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1 de agosto de 2011

La Moral o los deberes que hay que cumplir para merecer el cielo

Arcángeles: San Miguel, San Gabriel y San Rafael--->
<---Compendio de la doctrina Cristiana


Apéndice 4° y última parte.

Este compendio ha sido corregido y aumentado según el vigente Código de Derecho Canónico. Promulgado por la Autoridad de Juan Pablo II, Papa. En Roma, el dia 25 de Enero de 1983.(N. del T.)

Esta última parte del libro La Religión Demostrada, encierra verdades espirituales, de mucha belleza para el alma y que sólo se consigue entenderlas si se las practica.

II LA MORAL O LOS DEBERES QUE HAY QUE CUMPLIR PARA MERECER EL CIELO.

Para salvarse es necesario no sólo creer todas las verdades contenidas en el Símbolo, sino también vivir cristianamente, es decir, observar los mandamientos de Dios y de la Iglesia, evitar el pecado y practicar, las virtudes:

“La fe sin las obras es una fe muerta” (Sgo. 2, 11).

El Símbolo es el compendio de todo lo que debemos creer; el Decálogo, el compendio de todo lo que debemos practicar para salvarnos.
Los tres primeros mandamientos, escritos en la primera tabla, encierran todos los deberes para con Dios.
Los otros siete, escritos en la segunda tabla, nos prescriben los deberes para con nosotros mismos y nuestros prójimos.

Los mandamientos positivos son los que prescriben algún bien que hacer:
no obligan siempre, ni en todas las circunstancias.
Los mandamientos negativos son los que nos prohíben hacer el mal.
Obligan siempre y en todas las circunstancias, porque el mal no puede ser permitido.

En cada mandamiento hay: una parte positiva y una negativa, es decir, una orden y una prohibición.

1º NO TENDRÁN OTRO DIOS MÁS QUE A MÍ.

El primer mandamiento nos obliga:

1) a creer en Dios;

2), a esperar en Él;

3), a amarle con todo nuestro corazón;

4), a adorarle a Él solamente.

Cumplimos con estas cuatro obligaciones mediante la práctica de las tres virtudes teologales:

Fe,

Esperanza

y Caridad.

Y mediante la virtud de la Religión; que nos hace rendir a Dios el culto que le es debido.

1º HAY QUE CREER EN DIOS.

Sin fe es imposible agradar a Dios:
ella es el fundamento y la razón de ser de nuestra justificación.

a) Objeto de la fe.

¿Qué debemos creer?


Debemos creer todas las verdades reveladas por Dios y enseñadas por la Iglesia.
Es el objeto de la fe el conjunto de las verdades reveladas.
Pero no estamos obligados a creer de la misma manera todas las verdades de fe.

Unas hay que deben ser creídas explícitamente, es decir, en particular y en sus pormenores, y otras que basta creer implícitamente, o sea, en general, diciendo: Creo todo lo que la Iglesia cree y enseña.

I) Toda cristiano, si quiere salvarse, debe saber y creer de una manera explícita con necesidad de medio las verdades siguientes:

a) La existencia de un Dios único, Creador de todas las cosas a las que conserva con su Providencia.

b) La inmortalidad del alma y la existencia de otra vida, donde Dios recompensa a los buenos y castiga a los malos.

e) A estas dos verdades hay que añadir, según la mayoría de los teólogos, desde la promulgación del Evangelio, los tres principales misterios:

de la Trinidad, de la Encarnación y de la Redención.

II) Es necesario, con necesidad de precepto, saber, al menos en cuanto a la substancia y creer explícitamente, los artículos del Símbolo, los preceptos del Decálogo, la doctrina de la Iglesia acerca de los Sacramentos que cada cual debe recibir:

el Bautismo, la Eucaristía y la Penitencia.

a) No basta con tenerla fe interior;

muchas veces hay que profesarla exteriormente con nuestras palabras y con nuestros actos. Nuestro Señor negará, en presencia del Padre celestial, a aquellos que le hayan negado a Él en presencia de los hombres.

b) Motivos de la fe.

¿Por qué debemos creer?

El motivo de nuestra fe es la soberana veracidad de Dios, que no puede engañarse, ni engañarnos: Creemos las verdades reveladas por el testimonio de Dios.

El testimonio de un hombre está sujeto a error, en cambio, el de Dios es infalible, y Él es el que engendra la certeza absoluta de la fe de los cristianos.

c) Pecados contra la fe.

Descuidar el estudio de las verdades de fe.

Dudar voluntariamente de alguna verdad revelada.

Negarse a creer lo que la Iglesia enseña: infidelidad, herejía.

Renunciar formalmente a la fe: apostasía.

Avergonzarse de mostrarse como cristiano ante las personas: respeto humano.

Exponerse a perder la fe, y alejarse de Dios con lecturas perniciosas, programas televisivos escandalosos, pornografía por los diversos medios audiovisuales y tener compañías malas y peligrosas.

2º ESPERAR EN DIOS.

La esperanza es necesaria como la fe, ya con necesidad de medio, ya con necesidad de precepto:
“Por la esperanza, dice San Pablo, nosotros nos salvamos” (Rom. 8, 24).

a) Objeto de la esperanza.

¿Por qué debemos esperar?


Los motivos de la esperanza son:

la Bondad de Dios, su Omnipotencia, su Fidelidad a sus promesas y los Méritos infinitos de Jesucristo.

Dios se ha comprometido, en vista de los méritos de Jesucristo, a dar la vida eterna a todos los hombres, siempre que observen la ley divina, particularmente el precepto de la "oración": las promesas de Dios son condicionales.

No tener esperanza es hacer a Dios el mayor de los ultrajes, porque es dudar de su amor a nosotros; de su poder para socorrernos, o de su fidelidad en el cumplimiento de sus promesas, o del valor de los Méritos del Salvador que, con sus padecimientos y su muerte, nos ha merecido gracias infinitas.

b) Pecados contra la esperanza.

Se peca contra la esperanza de dos maneras:

por desesperación o por presunción.

I) Se peca por desesperación;

cuando se desespera de la salvación, del perdón de los pecados, de las victorias sobre las pasiones; cuando se desconfía de la Providencia en las necesidades de la vida.

II) Se peca por presunción;

cuando se abusa de la Misericordia de Dios para cometer el pecado y diferir (atrazar) la conversión;

cuando se presume de alcanzar el cielo sin hacer nada para merecerlo;

o de tener la gracia sin recurrir a los sacramentos y a la oración;

o cuando, contando con sus propias fuerzas, se expone uno voluntariamente al peligro de ofender a Dios.

3º Amor a Dios de todo corazón.

Sin la caridad nadie está justificado ante Dios y no puede merecer la vida eterna.

El precepto de la caridad es formal:

“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas. Este es el primero y el más grande de los mandamientos” (Mt. 22, 37-38).

a) Motivos de la caridad.

¿Por qué debemos amar a Dios?

Debemos amar a Dios por varios motivos:

Por los bienes recibidos de Él: es el amor de gratitud;

por los bienes que esperamos de Él: es el amor de esperanza;

por su bondad infinita: es la caridad propiamente dicha.

Amar a Dios con amor de gratitud y de esperanza, es amar a Dios porque es bueno con nosotros.
Este amor interesado, llamado caridad imperfecta, es bueno y laudable pero no basta: Dios debe ser amado por sí mismo y sobre todas las cosas.

Por sí mismo, por causa de sus perfecciones infinitas que le hacen soberanamente amable.
Hay que amar a Dios sobre todas las cosas, más que a nuestros bienes, más qué a nuestros padres, más que a todas las criaturas, más que a nosotros mismos.

El amor debe ser proporcionado al objeto amado.
Es así que Dios es el Supremo Bien: luego, debe ser amado y estimado sobre todas las cosas.

“Aquel, dice Jesucristo, que ama a su padre y a su madre más que a Mí, no es digno de Mi” (Mt. 10, 37).

El acto de amor de Dios consiste en amar a Dios sobre todas las cosas, porque Él es infinitamente perfecto, infinitamente bueno, infinitamente amable.

No es necesario que nuestro amor sea sumo en su intensidad, es decir, que excite en nuestra sensibilidad un afecto superior a toda otra afección; basta que sea sumo en su apreciación, es decir, que ame a Dios más que a todas las cosas y que lo prefiera ante todo hasta el punto de preferir perder todo antes que ofender a Dios.

Así, Abrahán amaba a su hijo con mayor intensidad sensible que Dios: sin embargo, le hubiera sacrificado porque estimaba más la voluntad de Dios que la vida de Isaac.

b) Señales de caridad.

¿Cómo podemos estar seguros de que amamos a Dios?

Estamos seguros de amar a Dios:

1º Si observamos sus mandamientos y los de su Iglesia;

2º Si estamos dispuestos a sacrificarlo todo antes que ofenderle.

3º Si ejecutamos todas nuestras acciones con la mira de agradarle.

La prueba del amor son las obras:

“Aquél, dice Cristo, que practica mis mandamientos, me ama” (Jn. 14, 15).

c) Pecados contra la caridad.

Todo pecado mortal destruye la caridad.

Los pecados más opuestos al amor de Dios son:

1º El odio contra Dios: Pecado inconcebible porque Dios es la bondad por esencia.

2º Pecados de superstición.
La superstición en general, es omisión voluntaria de los deberes religiosos.
Es atribuir poderes a quién no los tiene.

3º La preferencia dada a la criatura:
amar a personas o cosas tanto o más que a Dios.
Nuestro amor por las criaturas debe referirse a Dios, como a su último fin.

4º ADORAR SOLO A DIOS.

La adoración consiste en reconocer a Dios por Creador y Señor de todas las cosas, y en anonadarse en presencia de la Majestad divina.

La adoración se llama culto de Latría: este culto no es debido más que a Dios, puesto que es el único Creador y el único Señor.

No basta adorar a Dios con actos interiores de fe, de esperanza, de caridad, de sumisión, etc.;
hay que rendirle también un culto externo y público: Rendimos a Dios el culto externo con la oración vocal, con los diferentes actos exteriores de religión y el culto público, asistiendo con recogimiento a los oficios de la Iglesia, particularmente al Santo Sacrificio de la Misa.

Debemos adorar Dios: cada domingo, asistiendo a la Misa; cada día, con las oraciones de la mañana, del día y de la noche, y frecuentemente con oraciones jaculatorias.

Pecados contrarios a la adoración:

los unos se oponen a la virtud de religión por defecto, y son los pecados de irreligión; los otros por exceso, y son los pecados de superstición.

1º Los principales pecados de irreligión son la negligencia, en la oración;
la indiferencia en lo concerniente a los deberes de cristiano:
el desprecio de las cosas santas; y, finalmente, el sacrilegio.

Se comete sacrilegio cuándo se profanan las cosas santas, como los Sacramentos;
los lugares santos, como las iglesias, los cementerios; o cuando se ultraja a las personas consagradas a Dios, como los sacerdotes, los religiosos, etc.

2º Pecados de superstición.

La superstición, en general consiste en rendir a Dios un culto ilegítimo, o a la criatura culto divino.

a) El culto es ilegítimo cuando es falso o superfluo:
imaginar falsos milagros, falsas revelaciones; añadir prácticas vanas a los actos religiosos aprobados por la Iglesia.

b) Se rinde a la criatura el culto divino con:

la idolatría al dinero, al sexo, a los placeres del mundo, el culto al cuerpo fanatizando los ejercicios corporales, la adivinación por medio del tarot, los horóscopos, la vana observancia de la belleza corporal, la magia, el maleficio (hacerse tirar las cartas, consultar el futuro, pedir a algún curandero éxito en el amor, en el trabajo o bien la desgracia para otros (realizarle un trabajo) etc.).

La idolatría es la adoración de la criatura, ordinariamente representada por un ídolo.

En la antigüedad pagana, el ídolo era la forma bajo la cual los demonios se hacían adorar, dando, mediante ellos, oráculos, y haciendo cosas maravillosas.
Este género de idolatría sigue practicándose en los templos masónicos.

El espiritismo, adivinación y magia.

La adivinación es una invocación tácita o expresa del demonio para conocer las cosas que no son humanamente cognoscibles (que no puede comprenderse).

Supone un pacto con el demonio:
pacto explícito cuándo se le invoca; implícito, cuando se emplean medios que son naturalmente impotentes para revelar lo que se desea.

Se relaciona con la adivinación el espiritismo, que invoca a los espíritus para consultarlos.

Generalmente quienes desean saber de sus seres queridos fallecidos, y recurren a los espiritistas, están llamando a los demonios, que através de éstos realizan prodigios como mover, sillas, mesas, copas, cuadros, velas encendidas etc.

Todo esto es una comunicación directa con el infierno y los atormentados demonios, con sus terribles consecuencias que las personas experimentarán tarde o temprano, al invocar a los espíritus de sus parientes muertos a través del espiritista.

Ya que no está permitido por parte de Dios, tener comunicación con las almas de los difuntos sino sólo y exclusivamente ofreciéndoles oraciones, misas y ayunos.

