por ella misma para revestir sus restos mortales. Está a punto la ropa blanca, toda nueva, de que se vestirá en el lecho de muerte para las bodas eternas.

El 26 de enero de 1938, mientras se encuentra sola en la sala de oración, se siente inundada de una extraordinaria efusión de gracias, que sacude todo su ser. Es una necesidad incontenible de gritar a Dios su propio amor, de agradecerle, de alcanzarle, de transformarse en Él... Y cae de rodillas, con los brazos en alto, y el rostro humedecido por el llanto: “Dios mío, Dios mío ¿Qué es esto?”

Era la llamada del cielo. El domingo de sexagésima, 20 de febrero de 1938, aún bajó a la capilla para la Santa Misa, que fue la última. El miércoles, sintiéndose grave, pidió le administraran la Extrema Unción, deseosa de recibir bien este sacramento. Después, durante tres días y tres noches, esto es hasta el mediodía del sábado, estuvo en la cruz con Jesús, sufriendo espasmos misteriosos, sin el menor alivio. Pero ni un lamento, no se quejaba.

Decía al Padre espiritual: “Al meditar la Pasión de Nstro. Señor Jesucristo, siempre me he detenido preferentemente en los espasmos de su agonía; creo que ahora me hace participante de ellos”. Y volviendo los ojos a lado del crucifijo colgado en la pared de enfrente, repetía con indecible transporte: “Amarte, seguirte, imitarte”. Tal había sido el programa de su vida, y tal lo era en el lecho de muerte.

Se sucedían a visitarla en su lecho religiosas de diversas Congregaciones y sacerdotes: -¡Mire, Juana, cuántas almas vienen a visitarle y ruegan por Ud.!. Al mediodía del sábado hacia las 15, el sufrimiento pareció llegar al colmo. -¿Sufre mucho, Juana? -Sí, ¡no hubiera creído que una criatura pudiese sufrir así; pero no lo sienta, Padre, que tengo mucha necesidad de sufrir!.
Estaba alegre; hablaba y obraba como si estuviese curada. Por eso, aquella noche se rezó el Santo Rosario en su habitación. Al anunciar el cuarto misterio glorioso, la Asunción de María Santísima al cielo, ella comentó:
¡Al cielo en cuerpo y alma! ¡Qué hermosa y consoladora es esta profesión de fe en el momento de la muerte!
El quinto misterio lo anunció ella, interrumpiendo al Padre: Se contempla aquí –dijo- a la... Consolata.

Todo el gozo y la gloria de la Santísima Virgen en el cielo, ella lo encontraba,compendiados en este título. Y cuántas y cuántos besos dio a la imagen de la Consolata. -Juana, Ud. siempre ha querido mucho a la Santísima Virgen, y la Santísima Virgen ha venido a asistirla. -¡Oh, sí... Cuán hermoso es morir después de haber amado mucho a la Santísima Virgen!
Después agitando las manos en señal de despedida: -¡Adiós, tierra... al cielo, al cielo!...

Pero la noche se hizo penosa. Hacia las dos pidió la Sagrada Comunión. -Es la última, dijo. Lo fue en efecto.
Casi hasta el fin conservó una maravillosa lucidez de mente. Hacia el mediodía pidió le vistieran la ropa nueva... Era su hora. Así, vestida de fiesta, hizo una hermosa señal de la cruz y... la espera no fue larga.
A la una después del mediodía, domingo de Quincuagésima (27 de febrero de 1938), después de una breve agonía, la primera Pequeñísima reclinaba dulcemente la cabeza sobre el Corazón de Jesús, para hacer allí su morada eterna y continuar su canto de amor: ¡JESÚS, MARÍA OS AMO, SALVAD LAS ALMAS!.

En este perfecto acto de Amor, en este incesante anhelo por la salvación de todas las almas, vivió y murió Sor Consolata. Aún en el lecho de su muerte, mientras el cuerpo sufría y gemía el espíritu entre las angustias de espesas tinieblas, la víctima generosa no interrumpió jamás su canto de amor virginal, hasta que, con el último suspiro, su "Jesús, María os amo; salvad las almas" penetró y se perpetuó en el cielo, conforme a la promesa de Jesús (7 de noviembre de 1935): "¡No, tu acto de amor no se extinguirá con tu muerte, sino que se eternizará en el cielo!".

ORACIÓN POR LA SANTIFICACIÓN DE LA SIERVA DE DIOS, CONSOLATA BETRONE.

Padre de todas las misericordias, Tú has suscitado entre nosotros tu sierva
Sor María Consolata Betrone para difundir al mundo el incesante acto de amor,
a Tu Hijo Jesús en el sencillo camino de confianza y amor.
Haz que nosotros seamos también capaces, guiados por Tu Espíritu,
de ser ardientes testigos de Tu amor y de Tu inmensa bondad y concédenos,
por mediación suya, las gracias que necesitamos.
Por Cristo nuestro Señor.

Amén.
(Con aprobación eclesiástica)

A quien reciba gracias por intercesión de Sor María Consolata Betrone se le ruega notificarlo en la siguiente dirección: Monastero Sacro Cuore Clarisse Cappuccine Via Duca d’Aosta, 1.
10024 MONCALIERI (TO) – Italia.
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Dichos y Frases


Cuesta más deshacer un prejuicio que un átomo. (Einstein)

Empieza de una vez a ser quién eres, es vez de pensar a ver quién serás. (Guillot)

Querer olvidar a alguien significa pensar en él. (Griego)

El verdadero amigo no pregunta, deja que la otra persona le cuente todo lo que desea contarle. (G. Orwell)

Moriré libre porque he vivido solo. Moriré solo porque he vivido solo. (M. Foucault)

Los hombres inteligentes quieren aprender, lo demás quieren enseñar. (Chejov)

En vez preocuparnos tanto qué mundo le dejaremos a nuestros niños, pensemos qué niños le dejaremos a nuestro mundo. ( Carmen Silva).