Quienes practiquen o consulten sobre el espiritismo, están en un gravísimo error, del cual muchas veces no se logra salir de ello.
Ya que los mismos demonios o espíritus malignos se encargarán por todos los medios, de no perder a quienes lo invoquen, con sus nefastas consecuencias.

En 1917, el Santo Oficio emitió una condena absoluta contra la evocación de espíritus, contra el hipnotismo y toda clase de manifestaciones espiritistas.

El Catecismo lo identifica como un pecado muy grave contra el Primer Mandamiento.
Bajo el encabezamiento "adivinación y magia" el catecismo enseña:

El espiritismo implica con frecuencia prácticas adivinatorias o mágicas.
Por eso la Iglesia Católica, advierte a los fieles que se guarden de él.
El recurso a las medicinas llamadas tradicionales no legitima ni la invocación de las potencias malignas, ni la explotación de la credulidad del prójimo. -Catecismo, #2117

N. B.
Tampoco está permitido hacerse tirar las cartas y consultar a los que dicen la buenaventura, y a los curanderos que curan con pretendidos secretos.

La intervención del demonio es cierta cuando los resultados obtenidos no guardan proporción con los medios empleados.
La vana observancia consiste en atribuir a ciertas prácticas y observancias un efecto y un significado que Dios no les ha atribuido.

Tales son:
llevar ciertos amuletos llamados mascotas;

atribuir funestos resultados a ciertos números, a la caída de un salero, al encuentro con ciertas personas o animales; creer que los sueños predicen lo porvenir;

que el viernes o el martes son días aciagos, etc.

La magia es el arte de operar, con el auxilio del demonio, cosas maravillosas:
se trata aquí de la magia negra o diabólica (también la llamada magia blanca que operan los macumbas y algunos curanderos).

Cuando la magia tiene por objeto hacer daño a alguien, toma el nombre de sortilegio, mala suerte lanzada sobre los hombres o los animales.
No se debe creer fácilmente en los maleficios, ni acusar ligeramente a nadie de brujería.

Conclusión.

“En otro tiempo, Dios había prohibido severamente a su pueblo recurrir al demonio:
La Iglesia no es menos rigurosa en las prohibiciones hoy en día, y la experiencia nos dice que tiene razón.
Estas supersticiones, esencialmente malas, llevan a la ruina de la religión y de la moral, destruyen y perturban la paz de las familias y conducen fácilmente a la locura total, al crimen, al suicidio, matando al alma” (Cauly).

2º NO TOMARÁS EL NOMBRE DE DIOS EN VANO.

El segundo mandamiento nos ordena honrar el Santo Nombre de Dios, porque el Nombre de Dios merece el respeto que debemos a Dios mismo.

Este mandamiento nos prohíbe:

1º, juraren vano;

2º, blasfemar;

3º, proferir imprecaciones;

4º, violar nuestros votos.

1º Jurar en vano es hacer un juramento:

a) contra la verdad, para afirmar una cosa que uno sabe que es falsa:
es el perjurio; es siempre pecado mortal;

b) contra la justicia, cuando uno se compromete a cometer una mala acción;

c) sin necesidad, cuando se jura por cosas insignificantes.

Hay que cumplirlas promesas juradas, si lo que se ha prometido no es malo ni está prohibido.

No está permitido cumplir el juramento de cometer una mala acción; se pecó al jurar, y se cometería un nuevo pecado al cumplir el juramento; el juramento que no se ha debido hacer, tampoco debe ser cumplido.

2º La blasfemia es una palabra injuriosa contra Dios, los Santos o la Religión.
El ultraje hecho a los Santos o a la Religión cae sobre Dios mismo.
Se blasfema contra Dios de tres maneras:

a) negando las perfecciones de Dios, como su justicia, su providencia, o atribuyéndole lo que es contrario a su naturaleza;

b) maldiciendo a Dios y deseándole mal;

c) hablando de Dios o de sus atributos con desprecio o burla.

Todas las blasfemias contra Dios, si se pronuncian con advertencia, son pecados mortales, porque ultrajan a la Majestad divina.

En la Ley Antigua, el Señor había ordenado que los blasfemos fuesen apedreados.
San Luis, rey de Francia, les hacía atravesar la lengua con un hierro candente.

La blasfemia es un pecado sin excusa y sin provecho; es el crimen de los demonios; los que se les parecen en esta vida, merecen participar de los mismos castigos en el infierno.


En la época de la américahispana colonial, se renovó las antiguas ordenanzas españolas, y se hizo notificar a los ciudadanos lo siguiente:
1º "Todo el que blasfemare el nombre de Dios o de su adorable Madre, e insultare la religión, por primera vez sufrirá cuatro horas de mordaza atado a un palo en público, por el término de ocho días”.

Hay que evitar a toda costa ciertas expresiones utilizando el nombre de Dios ante una desgracia o también contando cuentos y nombrando cosas sagradas para hacer reír a los demás.

3º Las imprecaciones son palabras de rabia o de cólera para desear algún mal al prójimo o a sí mismo.
Estás maldiciones que impetran la venganza divina sobre sí o sobre los demás; hieren el corazón de Dios, siempre pronto para bendecir y para hacer bien.

4º El voto es una promesa hecha a Dios de realizar alguna buena obra, con la intención de obligarse bajo pena de pecado.

El voto es un acto del culto de latría, que no es debido sino a Dios: la voluntad de obligarse bajo pena de pecado, distingue al voto de la simple promesa.
El voto es cosa útil y santa, siempre que se haga con discreción y prudencia.
Si se trata de un voto importante, conviene orar antes mucho y consultar al propio confesor. Es siempre pecado faltar a sus votos o llamadas promesas.

La Iglesia, en virtud del poder de atar y desatar que ha recibido de Jesucristo, puede, por justos motivos, dispensar de los votos o conmutarlos por otras buenas obras.
Este poder pertenece al Papa y a los Obispos, que lo ejercen por sí mismos o por sus delegados.

3ºAcuérdate de santificar las fiestas.

El tercer mandamiento nos ordena que santifiquemos el día del Señor.
Nos prohíbe profanarlo.

La ley natural prescribe al hombre consagrar, de tiempo en tiempo, un día al culto de Dios, pero no lo determina:

En la Ley Antigua era el sábado, en memoria del reposo de Dios después de la creación; en la Ley Nueva es el domingo en honor de la Resurrección de Jesucristo y de la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles.

Este día de descanso por semana nos recuerda las tres grandes maravillas de Dios:
la Creación,

la Redención

y la Santificación.

El domingo es el tributo del Señor: Dios es el dueño de los hombres, y elige los sacerdotes consagrados a su culto.
Dios es el dueño del espacio, y exige edificios sagrados.
Dios es el dueño del tiempo, y se ha reservado un día por semana, el domingo.
Dios ha dado seis días al hombre para su trabajo, y se reserva el séptimo para su culto. Nada más justo ni razonable.

¿Qué hay que hacer para santificar el domingo?

1º Hay, que abstenerse de obras serviles

y 2º dedicarse a obras de religión.

I. Las obras serviles son los trabajos en que el cuerpo tiene más parte que el espíritu.
Están prohibidas aún en el caso de que se ejecutaran sin interés o por hacer una buena obra.

Dios nos prohíbe las obras serviles en los domingos:

a) a fin de que podamos ocuparnos en nuestros deberes religiosos y en la salvación de nuestra alma;

b) para dar al cuerpo el descanso necesario.

La ciencia demuestra que el descanso de un día, cada siete, es requerido por nuestra constitución física.
Dios ordena pues, al hombre, el santo reposo del domingo para bien de su alma y de su cuerpo.

Los que hacen trabajar a otros, o dejan que sus subalternos trabajen, son tan culpables como si trabajaran ellos mismos: son responsables del pecado de los otros y del escándalo que dan.

Hay causas que pueden excusar el trabajo en domingo:

1º La necesidad, cuando se trata de detener, apagar o localizar un incendio, impedir una inundación, reparar los caminos necesarios para el servicio público, recoger una mies en peligro o hacer cualquier otro trabajo que no pueda omitirse sin daño notable, (ej. un Carneo).

2º El servicio divino permite ciertas obras serviles para el culto, como preparar las andas para una procesión, etc..

3º La caridad autoriza el trabajo en favor de los enfermos y de los pobres que se hallan en necesidad extrema.

4º La dispensa, concedida con justo motivo por los superiores eclesiásticos, el Obispo, el Párroco.

II. La obra de religión con que debemos santificar el domingo es la asistencia a la Santa Misa.

En este Sacrificio se halla la esencia del culto cristiano, la perfecta adoración de Dios y la santificación de los hombres.

Es un pecado mortal no asistir a Misa los domingos, a menos que uno esté enfermo o impedido por una causa grave: un viaje, un trabajo imprescindible no dispensan de la Misa, cuando es posible asistir a Ella.

Hay que oír Misa entera, con respeto, atención y devoción y preferentemente la Misa parroquial (de una parroquia), porque se celebra para los fieles y en ella se predica.

Para santificar el domingo se recomienda la asistencia al catecismo y a la adoración y bendición del Santísimo por la tarde.

¿No es acaso conveniente consagrar una parte notable de este santo día al servicio de Dios y a las buenas obras?

Está permitido recrearse el domingo, siempre que se eviten las diversiones peligrosas o mundanas, como ciertos bailes morbosos, la frecuentación prolongada de las tabernas o pubs, cafés o discos donde concurre mala gente, las reuniones nocturnas en los bailes o antros, etc.

El domingo es el día del Señor, el día del hombre, el día de la familia, el día de la sociedad.
El precepto de santificar el domingo es muy importante, muy fácil, muy ventajoso.

En cambio la profanación del domingo es un gran crimen a los ojos de Dios, un gran mal para el hombre, una causa de ruina para la sociedad, que no puede vivir sin Religión.

Por eso Dios permite la ruina, aun en este mundo, a los profanadores del domingo y, al contrario, derrama sus más abundantes bendiciones sobre los hombres, las familias y las naciones fieles en la santificación de este día.

4º Honra a tu padre y a tu madre.

Los tres primeros mandamientos regulan nuestras relaciones con Dios.
El cuarto, las relaciones del hombre con los representantes de Dios: los padres y los superiores espirituales o temporales.

Este mandamiento tiene por objeto directo los deberes de los inferiores para con sus superiores, y por objeto indirecto los deberes de éstos para con aquéllos.
Los derechos y deberes son correlativos.

Las relaciones de los superiores con los inferiores resultan del orden social establecido por Dios.
Las principales sociedades son: la familia, la sociedad doméstica, la sociedad religiosa; la sociedad civil.

I. LA FAMILIA

1º deberes de los hijos para con sus padres

El cuarto mandamiento nos ordena:

1º, amar a nuestro padre y a nuestra madre;

2º,respetarlos;

3º, obedecerlos;

4º asistirlos en sus necesidades.

1º Amar a sus padres es tener una sincera disposición a servirlos, sacrificándose en su obsequio; la cual disposición nos lleva a desearles y a hacerles todo el bien posible.
Debemos amar a nuestro padre y a nuestra madre, porque Dios nos lo ordena y porque, después de Dios, a ellos les debemos la vida.
Nada puede dispensarnos del amor filial.

2º Respetar a sus padres es tratarlos con toda atención, soportar sus enfermedades y sus defectos: ellos son para nosotros los representantes de Dios.

La falta de respeto al padre atrajo sobre la raza de Cam la maldición divina.
Es una práctica santa y cristiana pedir la bendición a sus padres.

3º Obedecer a sus padres es ejecutar sus órdenes, seguir sus consejos, cumplir fielmente sus últimas voluntades: los padres son los depositarios de la autoridad de Dios, y obedecerlos en todo lo que es justo es obedecer a Dios mismo.

4º Asistir a sus padres siempre, y sobre todo en la vejez, es suministrarles los socorros espirituales y corporales que necesiten: durante su vida, y rogar por ellos después de su muerte: es justo que cuidemos de ellos como ellos cuidaron de nosotros.

Estos cuatro deberes de la piedad filial obligan a los hijos, a los nietos y a los pupilos.

2º DEBERES DE LOS PADRES PARA CON LOS HIJOS.

El padre y la madre están obligados a proveer a las necesidades de sus hijos, a educarlos cristianamente, a corregir sus defectos y por sobre todo a darles buen ejemplo.

Los padres están obligados, en una palabra, a dar a sus hijos la educación física y la educación moral y religiosa.

La educación física comprende tres deberes:

1º, velar sobre la vida y la salud de los hijos:

2º, darles el alimento, la habitación y los vestidos convenientes a su condición;

3º, proveer a su suerte futura, sin poner trabas a su vocación.

La educación moral comprende dos partes:

la formación del espíritu, o la instrucción religiosa y profana,

y la formación del corazón, o la corrección de los defectos y el ejercicio de las virtudes.

La educación debe ser cristiana, es decir, debe tener por base la doctrina y la moral de Jesucristo.
En virtud de la ley positiva de Dios, todos los hombres están obligados a vivir de acuerdo con la doctrina del Evangelio.
Una educación que no sea cristiana no es una educación verdadera, sino una formación falsa y mala.

Sin instrucción religiosa es imposible dirigir al hombre a su último fin; y sin Religión es asimismo imposible domar las pasiones del corazón humano y hacer feliz al hombre.

Los deberes de los padres con relación a la educación comprenden:
la instrucción, la vigilancia, la corrección y el buen ejemplo.

La buena educación y cristiana empieza en la familia y se completa en las escuelas, y no al revés.

Los padres tienen el estricto deber y el derecho inviolable de confiar sus hijos a las escuelas cristianas que los formen en la virtud al mismo tiempo que en las ciencias profanas.

Los padres no deben consentir a sus hijos dándoles todos los caprichos que éstos le pidan; juguetes, dinero, salidas etc.
Sino todo lo contrario deberán enseñarle lo difícil que es conseguir todo lo que piden, y cuánto cuesta ganarlo.

Es deber enseñarles que todo no se puede tener en la vida, y si se quiere algo hay trabajar para conseguirlo.
Quien da todo a hijo para complacerlo y hacerlo "feliz", estará criando un ser insensible y caprichoso, que no tendrá sentido de responsabilidad cuando sea mayor, carecerá de afecto hacia las cosas, y siempre tendrá el recuerdo de acudir a sus padres para que le resuelvan todos sus problemas.

En una palabra éstos padres no lo estarán preparando para vivir, sino para sufrir, ya que la vida en parte es sufrimiento.

N. B.
Los padres que faltan a este gran deber de la educación de sus hijos en la formación cristiana son ordinariamente castigados, aun en esta vida;
y su castigo es tanto más cruel cuanto que sus mismos hijos son muchas veces sus verdugos.

(Hay un dicho que dice: “Cría cuervos y te arrancarán los ojos”).

II. SOCIEDAD DOMESTICA DEBERES DE LOS CRIADOS Y DE LOS AMOS.

Los inferiores (obreros, empleados, subordinados) deben a sus superiores (patronos, directivos, jefes, etc.):

1º, respeto;

2º, obediencia en todo lo que concierne a su servicio y a su buena conducta;

3º, fidelidad en el empleo del tiempo, en el cuidado de los intereses, en la discreción acerca de los secretos de la familia.

Los superiores deben:

1º, tratar a sus inferiores como ellos quisieran ser tratados;

2º, inducirlos a llevar una vida honesta y cristiana;

3º, pagarles exactamente el salarlo debido a sus servicios.

III. SOCIEDAD RELIGIOSA. DEBERES DE LOS FIELES PARA CON LOS SACERDOTES.

Los superiores eclesiásticos son para los fieles, en el orden espiritual lo que los padres para sus hijos en el orden natural.

Los superiores espirituales son:

el Papa, Jefe universal de la Iglesia; el Obispo de la diócesis, el párroco y los Sacerdotes encargados de dirigir nuestras almas.

Los fieles deben a sus superiores eclesiásticos:

1º, respeto por causa de su carácter sagrado;

2º, amor por todos los bienes recibidos mediante su ministerio;

3º, obediencia por razón de su autoridad divina;

4º, auxilios materiales, porque, dice San Pablo:
“Los que sirvan al altar deben vivir del altar” (I Cor. 9, 13).

Los principales deberes de los superiores eclesiásticos son:
Enseñar la Religión; exhortar a la virtud; combatir los errores, los abusos, los escándalos;
administrar los Sacramentos;
visitar a los enfermos;
asistir a los moribundos, aun con peligro de la propia vida.

IV. SOCIEDAD CIVIL. DEBERES DE LOS SÚBDITOS Y DE LOS GOBERNANTES.

Cada hombre es, en la tierra, miembro de una nación o Patria, gobernada por un poder soberano.
La Patria se llama así porque es como la extensión del dominio paternal;
el jefe del Estado es el padre de la Patria, los ciudadanos son los hijos.

Es un deber común a gobernantes gobernados venerar y honrar a la Patria amarla dedicarse a su defensa y a su gloria:
El amor de Dios inspira el amor a la Patria; en todas partes los hombres sin Dios son hombres sin Patria.

Los gobernados deben:

1º Honrar al jefe del Estado y a sus representantes.
“Ellos son los ministros de Dios para el bien” (Rom. 13, 4).

2º Obedecer a los depositarios de la autoridad civil en todo lo que es justo y conforme a las leyes de Dios y de la Iglesia:
“Toda autoridad viene de Dios” (Rom. 13, 1).

3º Contribuir a los gastos del Estado con el pago de los impuestos.

4º Ejercer lealmente los derechos que les confiere la Constitución del Estado, particularmente el derecho del voto para la elección de los mejores candidatos.

Los gobernantes deben:

1º Proteger a los ciudadanos en sus vidas, en propiedad, en su libertad, en su honor: hacer y mandar hacer justicia a todos, sin distinción de personas.

2º Respetar y hacer respetar las leyes de la Religión y los principios de la moral.

3º No confiar las funciones públicas, los cargos, los empleos, sino a hombres capaces, dignos, íntegros y virtuosos.

4º Favorecer as obras de beneficencia, las fundaciones de utilidad pública para la asistencia de los pobres, moralizar al pueblo, ayudar los padres de familia en la obra de la educación, pero sin usurpar nunca sus derechos paternales.

El poder civil ha sido establecido por Dios para el bien del Estado, como la autoridad paterna para el bien de la familia.

Apéndice

El deber del voto.

1º Hay que votar.

El medio de que pueden valerse los súbditos para ser bien gobernados es votar por hombres honrados, concienzudos, capaces y resueltos a defender los intereses de la Religión, de la familia y de la sociedad. Votar es el deber más importante de la vida civil.

Nadie tiene el derecho de abstenerse: frecuentemente, la abstención favorece el triunfo de un candidato hostil a los intereses de la religión y de la Patria.

Se dice:

Un voto más o menos, ¿qué importa?

Si todos dijeran lo mismo y tienen el mismo derecho que vosotros no habría elección posible. Son los votos acumulados los que hacen las mayorías.

El deber ante todo: debemos evitar que Dios nos eche en caza el haber dejado el campo libre a los enemigos del orden.

2º Hay que votar bien.

El voto es una cosa muy seria: de nuestros votos dependen los intereses de la Religión, de la familia y de la sociedad.
Los electores hacen a los elegidos. Pues bien, los elegidos senadores, diputados nacionales, diputados provinciales o concejales pueden, con sus leyes o decretos, poner trabas a la libertad de la Iglesia, violar los derechos de los padres de familia, comprometer la seguridad y la prosperidad de la Patria.

El elector es responsable del mal cometido por sus elegidos, como sería responsable de robo aquél que, a sabiendas, prestara una escalera al ladrón para introducirse en la casa del vecino.
El proverbio popular dice:
“Tan ladrón es el que mata la vaca ajena, como el que la tiene de la pata”.

Dios, pedirá a los electores una cuenta más estricta de sus votos que de sus acciones privadas.
El voto, en realidad, es un acto público que afecta, no solamente al interés del individuo, sino al de todos sus conciudadanos.
Hay obligación de votar bien, como la hay de guardar los mandamientos de Dios y de la Iglesia.

¿Cómo se pueden distinguir los buenos candidatos de los malos?

Se los distingue:

a) Por su vida privada:

Si teme a Dios; si cumple y hace cumplir sus mandamientos; si tiene una familia bien constituida; si vive su fe; si cumple los Mandamientos y recibe los Sacramentos de la Iglesia; si habla poco; si promete poco; si es desprendido; si tiene familia numerosa (esto es clave); si ama a la Patria; si respeta y atiende a sus propios padres sin haberlos abandonado a un asilo, pues quien no se interesa por sus propios padres

¿qué interés puede tener por los demás?; etc..

b) Por sus partidarios:

los buenos candidatos son defendidos por la gente honrada, por los amigos del orden y de la libertad.
Los malos candidatos son patrocinados por gente mala, por los enemigos declarados de los sacerdotes y de la Religión…

c) Por sus votos anteriores, si ya han desempeñado un mandato electivo.

d) Por los diarios, periodistas, programas o personas en general que lo defienden: los buenos candidatos están sostenidos por los diarios buenos, y los malos, por diarios impíos, sectarios, destructores del orden social.

N. B.
-El elector incapaz de formar opinión propia debe consultar a una persona prudente e instruida.
Votar a sabiendas por un candidato malo por interés personal, vender su voto, son infamias de las que hay que responder ante el tribunal de Dios.

“El voto, dice Larousse, debe ser libre, es decir, que al votar no hay que obedecer a ninguna tentativa de intimidación o de corrupción.

“Concienzudo, es decir que hay que votar por aquellos a quienes creemos más capaces y más dignos de estar al frente de los negocios públicos.

“Ilustrado, es decir que hay que procurar conocer bien los sentimientos y las aptitudes de los candidatos.

“Finalmente desinteresado, es decir, que debemos votar por aquellos que, a nuestro juicio, serán más útiles al bien general, y no por aquellos que no nos parece han de servir a nuestro interés personal, porque son nuestros parientes o nuestros amigos, o porque nos han hecho promesas” (Memento Larousse, pág. 604).

No matarás

La traducción exacta es: No asesinarás, que no es lo mismo que No matar.
Nunca se puede asesinar, en cambio, a veces es lícito matar como veremos.
El mandamiento dice: No asesinarás.

El quinto mandamiento ordena practicar la caridad cristiana consigo mismo y con el prójimo.
Nos prohíbe todo lo que puede dañar al cuerpo y al alma del prójimo o de nosotros mismos.

. Caridad cristiana.

1º Consigo mismo.


Hay que amarse a sí mismo con un amor cristiano, que somete el cuerpo al alma y el alma a Dios.
Estamos obligados a cuidar razonablemente de nuestra salud y a velar por la conservación de nuestra vida: es un depósito que Dios ha confiado para procurar su gloria.

Debemos preservar nuestra alma del pecado, que le arrebata su vida divina y hacerla progresar en la virtud para asegurar su salvación eterna.

“¿Qué aprovecha ganar el mundo entero si se pierde el alma?” (Mt. 16, 26).

El amor desordenado de sí mismo se llama egoísmo.

Caridad fraterna.

Debemos amar al prójimo como a nosotros mismos, por amor a Dios.
Con el nombre de prójimo debemos comprender a todos los hombres, incluso a nuestros mismos enemigos.

Amar el prójimo como a sí mismo es desearle y procurarle, en lo posible, los mismos bienes que a sí mismo:

a) la felicidad eterna y las gracias necesarias para merecerla;

b) los bienes temporales suficientes para pasar la vida.

Amar al prójimo con un amor semejante, pero no igual: la caridad bien ordenada empieza por uno mismo.

Motivo de caridad.

¿Por qué hay que amar al prójimo?

Se puede amar al prójimo:

- por sí mismo, en gracia a sus cualidades físicas o morales;

- por nosotros mismos, por interés, porque nos es útil o por simpatía, porque nos agrada;

-se le puede amar por Dios, con el fin de agradar a su divina Majestad.

Amar al prójimo por él mismo o por nosotros no es caridad cristiana: es una afección natural, que fácilmente se convierte en afección carnal.

La caridad consiste en amar al prójimo por amor de Dios. [No podemos amar al prójimo por amor a Dios, si primero no amamos al mismo Dios].

1º Por dar gusto a Dios, que nos lo ordena.

2º Por imitar a Jesucristo, que nos lo enseña con sus ejemplos y sus palabras.

Por causa de las relaciones íntimas del prójimo con Dios; él es la criatura de Dios, la imagen de Dios, el hijo de Dios, rescatado por la Sangre de Jesucristo y llamado, como nosotros, a la herencia del cielo.

¿Cómo hay que amar al prójimo? Hay que amarle con un amor universal, sobrenatural, eficaz. He aquí las principales reglas de la caridad fraterna:

1º No hagas a los otros lo que no quisieras que te hicieran a ti.

2º Haz a los otros lo que, razonablemente quisieras que te hicieron a ti.

3º Esfuérzate en amar al prójimo como Jesucristo nos ha amado.

Ama a tus enemigos por amor de Dios; haz bien a los que te odian; reza por los que te persiguen y calumnian.

La caridad con el prójimo se ejerce mediante las obras espirituales y corporales de misericordia.

Las obras de misericordia espirituales son siete:

1) Enseñar al que no sabe las cosas necesarias para la salvación:
propagación de la fe, instituciones catequísticas, misiones, escuelas cristianas, etc..

2) Corregir a los pecadores, advertirlos de sus defectos y de sus pecados, como se advierte a un ciego que va a caer en un abismó.

3) Dar buenos consejos a los que lo necesitan.

4) Perdonar las injurias, como queremos que Dios nos perdone.

5) Consolar a los afligidos.

6) Soportar con paciencia las molestias y flaquezas de nuestro prójimo.

7) Rogar a Dios por los vivos y por los muertos.

Estas diversas obras de misericordia están más o menos a disposición de todo el mundo. No quiere decir que sean las únicas, solo se nombran algunas, las principales.

Las siete obras corporales de misericordia se resumen en el deber de la limosna.

La limosna es de precepto para todos aquellos que se hallan en condiciones de hacerla. Jesucristo dirá, en el día del Juicio:

“Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; era forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis” (Mt. 25, 41-43).

Los que tienen bienes superfluos están obligados a socorrer los indigentes.
Deben abstenerse de todo gasto vano y frívolo, particularmente en las calamidades públicas, o cuando los pobres se hayan en una necesidad apremiante.

Los que apenas tienen para sí no están obligados a ayudar sino invitados hacerlo, como la viuda del evangelio que puso apenas un óvolo, lo único que tenía y fue alabada por Cristo ante los Apóstoles.

La limosna es una fuente de bendiciones: Es un préstamo a interés hecho a Dios…
Ella cubre una multitud de pecados y nos obtiene las riquezas del cielo (Prov. 19, 17; I Ped. 4, 8).

II. Homicidio corporal:

El quinto mandamiento nos prohíbe causar nuestra muerte o la de nuestro prójimo. Por consiguiente, condena:

1, el suicidio; 2, el homicidio; 3, el duelo; 4, todo lo que hiere la integridad de…la vida corporal.

1) El suicidio.

Está prohibido atentar contra la propia vida, por desgraciado que uno sea, porque nuestra vida pertenece a Dios.
El suicidio es un crimen contra Dios, cuyos derechos usurpa una cobardía, porque es lo mismo que confesarse incapaz de soportar las penas de la vida;
una locura, porque si uno se libra de los males presentes es únicamente para caer en una desgracia eterna.

Está igualmente prohibido mutilarse; abreviar la vida con excesos de trabajo, de intemperancia o de avaricia; exponer la existencia si no es por motivo de caridad, y de desearse la muerte para dejar el peso, de la vida.

2º El homicidio es la muerte voluntaria e injusta del prójimo:

Se llama parricidio, fratricidio, infanticidio, según que la persona asesinada sea un padre, un hermano, un niño.

El homicidio es un crimen horrible, un atentado contra el dominio soberano de Dios, una injusticia contra la víctima, la familia y la sociedad.

Se es culpable de homicidio voluntario cuando se tiene el deseo o la intención de matar, aunque no se mate, del corazón salen todos los crímenes, o desear que se muera.

Se es culpable de homicidio por imprudencia cuando se mata a otro sin querer.
La falta es más o menos grave, según lo sea la imprudencia cometida.

Hay tres casos en que es permitido matar (pero nunca asesinar):

a) En caso de legítima defensa, si uno no tiene otro medio para librarse de un injusto agresor que atenta contra nuestra vida, o contra la del prójimo, o contra nuestro pudor.

b) En el caso de guerra, siempre que ésta sea justa (entra dentro de la legítima defensa, no sólo personal, como la anterior, sino mía y de mi familia y mis hermanos compatriotas).

c) En la aplicación de la pena de muerte dictada contra un criminal por la justicia pública.

Que no sea pecado no quiere decir que sea conveniente la pena de muerte.
Hoy día, hay tanta injusticia por la falta de ética (por apartarse de Dios) que caerían en esta pena los justos y quedarían libres los injustos.
A pesar de la corrupción mundial de la sociedad, nunca es conveniente la pena de muerte.

3º El duelo es un combate premeditado entre dos personas.

Los duelistas cometen un triple crimen:

una usurpación de los derechos de Dios,

un atentado contra la propia vida y un atentado contra la vida del prójimo.

Por eso la Iglesia castiga con excomunión a los que se baten en duelo y a todos aquellos que cooperan eficazmente a este acto, como son los padrinos, etc..

El duelo es un absurdo, porque una puñalada o un disparo no pueden lavar una afrenta, reparar el honor ni dar razón al que no la tiene.

El honor consiste en cumplir con su deber. Nos ordena olvidar y perdonar las injurias.
“No debe confundirse el honor con aquel feroz prejuicio que hace depender todas las virtudes de la punta de una espada, cuando en realidad de verdad sólo sirve para formar valientes malvados” (J. J. Rousseau).

4º El quinto mandamiento prohíbe asimismo todo lo que daña a la vida del cuerpo:
los golpes, las heridas, los malos tratos, etc.

Se pueden agregar: la droga, el tabaco, el exceso de las comidas, y el alcohol, éste último en desproporción, emborrarse por el solo placer del hecho;

y todo lo que conduce al homicidio: el odio, la cólera, las injurias, los altercados, los deseos de venganza, hablar mal de otros, (podríamos agregar: los deportes donde se arriesga la vida o se atenta seriamente a la salud mental o física).

III. EL HOMICIDIO ESPIRITUAL, EL ESCÁNDALO.

El escándalo es toda palabra, acción u omisión, mala en sí o aparentemente, que induce al prójimo a ofender a Dios.

El escándalo es activo en el que lo causa y pasivo en el que lo recibe.

El escándalo activo es directo si el que lo da tiene la intención de hacer caer al prójimo: se incurre en él cuando se enseña, manda o aconseja lo malo.

Es indirecto cuando se dan malos ejemplos sin intención de pervertir al prójimo.

El escándalo pasivo es el escándalo de los débiles, si proviene de la debilidad o de la ignorancia de aquel que lo recibe; si proviene de su malicia, el escándalo es farisaico, llamado así de los fariseos, que se escandalizaban de las mejores acciones de Nuestro Señor Jesucristo.
No hay que hacer caso alguno del escándalo farisaico.

El escándalo verdaderamente tal, directo o indirecto, añade una nueva malicia al pecado cometido y constituye una circunstancia que hay obligación de declarar en la confesión.

LA GRAVEDAD DEL ESCÁNDALO.

1º El escandaloso trabaja con el demonio en la perdición de las almas, rescatadas por la Sangre de Jesucristo.
Y si es un crimen quitar al prójimo la vida del cuerpo,

¿cuánto mayor no lo será el arrebatarle la vida del alma?

2º El escandaloso causa frecuentemente un mal inmenso e irreparable.

Los escandalizados pueden, a su vez, hacer otras víctimas, y determinar un número infinito de pecados que dimanan todos del primer escándalo.

¿Cómo detener el mal?

3º Por eso Jesucristo condena al escandaloso con estas terribles palabras:
Ay de aquel por quien viene el escándalo (Mt. 18, 8).

Son gravemente culpables de escándalo:

a) Los que hacen alarde de impiedad y trabajan por arrancar la fe de las almas.

b) Los que publican, venden, o prestan películas, libros, revistas, periódicos, donde se falta a la moral bien entendida, donde abundan las malas palabras injuriando a otro u otros, donde abundan los deseos carnales buscando solo el placer por el placer mismo, y cuando se asiste a lugares pecaminosos tales como los antros, donde la droga el sexo y alcohol, son el atractivo, corrumpiendo el cuerpo y el alma.

c) Los que componen o cantan canciones malas, haciendo alarde o resaltando, los deseos sexuales, el mal comportamiento ante la sociedad, dando a entender que; "esta es la única vida, y hay vivirla".
También pecan quienes las escuchan y hacen escuchar a otros.

d) Los que hacen o exponen estatuas, pinturas o dibujos inmorales;

pornografía en los puestos de revistas, en la televisión, en avisos publicitarios, el hacer exibir el cuerpo, tanto femenino como masculino, resaltando la sensualidad, y provocando con gestos morbosos, etc..

e) Los que propagan la depravación en los menores de edad;

los que comercian y lucran con el cuerpo de las mujeres, teniéndolas como esclavas al servicio de los hombres, y los hombres, que lucran con su cuerpo ofreciendo su servicio.
Y todos aquellos que violan las leyes de la decencia en el vestir, en el caminar, en el pensar, que influyen en los más jóvenes al mal pensamiento.

6º No cometerás acciones impuras.

9º No desearás la mujer de tu prójimo.


Estos dos mandamientos tienen por objeto salvaguardar la angélica virtud de la castidad. Prohíben los pecados contrarios a ella.

La castidad es obligatoria para todos, se debe considerar según los principios del orden natural, o a la luz de lo que pide el orden sobrenatural.

1º Considerada del primer modo, la castidad somete la Carne al espíritu;
conserva su poder a las facultades del alma; da al cuerpo vigor y belleza;
a la familia, el honor y la prosperidad; a la sociedad, la unión y la paz.

2º Según los principios del orden sobrenatural, la castidad nos obliga, como hijos de Dios, miembros de Jesucristo, templos del Espíritu Santo, llamados a la herencia del Reino de los Cielos.

El sexto mandamiento condena los pecados externos de impureza;

el noveno, los pecados internos; ambos prohíben exponerse a las ocasiones próximas de estos pecados.

PECADOS CONTRA LA IMPUREZA.

Se peca contra esta virtud con pensamientos, deseos, miradas, palabras y acciones.

1) Se peca con pensamiento cuando, advertidamente y con delectación, se detiene uno en representaciones imaginativas deshonestas.

El pensamiento es la mirada del alma: así como está prohibido mirar con los ojos del cuerpo, voluntariamente y con complacencia, un objeto deshonesto, así también está prohibido mirarlo con los ojos del alma, representándoselo con la imaginación.

Los malos pensamientos engendran los malos deseos y las malas acciones.
Se puede tener 80 ó 99 años y pecar con el pensamiento.

2) Se peca con deseos cuando se aproxima la idea de procurarse algunos placeres deshonestos, aunque de hecho no se los busque.

En el mal, el deseo, cuando es deliberado y voluntario, es ya el mal, ya es un pecado: del deseo a la acción no hay más que un solo paso.
Se puede ser anciano y pecar con el deseo, como también de miradas, palabras y acciones (puede leerse la historia de Susana en la Biblia: Capítulo 13 del profeta Daniel).

3) Se peca con miradas cuando se detiene la vista, sin necesidad y con placer, en personas u objetos indecentes.
Los ojos son, las ventanas del alma y por la vista la muerte ha entrado frecuentemente en ella.

4) Se peca con palabras cuando se tienen conversaciones impuras o se cantan canciones malas. Las conversaciones malas corrompen las buenas costumbres (I Cor. 15, 33).

5) Se peca con acciones cuando uno se permite actos o libertades deshonestas, solo o con otras personas.
Nuestros cuerpos están conságrados a Dios por el bautismo: hay que tratarlos como vasos sagrados.

Todo lo que haría avergonzar a un ángel debe hacer avergonzar a un cristiano.

II. GRAVEDAD DE LA IMPUREZA Y SUS NEFASTAS CONSECUENCIAS.

El pecado de impureza es abominable a los ojos de Dios:

1), degrada al hombre, sometiendo su alma a los instintos más vergonzosos del cuerpo.

2), profana nuestros cuerpos, convertidos por el bautismo en miembros de Jesucristo y templos del Espíritu Santo.

3), trae aparejadas consecuencias desastrosas y castigos terribles.

Las consecuencias de la impureza son:

las recaídas, los malos hábitos, hay un dicho que dice: "Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo "Albert Einstein -,
los sacrilegios, causados por la vergüenza de confesar este vicio, los escándalos y una multitud de pecados.

En fin, este vicio de la impureza, produce la ceguera del espíritu, el endurecimiento del corazón, la desesperación, la impenitencia final.

Los castigos de la impureza son:

en esta vida, la pérdida del honor, de la riqueza, de la salud y frecuentemente, una muerte prematura;

después de la muerte, la desesperación ante el fuego eterno.

La impureza, dice San Alfonso María de Ligorio, es la puerta más ancha del infierno; de cada cien condenados noventa y nueve caen en él por causa de este espantoso vicio.

Los pecados directamente contrarios a la pureza son mortales por naturaleza propia; sólo el defecto de advertencia plena y de pleno consentimiento puede hacerlos veniales.

III OCASIONES O CAUSA DE LA IMPUREZA.

Las ocasiones más ordinarias de la impureza son:

los bailes sensuales con mucho o poco morbo, los teatros de revistas, las modas indecentes donde se muestra el cuerpo para excitar, las lecturas pecaminosas de todo tipo, el libertinaje, las películas o programas de TV indecentes, las malas compañías y familiaridades entre personas de diverso sexo.

Hoy deberíamos colocar en primer lugar:

La televisión, tanto en sus programas como en sus propagandas, ya que es un bombardeo imposible de rechazar cuando uno está delante de ella tres, cuatro o más horas;
valga también para internet, donde abunda la pornografía, y se exhibe el culto al cuerpo, los pensamientos más impensables, y la falta de caridad hacia el prójimo.

En segundo lugar los boliches, discos o bailables, y los antros, que con tanta facilidad permiten los padres “cristianos” que sus hijos asistan a esos lugares.

La Virgen de Fátima, en uno de sus mensajes dice:

“Ningún padre cristiano debería permitir que sus hijos estén en esos lugares;
allí no se ama a Dios”.

Y en cuarto lugar las provocaciones de las modas indecentes, tanto en la mujer como en el hombre, que incluso pretenden ingresar a las iglesias donde habita Dios.

En el hombre, que exalta el machismo, y que con cuantas más mujeres ha tenido en su vida, tanto mejor. Dando mal ejemplo a los más jóvenes, y con ésa actitud les está diciendo como deben ser y comportarse.

En la mujer que provoca al hombre con su forma de vestir, y provocando un remolino insaciable de sensualidad. Muchas veces la más perjudicada es la misma mujer, y desgraciadamente muchas son maltratadas, violadas y asesinadas.

Las causas de la impureza deben ser evitadas como el pecado mismo.

Nuestro Señor ha dicho:

“Si tu ojo derecho una persona o una cosa tan querida como vuestro ojo derecho es para vosotros una ocasión de pecado, arráncalo y arrójalo lejos de ti, porque es mejor ir al cielo con un ojo menos, que caer en el infierno teniendo los dos” (Mat. 18, 9).

Por consiguiente, ponerse voluntariamente en la ocasión de cometer pecados de impureza es ya una falta, una falta más o menos grave, según sea la ocasión más o menos próxima: lo que depende de las personas y de las circunstancias.

Cuando la ocasión es necesaria, se debe consultar al propio confesor acerca de los medios que hay que emplear para alejar el peligro.

No es permitido vender, prestar, ni conservar malos libros, revistas o fotografías indecentes, escandalosas o sensuales, sin hacerse culpable la misma persona, de las faltas a que estos objetos dan ocasión.

IV. PREVENTIVOS Y REMEDIOS PARA ESTOS VICIOS.

Para prevenir los pecados de impureza hay que:

1), evitar las ocasiones de pecado;

2), dedicarse a hecer penitencia y al trabajo, que dignifica;

3), orar con fervor a toda hora, especialmente en las tentaciones a pecar;

4), vivir siempre en la presencia de Dios;

5), frecuentar los Santos Sacramentos;

6), tener una gran devoción a la Santísima Virgen María, Madre de toda pureza.

Llevamos el tesoro de la pureza en vasos muy frágiles y estamos rodeados de lazos y enemigos que quieren nuestra ruina.

Para no caer en la tentación, ha dicho Nuestro Señor Jesucristo, hay que vigilar, ayunar y orar (Mc. 9, 28 y 14, 3 y sig.).

a) La vigilancia aleja las causas del mal;

las causas interiores: el orgullo, el libertinaje, la ociosidad;

las causas exteriores: las ocasiones próximas, como la televisión, internet, las lecturas, las relaciones peligrosas, etc.

b) El ayuno, la mortificación, da al alma la fuerza necesaria para dominar el cuerpo y regir sus sentidos de acuerdo con la modestia.

c) La oración, bien hecha, obtiene de Dios la gracia necesaria, sin la cual nadie puede ser casto.

El ejercicio de la oración comprende:

el recurso humilde a Dios en las tentaciones;

el pensamiento de la presencia de Dios, donde El todo lo ve, y todo lo sabe;

la Confesión, que _purifica el alma y la fortalece contra las recaídas;
la santa Comunión, que debilita la tendencia al mal.

Finalmente, la devoción a la Santísima Virgen Inmaculada, que está encargada por Dios de aplastar la cabeza de la serpiente tentadora.

Recitar de mañana y de noche alguna jaculatoria pidiendo su protección contra ésta clase de tentaciones, cómo, por ejemplo:

el Bendita sea tu pureza, el Corazón Inmaculado de María, las tres Avemarías diarias, y de manera muy particular el rezo del Santo Rosario, en lo posible meditado, las letanías a la Virgen, al Sagrado Corazón, a los Santos.

Estos remedios son necesarios por causa de la gran corrupción de nuestra naturaleza, de la perversidad del mundo y de las continuas tentaciones del demonio, y sus ángeles malignos que solo quieren nuestra perdición eterna y definitiva en el infierno.

Y son infalibles, si se los emplea con perseverancia;
No hay, por tanto, excusa alguna para caer o quedar en la impureza.

Recordemos que Jesús amonesta a sus discípulos a rezar continuamente para no caer en la tentación.

7º No hurtar.

10º No codiciar los bienes ajenos.


Dios ha querido que los bienes terrenales fueran repartidos entre los hombres, a fin de que la sociedad viviera en el trabajo, en el orden y en la paz.

Porque si los bienes fueran comunes, muchos hombres no trabajarían, se desentenderían de los negocios y pasarían su vida pleiteando.
La humanidad viviría en estado salvaje, sin agricultura, sin industria, en la miseria y en la degradación.

“De manera que, mirando por el bien general, el hombre ha recibido de Dios el derecho de propiedad, es decir, el derecho de hacer algo suyo y de disponer de ello a voluntad” (Moulin).

Dios asegura el derecho de propiedad con dos mandamientos: el séptimo y el décimo.

Nos prohíbe:

1º, tomar injustamente el bien ajeno;

2º, retenerlo cuando sabemos que no nos pertenece;

3º, causar daño al prójimo. Por consiguiente, nos ordena la restitución de lo mal adquirido o la reparación del daño injusto causado por nosotros.

El décimo mandamiento, para cortar el mal en su raíz, prohíbe todo deseo voluntario de apoderarse del bien ajeno por medios injustos.

I. EL ROBO.

Se apodera uno injustamente del bien ajeno:

1), por robo;

2), por fraude;

3), por usura.

1º Se es culpables de robo cuando se quita alguna cosa al prójimo contra su voluntad, presunta y razonable.

2º Se es culpable de fraude cuando se engaña en los contratos; por ejemplo, sobre la calidad, peso y medida de las mercaderías.

3º Se culpable de usura cuando se exigen por el préstamo intereses ilegítimos o superiores al interés legal.

II. INJUSTA RETENCIÓN.

Se retiene injustamente el bien ajeno:

1) No devolviendo lo que se ha tomado.

2) Ocultando lo que otro ha tomado.

3) No pagando las deudas.

4) Negando los salarios a los obreros y criados.

5) Aprovechándose, a sabiendas, de un error en las cuentas.

6) No cumpliendo las cláusulas de un testamento.

7) Haciendo una quiebra fraudulenta.

8) Apropiándose los objetos hallados sin averiguar quién sea el dueño.

III. DAÑO INJUSTO.

1) Deteriorar o destruir los bienes del prójimo.

2) Intentar contra él procesos injustos.

3 ) Privar a un empleado de su puesto, a un comerciante de su crédito, con informes temerarios o calumnias, o iniciando juicio a otro sabiendo que es inocente para intentar sacarle dinero.

4) Descuidar el cumplimiento de las obligaciones propias del estado individual de cada uno: jueces, abogados; escribanos, médicos, maestros de escuela, patronos, obreros, etcétera, puede causar perjuicios graves.

5) Cooperar a las injusticias cometidas por otros, mandarlas, aconsejarlas, permitirlos, cuando se está obligado a impedirlas.

IV. GRAVEDAD DEL ROBO.

La injusticia rompe todos los lazos y todos los deberes que unen a los hombres entre sí; quebranta y destruye, en el fondo de la conciencia, la regla de eterna justicia, grabada por la mano del Creador y reconocida por todos los pueblos, aun los más bárbaros.
Sin la justicia no puede haber vínculos sociales ni fraternidad entre los hombres.

Por eso la sociedad, fundada sobre la justicia y establecida para hacerla reinar, castiga el robo como su primer enemigo, como un atentado antisocial.

No hay nombre más ignominioso que el de ladrón.
Si la injusticia envilece al hombre, ¡cuánto más al cristiano! …
Ser una perfecta persona y honrada es empezar a ser cristiano.

El robo o la injusticia es pecado mortal cuando la materia es grave.

Se considera generalmente como materia grave lo que bastaría para hacer vivir durante un día al robado y a su familia.

También se debe tener en cuenta que si uno roba lo que cuesta un kilo de pan a una persona con mucho dinero, no es lo mismo que si se lo roba a un pobre,
el daño es mayor en este último aunque con el mismo dinero.
Robar a un rico, o a un pobre, es la misma acción: robar, y está penado por la Iglesia.

V. REPARACIÓN DE LA INJUSTICIA.

Los que han violado el séptimo mandamiento están obligados a:

1) A confesar el pecado cometido.

2) A restituir lo que poseen injustamente, si quieren ser perdonados.

3) A reparar el daño causado al prójimo.

Con la confesión se satisface a Dios; con la restitución al prójimo.

La obligación de restituir es por ley natural y la ley divina.
Esta obligación es grave en materia grave, leve en materia leve.

“No se perdona el pecado, dice San Agustín, si no se restituye lo robado”.

RESTITUCIÓN O CONDENACIÓN.

¿A quién hay que restituir?

A aquel que sufrió el daño.

¿Y si ya no vive? A sus herederos.

¿Y si es imposible descubrirlos? Hay que dar lo mal adquirido a los pobres o emplearlo en buenas obras.

No está permitido guardar el bien que es ajeno.

¿Cómo hay que restituir? Sin demora.

Todo retardo agrava la injusticia hecha al prójimo y expone al causante a morir sin haber cumplido con esta grave obligación.

Si uno se halla en la imposibilidad de restituir, debe dar, desde luego, todo lo que pueda; tener voluntad de devolver lo que falta, apenas pueda, y ponerse en condiciones de hacerlo con la mayor rapidez.

Todos los cómplices de una injusticia están obligados a repararla y están obligados solidariamente, es decir, uno en defecto del otro:

primero a cada uno su parte de reparación;
después, la parte de los otros que nos pueden restituir o reparar;
el prójimo tiene derecho a una indemnización completa.

El socialismo o comunismo.

El derecho de propiedad, que tiene su salvaguardia en el séptimo mandamiento, es combatido por los socialistas, comunistas, colectivistas.

Divididos entre sí acerca de los medios de organizar la sociedad por ellos soñada, están de acuerdo en la abolición de la propiedad individual y hereditaria, a fin de que desaparezca toda distinción entre los ricos y los pobres.

Esta doctrina:

1º, es tan reprobable como las pasiones que la inspiran, porque tiene su fuente en la codicia, en la envidia, en la pereza.

2º, Es irrealizable, porque para establecer la igualdad de bienes sería necesario hacer a todos los hombres igualmente fuertes, robustos, inteligentes, laboriosos y económicos.

3º Sería desastrosa en sus resultados porque cada uno trabajaría lo menos posible si no tuviera la esperanza de gozar un día del fruto de su trabajo, y la negligencia en el trabajó acarrearía una miseria universal.
(Hoy podemos ver cómo terminaron los países comunistas, especialmente Rusia).

8º No levantarás falso testimonio ni mentirás.

El octavo mandamiento completa nuestros deberes para con el prójimo:
nos ordena respetar la verdad en nuestras palabras, porque la sinceridad y la franqueza son el fundamento de la sociedad.

Prohíbe directamente el falso testimonio, o la mentira en los juicios, e indirectamente todo lo que pueda herir al prójimo en su reputación y en su honor.

1. Deberes relativos a la verdad.

Nunca es permitido faltar a la verdad, pero, en algunos casos, no hay obligación de decirla, en otros, se debe callarla absolutamente.

Se quebranta la verdad de tres maneras:

1) con falsos testimonios;

2) con la mentira;

3) violando los secretos.

1) El falso testimonio es una deposición en juicio contra, la verdad.

Cuando uno es llamado como testigo ante un tribunal, debe decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad; debe contestar en conciencia a las preguntas que se le hagan.

Están dispensados de testificar:

a) Los confesores respecto de sus penitentes;

b) Los consanguíneos ascendientes y descendientes, los hermanos, las hermanas, los afines en primer grado del acusado;

c) Las personas obligadas a secreto profesional, como médicos, abogados, etcétera, relativamente a sus clientes.

El falso testimonio es un pecado grave contra la verdad, la religión y la justicia.

El testigo falso está obligado:

1), a retractarse de su testimonio, si ha sido gravemente perjudicial;

2), a reparar todos los daños causados por su perjurio.

2) La mentira es una palabra, un signo cualquiera por el cual se da a entender lo contrario de lo que se piensa, con la intención de engañar.

Para que haya mentira se requieren dos cosas:

1), que uno quiera hacer creer lo que él mismo no cree;

2), que se tenga el propósito de engañar, por tanto no se miente cuando aparece con entera claridad que lo que uno dice no puede ser tomado en serio.

La mentira siempre es mala.

El mentiroso ofende a la verdad y, por consiguiente, a Dios, que es la verdad misma; pervierte el fin del lenguaje, dado por Dios al hombre para comunicar su pensamiento y no para engañar al prójimo; perturba el orden social, que reposa sobre la confianza mutua y, por último se envilece en su propio concepto y en el concepto de sus semejantes.

Se distinguen tres clases de mentira:

1), la mentira festiva, que uno dice para divertirse;

2), la mentira oficiosa, que se profiere para hacerse un servicio así mismo o para hacerlo al prójimo;

3), la mentira perniciosa, que causa perjuicio a otros.

La primera, ojo, cuando el misma mentira es tal que está diciendo que es mentira con el mismo chiste, no es pecado pero es una imperfección y un peligro de habituarse y usarlo en ocasiones serias, por tanto no conviene mentir jugando;

la segunda lo es tanto para hacerse un servicio así mismo como para causar daño al prójimo;

La llamada mentira piadosa no es PIADOSA, ya que el pecado nunca es un acto de piedad. La mentira es mentira y siempre es pecado.

Por tanto, quién no busca corregir la costumbre de mentir para safar comete, además de la mentira, pecado de negligencia y este pecado de la mentira irá creciendo hasta mentir en cosas graves.

¿Cómo se corrige después de este mal hábito?

Es muy difícil corregirlo, y se necesita mucha fuerza de voluntad, por eso, es mejor no mentir.

la tercera es mortal cuando causa un daño considerable, y trae aparejada la obligación de reparar el daño.

La mentira por medio de actos se llama hipocresía:

consiste en vestirse con las apariencias de la virtud para granjearse la estimación de los demás.

En que se puede ocultar la verdad.

Hay casos en que uno no está obligado a decir la verdad, por lo menos entera (que no quiere decir mentir, que jamás hay que hacerlo).

Cuando una persona formula una pregunta indiscreta, está permitido contestar:
No sé, dónde se sobreentiende que no se lo puede decir (lo que no una mentira sino que no quiere hablar).

No se tiene entonces la intención de engañar al prójimo, sino solamente la de ocultar una cosa ,que no hay obligación de decir.
El error, si se produce, es imputable a la carencia de reflexión de los que han formulado la pregunta.

Por ejemplo, un gerente está atascado de trabajo y le dice a la secretaria:
“hoy a la mañana no estoy para nadie” (pero está en la oficina), y llega una persona y pregunta por él, ella puede decir, el gerente no está durante la mañana (se entiende que no está disponible).

De ahí que la obligación de guardar un secreto, la necesidad de no herir al prójimo, la seguridad personal, etcétera, justifica el empleo de estas restricciones y de estos equívocos.

Sin embargo, nunca se debe usar de estas restricciones:

a) En materia de Religión, cuando hay obligación de confesar la fe.

b) En la Confesión Sacramental.

e) En los contratos onerosos, compras, ventas, etcétera.

d) En una interrogación legítimamente hecha por un juez o por un superior.

Violación de secretos.

Se debe ocultar toda verdad que sea objeto de un secreto.

Se distinguen cinco clases de secretos:

1), el secreto Sacramental;

2), el secreto natural; 3),

el secreto prometido;

4), el secreto confiado;

5), el secreto de la correspondencia epistolar.

1) El secreto sacramental, relativo al Sacramento de la Penitencia o Confesión, absolutamente inviolable.
Obliga, bajo pena de pecado mortal, a todo que oiga algo de la confesión de otro.
Una persona que se está confesando y otro que espera escucha.
Seguir escuchando ya es pecado, mucho más si habla.

2) El secreto natural tiene por objeto todo lo que no puede ser revelado sin perjudicar, más o menos gravemente, al prójimo.

3) El secreto prometido resulta del compromiso contraído de callar.
La obligación de guardar este secreto cesa cuando implica un grave inconveniente para sí o para los demás.

4) El secreto confiado tiene por objeto las confidencias recibidas bajo la condición expresa o tácita de no revelarlas.
Tal es el secreto profesional de los médicos, de los abogados, de los escribanos, etcétera.

La obligación de guardarlo es muy grave, y no cesa si el bien público no lo demanda.

5) El secreto de la correspondencia epistolar.
Está prohibido violar con extorsión, sin un justo motivo, los secretos ajenos, leer las cartas u otros escritos privados.

Según la importancia de estos secretos, hay pecado más o menos grave en la extorsión o en la divulgación de los mismos.

DEBERES RELATIVOS A LA REFUTACIÓN DEL PRÓJIMO.

Se hiere la reputación del prójimo;

1º, exteriormente con la detracción;

2º, interiormente con el juicio temerario.

1) La detracción es la difamación injusta del prójimo:
se ejecuta mediante la murmuración y la calumnia.
Siempre es pecado y en cosas graves es Pecado mortal.

La murmuración consiste en revelar, sin necesidad, los defectos o las faltas secretas del prójimo.
No hay murmuración cuando el mal es público, ni cuando hay un motivo justo para revelar una falta secreta.

La calumnia consiste en decir del prójimo lo que es mentira o faltas que no ha cometido:
La calumnia añade a la mentira la murmuración: se opone simultáneamente a la verdad, a la caridad y a la justicia.
Siempre es pecado y en cosas graves es Pecado mortal.

Los chismes o cuentos consisten en revelar a una persona los conceptos desfavorables que sobre ella, haya vertido otra.
Este procedimiento detestable siembra la discordia entre amigos y turba: la paz, introduciendo la división en las familias.

de la detracción.

La detracción es un pecado de suyo mortal, porque el bien que arrebata al prójimo es más precioso que los otros bienes terrenos.
La detracción no es venial sino por falta de advertencia, o por la poca importancia de la materia.

Nunca es licito murmurar; pero hay casos en que es permitido y, a veces obligatorio, revelar los vicios y defectos del prójimo (atención, siempre que sea verdad):

a) Cuando esté de por medio el interés público, para impedir que alguien haga daño a la Religión o a la sociedad.

b) En caso de interés para el prójimo, a fin de preservarle de un peligro.

c) En caso de interés personal, sea para pedir consejo o socorro en un asunto grave, sea para justificarse de una falsa acusación.

d) En interés del mismo culpable, por caridad fraterna.

En estos casos, la difamación no es injusta, porque el derecho a la reputación cede ante un derecho superior:
Muchas veces hasta es deber de caridad, pero no se debe hablar sino a personas competentes y discretas, e imponerles el secreto.

¿Es preciso escuchar a los detractores?

La caridad nos obliga a defender la reputación del prójimo.

Por consiguiente, peca aquel que escucha la murmuración o la calumnia:

1), si pudiéndolo no la impide;

2), si goza escuchándola;

3), si coopera eficazmente en la misma. Son los oyentes curiosos y poco caritativos los que hacen a los murmuradores; sin no hubiese oyentes no habría murmuradores.

Obligación de reparar la detracción.

El detractor está obligado a reparar el mal causado al prójimo.

El murmurador está obligado:

1) no a retractarse (ya que lo que dijo es verdad pero no conveniente decirlo), sino a restablecer, en la medida de lo posible, la reputación del prójimo, diciendo de él el mayor bien posible;

2), reparar los males causados por su culpa.

El calumniador está obligado:

1), a retractarse de sus mentiras, aun con propio perjuicio;

2), a reparar el mal causado al prójimo con sus calumnias.

2) El juicio temerario consiste en formar una mala opinión del prójimo sin pruebas suficientes.

Es una detracción mental que priva injustamente al prójimo de nuestra estimación.
El juicio temerario está prohibido por la ley divina:
“No juzguéis, dice Nuestro Señor Jesucristo, y no seréis juzgados” (Luc. 6, 36).

El juicio temerario hiere a la caridad que nos manda pensar del prójimo lo que quisiéramos que él pensara de nosotros; hiere a la justicia, que da a cada cual el derecho a la estimación de los otros, mientras uno no haya hecho nada por perderla.

Las dudas y las sospechas de los superiores, de los padres de familia, encargados de vigilar a sus inferiores, no son ni injustas ni reprobables: son, actos de prudencia: También está permitido tomar precauciones razonables respecto de personas desconocidas: la prudencia es la madre de la seguridad.

III. DEBERES RELATIVOS AL HONOR DEL PRÓJIMO.

El honor del prójimo es el testimonio exterior de la estimación que uno tiene para con él mismo.

Se hiere el honor del prójimo haciéndole una injuria en su presencia con palabras o acciones.

Con palabras:

reprochándole sus faltas y sus defectos, y dirigiéndole epítetos injuriosos, burlas ofensivas;

con acciones:

poniéndole en ridículo, haciéndole gestos de desprecio, etc.

La injuria es un pecado de suyo mortal; pero no es más que una falta leve cuando no hay intención de causar un daño grave.

Las afrentas inferidas por los superiores con prudencia y caridad, para enmienda de los culpables, son lícitas y a veces necesarias.

Conclusión.

Jesucristo ha resumido todos los mandamientos en estos dos:

1), Amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas.

2), Amar al prójimo como a sí mismo (Mt. 22, 37-39).

Y cuando se ama a Dios, se le adora, se respeta su Santo Nombre, se santifica el día que se ha reservado para su culto, como lo ordenan los tres primeros mandamientos.

Cuando se ama al prójimo, se honra primero al padre y a la madre; no se hace agravio a persona alguna, ni en su cuerpo, ni en su alma, ni en sus bienes, ni en su reputación, ni en su honor, como lo prescriben los siete últimos mandamientos.

De esta manera, el Decálogo viene a ser el código necesario, universal e inmutable del genero humano.
Contiene, en compendio, todos los deberes y todos los derechos naturales.

Su observancia labra la felicidad de los hombres y la prosperidad de los pueblos y asegura a cada uno la salvación eterna. Si queréis entrar en la vida eterna, guardad los mandamientos (Mt. 19, 17).

LOS MANDAMIENTOS O PRECEPTOS DE LA IGLESIA.

Hay cinco mandamientos principales de la Iglesia que obligan a todos los cristianos Católicos, y son:

Io Oír Misa todos los domingos y demás fiestas de guardar.

El precepto de oír Misa los domingos y fiestas requiere, requiere para su debido cumplimiento, cuatro cosas, que son:

1), presencia corporal;

2), atención de la mente;

3), rito debido;

4), lugar conveniente.

1) La presencia corporal debe ser moral y continua.

a) Moral, esto es, que se pueda decir que el que la oye forme parte de los asistentes, prestando atención.

Para esto basta que distinga las partes de la Misa, o vea por lo menos a los asistentes, manteniéndose a una distancia razonable del templo;

b) La presencia debe ser continua en toda la Misa, es decir se debe prestar atención a los ritos de la Misa, de modo que no falte la parte notable de ella, o por el tiempo, o por la importancia y dignidad.

La parte más digna y principal de la Misa es la quo se extiende desde el Sanctus hasta la Comunión.

2) La atención de la mente debe ser tal que advierta, al menos confusamente, el Sacrificio que se ofrece, y no ponga alguna acción que excluya la atención interna Por esta razón no cumple con el precepto quien se pone a pensar en otra cosa;

quién se pone a conversar, quién se pone a leer algo que no tiene nada que ver con la Misa, o se pone a mirar la ropa de los demás, o la pintura de la pared, etc.

3) En cuanto al Rito de la Misa, se satisface el precepto con cualquier rito Católico.

Maronita, Ucraniano, etc.

4) Por lo que mira al lugar, vale la Misa, ya sea al aire libre, ya en Iglesia u oratorio público o semi público, ya en capillas privadas del cementerio;
pero no vale en las capillas particulares de las casas, si uno no tiene la autorización otorgada a la persona o familia, en la concesión de oratorio doméstico o privado.

Los días de fiesta, con obligación de oír Misa y de abstenerse de obras serviles son, además de todos los domingos del año, los siguientes:

1º de Enero: Santa María Madre de Dios, se celebra la maternidad divina de María.

15 de Agosto: La Asunción de la Santísima Virgen.

8 de Diciembre: Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen.

25 de Diciembre: Natividad de Nuestro Señor Jesucristo.

II. NO COMER CARNE EN LOS DÍAS PROHIBIDOS (O DE ABSTINENCIA) O AYUNAR LOS DÍAS QUE ESTAN MANDADOS.

Son días de abstinencia todos los viernes del año, excepto si ese viernes es un día de Solemnidad.

Son días de ayuno y abstinencia: El miércoles de ceniza y el Viernes Santo.

Este precepto de ayunar que es obligatorio bajo pecado grave, no quiere decir que otros días del año no se pueda ayunar.
Es recomendable el ayuno periódico como ser los días viernes en honor de la pasión y muerte de N. Señor Jesucristo, o los martes (que se rezan los misterios dolorosos del Rosario), o ambos días, etc. Cada uno en la medida de su amor a Dios.

De la ley de la abstinencia y del ayuno puede dispensar, con justo y racional motivo, el propio confesor.

III. CONFESAR Y COMULGAR, POR LO MENOS UNA VEZ AL AÑO, EN EL TIEMPO PASCUAL.

El tiempo pascual, en que se debe cumplir el precepto de la confesión y comunión anual, aunque por derecho común es sólo desde el domingo de Ramos hasta la octava de Pascua de Resurrección, por privilegio concedido a la América Latina e Islas Filipinas, se extiende desde Septuagésima (tres domingos antes de la Cuaresma) hasta la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús (viernes después de la octava de Corpus).

IV. CONTRUBUIR AL SOSTENIMIENTO DE LA IGLESIA.

El culto; clero, escuelas católicas, etc., contribuyendo según las leyes o costumbres del propio país.

V. Celebrar los Matrimonios conforme a las leyes de la Iglesia.

No tener por verdadero ni legítimo el matrimonio llamado civil, en tanto que no se celebre el eclesiástico.

Lo que hay que evitar y lo que hay que hacer.

La Moral encierra:

1), la observación de los mandamientos de Dios y de la Iglesia;

2), la huida del pecado;

3) la práctica, de las virtudes cristianas.

Nos falta decir unas palabras sobre estos dos últimos artículos.

1º Lo que hay que evitar.

Hay que evitar el pecado.

El pecado es una desobediencia voluntaria a la ley de Dios.
Es un pensamiento, un deseo, una palabra, una acción u omisión contraria a los mandamientos de Dios o a los de la Iglesia.

Hay dos clases de pecados:

el pecado original y el pecado actual.

El pecado original es el que nos viene de nuestro origen, como consecuencia de la desobediencia de Adán, y que traemos todos al venir al mundo.

Este pecado consiste en la privación de la gracia santificante, que hubiéramos recibido de Dios, de no haber mediado la desobediencia de nuestros Primeros padres. Cuando un padre pierde su herencia, la pierde para él y para sus hijos.
Adán perdió para él y para nosotros la herencia de la gracia.

El pecado actual es el que se comete por un acto libre de nuestra voluntad cuando hemos llegado al uso de razón.
Todos los pecados actuales no son igualmente graves:

unos son, mortales y otros veniales.

a) Un pecado es mortal cuando con él se desobedece a Dios en materia grave, con plena advertencia y pleno consentimiento.

Se llama mortal porque causa la muerte del alma, quitándole la vida de la gracia.

Para que haya pecado mortal se requieren tres condiciones:

1) Gravedad de la materia que debe ser apreciada ya sea en sí misma, ya sea en sus circunstancias o en sus consecuencias, o ya sea en el fin que se, propuso el legislador;

2) Advertencia plena y conocimiento perfecto de parte del espíritu;

3) Consentimiento libre de la voluntad, que también debe ser pleno y perfecto.

El pecado mortal es el mayor de todos los males:

a) Con relación a Dios es una rebelión abierta, un ultraje gravísimo, una terrible ingratitud;

b) Con relación a nosotros produce los efectos más desastrosos:
nos arrebata la vida de la gracia, nos hace enemigos de Dios y acreedores a las penas eternas del infierno.

Para ser condenado basta morir con un solo pecado mortal en la conciencia.

b) Un pecado es venial:

1) cuando se desobedece a Dios en cosas de poca monta; 2) cuando se le ofende en cosa grave, pero sin plena advertencia o sin pleno consentimiento.

Aunque el pecado venial sea un mal menor que el pecado mortal, sin embargo es un gran mal en sí mismo, un mal más grande que todos los males temporales.

El pecado venial:

a) ofende a Dios;

b) nos hace tibios y perezosos en su servicio;

c) nos dispone al pecado mortal, como la enfermedad conduce a la muerte;

d) nos expone a las penas temporales en esta vida y en la otra.

Hay que temer particularmente a los pecados veniales premeditados y habituales.

Las fuentes de todos nuestros pecados son ciertas inclinaciones al mal llamadas los siete vicios o pecados capitales:

SOBERBIA, AVARICIA, LUJURIA, IRA, GULA, ENVIDIA, PEREZA.

Debemos combatirlas sin cesar con la práctica de las virtudes contrarias.

Para evitar el pecado hay que acordarse de que Dios nos ve, orar con todo fervor, rechazar todo mal pensamiento tan luego como se presente, frecuentar los Sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía, y pensar frecuentemente en la Bondad de Dios, su amor hacia nosotros, en Jesús y María que espera que nosotros acudamos a ellos, con el auxilio divino.

Una oración muy frecuente al sentir cualquier tentación, de impureza, de malos pensamientos hacia el prójimo, de desgano ante nuestras obligaciones etc...,

repetir frecuentemente, y sin cesar;

¡JESÚS, MARÍA OS AMO SALVAD LAS ALMAS!

Esta oración hará brotar en el alma de quién la recite, una fuente caudalosa de energía, para luchar contra el maligno, contra su ataques y sus perversiones.

Es un llamado a Jesús y María, quienes acudirán a nosotros con su ayuda y poder.
Basta con probarlo para no dejar de rezarla jamás!

2° LO QUE HAY QUE HACER.

Hay que practicar las virtudes.

La virtud, en general, es un buen hábito del alma, que nos lleva a hacer el bien.

La virtud es lo opuesto al vicio. El vicio es una inclinación del alma que nos lleva al mal.

Se distinguen las virtudes naturales o adquiridas y las virtudes sobrenaturales o infusas, llamadas también virtudes cristianas.

A) Las virtudes naturales son las que se adquieren con las solas fuerzas:

de la naturaleza y la repetición de los mismos actos.

Esas virtudes perfeccionan al hombre en el orden natural.
Los actos de estas virtudes humanas son naturalmente buenos, y tienen en la tierra su recompensa; pero son estériles para el cielo.

No se hacen útiles para la salvación, sino cuando se practican con el auxilio de la gracia y por motivos de fe: entonces, son sobrenaturales.

B) Las virtudes cristianas son disposiciones o aptitudes sobrenaturales que Dios nos da para perfeccionarnos y para hacernos realizar actos merecedores del cielo.

Las virtudes cristianas se nos dan en el Bautismo con la gracia santificarte.
Se acrecientan y desenvuelven con el ejercicio, la oración y los Sacramentos.

Se debilitan por la negligencia en practicarlas; y se pierden por los actos de los vicios opuestos.
Se recobran con la gracia santificarte.

C) Hay dos clases de virtudes cristianas:

las virtudes teologales y las virtudes morales.

I. Se llaman virtudes teologales las que se refieren inmediatamente a Dios;

morales, las que rigen nuestra conducta de acuerdo con los preceptos del Evangelio.

Hay tres virtudes teologales:

Fe, Esperanza y Caridad.

Son absolutamente necesarias para la salvación.

a) La Fe es una virtud sobrenatural que nos hace creer firmemente todas las verdades que Dios ha revelado y que la Iglesia nos enseña.

La Fe es un don de Dios, una luz interior y sobrenatural, análoga, pero superior a la de la razón.

Se distinguen tres clases de luces:

la luz corporal, que nos hace ver los cuerpos;

la luz intelectual o la razón, que nos hace conocer las verdades del orden natural;

la luz de la Fe, que nos muestra las verdades sobrenaturales.

La Fe tiene por objeto las verdades reveladas.

El motivo de la Fe es la suprema veracidad de Dios que ha revelado estas verdades.

¿Cómo sabemos que esas verdades vienen de Dios, que son reveladas por Dios?

Lo sabemos por la Iglesia, regla infalible de nuestra fe.
Y nosotros sabemos que la Iglesia es el órgano de Dios por los motivos de credibilidad.

La Esperanza es una virtud sobrenatural que nos hace esperar de Dios, con una firme confianza, la vida eterna y las gracias para merecerla.

El objeto de la Esperanza es el cielo y las gracias necesarias para llegar a él.

Los motivos de la Esperanza son:

1), los méritos de Jesucristo;

2), la infinita bondad de Dios;

3), su omnipotencia;

4), la fidelidad a sus promesas.

La firmeza de la Esperanza se mide, por la confianza en Dios.

La Caridad es una virtud sobrenatural que nos hace amar a Dios sobre todas las cosas, por ser quien es, y a nuestro prójimo coma a nosotros mismos, por amor de Dios.

OBJETO DE LA CARIDAD ES DIOS Y EL PRÓJIMO.

Dios amado por ser quien es y el prójimo por Dios.
La Caridad es como un árbol con dos ramas que vienen de la misma savia divina.
El motivo de la Caridad es Dios, considerado en sí mismo: como infinitamente digno de todo amor.

Amamos a Dios soberanamente y sobre todas las cosas cuando estamos dispuestos, mediante su santa gracia, a perder y a sufrirlo todo antes que ofenderle con un pecado mortal.

VIRTUDES MORALES.

Hay un gran número de virtudes morales; se relacionan todas con las cuatro virtudes cardinales:

prudencia, justicia, fortaleza y templanza.

La prudencia nos hace discernir lo que debemos hacer o evitan para ir al cielo.

La justicia nos hace dar a cada uno lo suyo y nos mueve al cumplimiento de todos nuestros deberes.

La fortaleza nos hace vencer, con valor todos los obstáculos que se oponen a nuestra salvación.

La templanza modera nuestros apetitos sensuales en conformidad con la razón y con la ley de Dios.

La moral cristiana comprende también los Consejos evangélicos:

la pobreza voluntaria,

la castidad perpetua

y la obediencia perfecta.

La práctica de estos consejos constituye el estado religioso, el más santo y el más sublime de todos los estados; que tienen su recompensa en la tierra para quienes la practican, y por sobretodo un caudal de enormes gracias en el Cielo.

Nuestro Señor Jesucristo es un buen ejemplo de esta moral cristiana, mientras vivió en la tierra.

III. EL CULTO O LOS MEDIOS ESTABLECIDOS POR DIOS PARA SANTIFICARNOS.

Es la tercera parte de la doctrina cristiana y dice;

El Dogma nos enseña las verdades que hay que creer;

la Moral los deberes que hay que cumplir para ir al cielo;

el Culto comprende los medios de honrar a Dios y de santificarnos.

El fin asignado al hombre es la felicidad de ver a Dios en la vida futura.

Pero como este fin es sobrenatural, es decir, superior a la naturaleza humanas,
el hombre no puede conseguirlo con sus solas y propias fuerzas, necesita del socorro divino que se llama "Gracia".

Los medios deben ser proporcionados al fin.

Si el fin del hombre es sobrenatural, es necesario también que sus actos, que son para él el medio de alcanzarlo, sean sobrenaturales, es decir, informados por un principio superior a la naturaleza.

Este principio es la Gracia. Por ella, Dios eleva al hombre hasta sí mismo y le hace capaz de participar de su vida, de su gloria y de su felicidad infinita.

La gracia es el medio indispensable para la salvación: la Gracia es la semilla de la gloria.

Los medios ordinarios establecidos por Jesucristo para conferir la gracia son:

los Sacramentos, y la oración, que constituyen el culto Católico.

No queda, pues, por estudiar:

1º , la Gracia;

2º, los Sacramentos;

3º, la Oración.

I. LA GRACIA.

1º Naturaleza de la gracia.

La gracia es un don sobrenatural, o un socorro que Dios nos da gratuitamente, en atención a los méritos de Jesucristo, para ayudarnos a conseguir nuestra salvación.

a) La gracia es un don gratuito que Dios nos concede por su bondad.

No es un don natural, como la vida, la salud, la inteligencia, etc., sino un don sobrenatural, que nos eleva por encima de nuestra naturaleza;
Como el injerto que da al árbol una naturaleza y una vida nuevas.

b) Se nos da la gracia en atención a los méritos de Jesucristo.

El pecado de Adán había despojado a la naturaleza humana de esta gracia;
Jesucristo, muriendo por nosotros en la cruz, ha merecido que este bien sobrenatural nos fuera devuelto por la divina bondad.

e) Se nos da la gracia Para ayudarnos a salvarnos.

Sin la gracia no podemos merecer nada para la vida eterna.
Es la gracia para el alma lo que las alas para el pájaro, el viento para la nave, lo que el aire para respirar.

Dios nos da su gracia, ruega dentro nuestro para ayudarnos a obrar bien, ruega para hacernos vivir de su propia vida.
De ahí dos clases de gracias: la gracia actual y la gracia habitual.

2º Gracia actual

La gracia actual se llama así porque nos es dada para que hagamos buenas obras.

Es un socorro sobrenatural e interior que Dios nos da para que practiquemos obras de salvación.

La gracia actual es transitoria, un socorro del momento, que Dios nos da en atención a los méritos de Jesucristo, para hacer el bien y evitar el mal.

Es una luz que ilumina la inteligencia, una fuerza que excita la voluntad;
pero necesita de nuestra cooperación, necesita que nosotros le digamos sí.
Si correspondemos a la gracia, es decir si la aceptamos, adquirimos un mérito;
si la resistimos, es decir no le damos el valor que tiene y lo dejamos pasar, somos culpables.

La gracia actual tiende a establecer en nosotros la vida sobrenatural,
hay que ser constante para hacer que actue en nosotros; pero no es la vida:
La vida del alma es la gracia santificante.

NECESIDAD DE LA GRACIA ACTUAL.

La gracia actual es absolutamente necesaria al hombre para hacer obras útiles para la salvación.

Nos lo prueban las palabras de Jesucristo y la razón misma.

1º Jesucristo dijo:

“Sin Mí, nada podéis hacer” que valga para el cielo (Jn. 15, 5).

2º Los medios deben ser proporcionados al fin; pero el cielo es un fin sobrenatural; luego, para obtenerlo se necesitan medios sobrenaturales.

Estos medios son nuestras buenas obras.
Luego, es necesario que nuestras obras sean sobrenaturalizadas por la Gracia.
El pájaro sin alas no puede elevarse por los aires, el barco a velas no puede avanzar sino hay viento, el ser humano no puede vivir sin oxígeno; por lo tanto:

el hombre sin la gracia no puede subir al cielo.

Nadie puede hacer una obra buena para la vida eterna, sin el impulso de la Gracia actual.

La gracia actual hasta es necesaria en el orden natural, como gracia medicinal, porque, a causa del pecado original, nuestra inteligencia está sujeta a la ignorancia y nuestra voluntad debilitada.

El hombre, caído y vulnerado por la culpa de origen, puede, sin el auxilio de la gracia conocer algunas verdades del orden natural, como la existencia de Dios;
pero con su sola razón no puede moralmente conocer, todas las verdades del orden natural, cuyo conocimiento le es absolutamente necesario para lograr su destino.

El hombre caído puede, sin el auxilio de la gracia, hacer algunas acciones naturalmente buenas, por ejemplo, amar a sus padres, dar limosna a los pobres;
pero no puede moralmente observar todos los preceptos de la ley natural, ni vencer todas las tentaciones.

EFICACIA DE LA GRACIA.

La gracia de Dios es todopoderosa.

Si, nosotros por nosotros mismos nada podemos, con ella lo podemos todo.

“Yo lo puedo todo, dice San Pablo, en Aquel que me fortalece” (Filip. 4, 13).

Con el auxilio de la Gracia, los más grandes pecadores pueden convertirse,
romper las cadenas de sus malos hábitos, apartarse de las ocasiones de pecar, y volver a la Gracia de Dios.

Los justos, fortalecidos por la Gracia, triunfan de todas las tentaciones, de todas las persecuciones, de todos los obstáculos para el bien, y practican esas grandes virtudes que nosotros admiramos en los Mártires y en los Santos.

A pesar de su poder, la Gracia deja al hombre en el pleno ejercicio de su libertad; él puede aceptarla, si quiere, como puede rechazarla o hacerla estéril.

.DISTRIBUCIÓN DE LA GRACIA.

“Dios, dice San Pablo (I Tim. 2, 44), “quiere la salvación de todos los hombres”.
Por eso da a todos gracias verdaderamente suficientes para que se salven.
A todo aquel que pone de su parte todo lo que puede, Dios no le niega su Gracia.

“Los más grandes pecadores, aun los que están empedernidos, endurecidos en el mal, mientras están en este mundo reciben a intervalos las Gracias suficientes para convertirse a Dios”.

Dios, empero, si concede a todos las Gracias necesarias para llegar al cielo,
no las da en una misma medida.
En el orden sobrenatural da a unos más que a otros, a fin de que haya variedad en sus obras.
Y no hay injusticia en esto, porque Él es dueño de sus dones y no debe nada a nadie.

La bondad de Dios previene a las almas y da a todas, gratuitamente, una primera Gracia con la cual pueden hacer obras de vida eterna y obtener Gracias las más abundantes.

La primera Gracia es, ordinariamente, la Gracia de orar, y de rezar.

La Gracia de la oración es como la moneda de oro que permite a cada cual comprar las cosas que desea.
Esto nos dice cuán necesaria es la oración, aun sin el precepto de Jesucristo.
Nadie será condenado al infierno por "falta" de Gracia, sino por no haber cooperado a la Gracia, sino por no haber hecho caso a la Gracia, que constemente Dios nos da cada dia, cada hora, cada minuto, cada segundo de nuestra vida.

Dios nos llama constantemente, incesantemente golpea la puerta de nuestro corazón, esperando que le abramos, esperando recibir una respuesta de parte de nosotros, y que recibe a cambio;
El Sagrado Corazón de Jesús nos da ésa respuesta:

"He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres, y en cambio, de la mayor parte de ellos, no recibe nada más que:
INGRATITUDES, FALTA DE RESPETO, Y DESPRECIOS, en este sacramento de amor."

De ahi la ira de Dios con respecto a la mayoría de los seres humanos, que rechazan a Dios y sus gracias para santificarlos y alcanzar el cielo.

COOPERACIÓN DE LA GRACIA.

Cada uno es libre para cooperar o, resistirse a la Gracia, como es libre para abrir o cerrar los ojos a la luz.

Dios nos trata con mucho respeto, como seres racionales y libres;
no le agrada ser servido a la fuerza, con violencia, ni siquiera salvarnos a nosotros sin mérito alguno de nuestra parte.

Se llama Gracia eficaz aquella a la cual uno coopera, a la cual uno acepta y es constante, porque a la larga, ella produce su efecto;

y Gracia suficiente, aquella a la cual no se coopera, ni se le presta atención, pero que es suficiente por si misma para movernos a obrar el bien.

Importa absolutamente no resistir jamás a la Gracia, aceptarla siempre y debemos ser constantes, en la oración, en el bien, porque así obtendremos más Gracias todavía para llegar al cielo.

Si nos resistimos, esta resistencia o rechazo, cierra la fuente de todas las Gracias.

“La tierra, dice San Pablo, que recibe frecuentemente la lluvia del cielo y no produce nada, no está lejos de ser maldecida” (Heb. 6, 7-8).

La Gracia es el fruto del amor Dios y de la Sangre de Jesucristo.
Rehusarla es despreciar el don de Dios, es rechazar a Dios y su salvación, quien lo hace, termina rechazando a aquel que es El único que puede salvarlo; Jesucristo.

3º GRACIA HABITUAL.

La Gracia habitual o santificante: es un don sobrenatural que, permaneciendo en nuestra alma, nos hace justos, santos, agradables a Dios y dignos de la vida eterna.

La Gracia santificante se llama habitual, porque permanece en el alma como un hábito (es decir, en forma permanente mientras no se la pierde por el pecado mortal);
La Gracia santificante, nos hace Santos y gratos a los ojos Dios.

La Gracia justificante, porque borra todos los pecados que nos hacían enemigos de Dios;

La Gracia santificante es una Gracia divina que transforma el alma.
Como el hierro en la fragua participa de las propiedades del fuego;
como el cristal atravesado por los rayos solares participa de las propiedades de la luz, así el alma, adornada con la Gracia, participa de la naturaleza divina:
queda deificada; vive de la vida de Dios.

La Gracia santificante difiere de la Gracia actual particularmente en dos caracteres:

1) es una cualidad que permanece en el alma y no un auxilio transitorio;

2), no tiene por fin ayudarnos a producir actos de virtud, sino darnos una vida sobrenatural, como el alma da al cuerpo la vida natural.

Gracia santificante, porque nos hace: Santos y gratos a Dios.

EFECTOS DE LA GRACIA SANTIFICANTE.

a) Borra el pecado en nuestras almas, como la luz disipa las tinieblas;

b) Nos hace justos, santos y amigos de Dios;

c) Nos hace participantes de la naturaleza divina, tan semejantes a Dios, como aquí en la tierra puede serlo la criatura respecto del Creador;

d) Nos hace hijos de Dios por adopción, hermanos de Jesucristo, templos del Espíritu Santo;

e) nos hace herederos del cielo;

f) Nos hace capaces de producir obras meritorias para la vida eterna.

Los teólogos enseñan que todos los bienes, las alegrías, las riquezas, las felicidades de este mundo son absolutamente "nada" comparados con el "menor" grado de Gracia santificante.

“Dios, dice Santo Tomás, prefiere un alma en estado de Gracia a todos los mundos, como un padre prefiere a su hijo a todas las riquezas”.

El hombre, por la Gracia, hace obras divinas.
Una acción de esta especie, por insignificante que sea, vale más que las obras más brillantes de un hombre que no posee la Gracia y que obra por un principio natural.

¿Cómo se adquiere la Gracia santificante?

Se adquiere por primera vez mediante el Bautismo, o por la Caridad perfecta con el deseo del Bautismo.

Se aumenta por la oración, la recepción de los Sacramentos, y todas las buenas obras.

Se conserva por la fiel observancia de la ley de Dios, es decir, no pecando.

Se pierde por el pecado mortal, que causa la muerte del alma.
Esta muerte del alma es la mayor de las desgracias.

Se recobra la Gracia santificante mediante una buena Confesión o por un acto de contrición perfecta con el deseo de confesarse lo antes posible.

Todo hombre que hace un acto de caridad perfecta, con el deseo de ayudar a otros, ó tiene deseos de recibir los Sacramentos, y no los puede recibir, pero en ambos casos el deseo está, queda justificado ante Dios en el mismo instante, como lo fue el buen ladrón en la cruz.

INCERTIDUMBRE DE LA GRACIA.

Sin la revelación particular de Dios, nadie puede saber si posee la Gracia santificante con certeza.
“Nadie sabe dice el Espíritu Santo (Ectes. 9, 1), si es digno de amor o de odio”.

Dios quiere esta incertidumbre para mantenernos en la humildad y hacernos trabajar con empeño en nuestra salvación.

Tenemos, sin embargo, la seguridad moral de poseer la Gracia si nuestra conciencia no nos reprocha nada, si amamos a Dios, a la Santa Iglesia, al prójimo y si observamos fielmente todos los mandamientos.

4º EL MÉRITO.

Se entiende por obra meritoria la que es digna de una recompensa.

La Iglesia nos enseña que el hombre puede, con la Gracia de Dios, adquirir méritos para el cielo.

“Alegraos, dice Jesucristo a sus Apóstoles, que vuestra recompensa es abundante en los cielos” (Mt. 5, 12).

Toda recompensa supone un mérito.

Hay dos clases de mérito:

el mérito de justicia

y el mérito de conveniencia.

El mérito de justicia, fundado en una promesa de Dios, da un estricto derecho a la recompensa: así, por ejemplo, el obrero, el criado, tienen derecho al salario prometido.

El mérito de conveniencia, no confiere derecho alguno, pero dispone favorablemente a la bondad de Dios a concedernos sus Gracias, como la súplica del pobre…
dispone al rico a darle limosna.

CONDICIONES DEL MÉRITO.

Para todo mérito se necesita la Gracia actual;

sin embargo, esta condición, que depende de Dios, no falta nunca.
Aquí sólo tratamos de las condiciones que se requieren por parte del hombre.
Por tanto, todo mérito requiere tres condiciones.

Es necesario:

1) Que el que ha de merecer méritos esté vivo, que aún viva en el mundo.
Nadie puede merecer méritos después de la muerte.

2) Que el acto meritorio sea voluntario y libre.

3) Que la obra sea buena en sí misma y hecha por un motivo sobrenatural.

Estas tres condiciones bastan para el mérito de conveniencia.

Para el mérito de justicia hay que estar en Gracia.

“Como el sarmiento, dice Jesucristo, no puede dar fruto si no permanece unido a la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en Mí, no daréis fruto” (Jn. 15, 4).

La grandeza del mérito depende:

a) De la santidad de la persona que obra.

Así, el mérito de Jesucristo es infinito, y el mérito de un santo es mayor que el de un cristiano tibio y negligente o descuidado.

b) De la excelencia y de la dificultad de la obra.

Una gran limosna es menos meritoria, sin quien la da, le sobra o la da de mala gana. Que una pequeña limosna dada por la misma persona, pero dado con amor y de corazón; Recordemos que la limosma de la viuda, unas moneditas, vale más que el oro dado por los ricos.

c) De la pureza de intención, del fervor y sobre todo, de la caridad que inspiran la acción.

Las disposiciones del corazón pueden hacer del acto más indiferente un acto muy meritorio a los ojos de Dios.

N. B.

1) Una acción es tanto más meritoria cuanto más perfecto sea el motivo que la inspira.

Obrar por amor a Dios es el más perfecto de los motivos; y cuanto más ferviente sea este amor, tanto más meritoria es la acción.

Recordemos que un acto de caridad, hacia cualquier necesitado, ya sea animal, ya sea hacia la naturaleza, y por sobre todo y más perfecto hacia un ser humano, borra cientos de pecados, en un abrir y cerrar de ojos.

2) El motivo de una acción puede ser actual o virtud.

Actual, cuando en el momento de hacer la acción se piensa en él;

virtual cuando se ha pensado antes y no se ha llevado a cabo la intención.

Para que nuestra intención influya en nuestras obras tiene que ser, por lo menos virtual.

Una obra hecha por costumbre y de un modo maquinal no tiene valor.
Por eso se recomienda tanto ofrecer a Dios las obras por la mañana y varias veces durante el día, para hacerla meritoria, que al ofrecerla se obtienen:

a) La gloria y la felicidad del cielo;

b) Un aumento de Gracia santificante;

c) Un aumento de gloria y de felicidad.

Estas recompensas están unidas entre sí: a cada grado de Gracia en esta vida corresponde un grado de gloria en la otra vida, la vida futura.

OBJETO DEL MÉRITO.

1) El justo, en virtud de las promesas de Dios, puede merecer en estricta justicia;

2) El pecador no puede merecer nada en justicia, pero puede, a título de misericordia, merecer con sus oraciones, sus buenas obras y sus penitencias la Gracia de salir del pecado y volver a Dios;

3) Todos los hombres pueden merecer, especialmente por la oración y por mérito de conveniencia, las Gracias actuales necesarias para evitar el pecado y adelantar en la virtud.

Lo que no se puede merecer.

1) Nadie puede merecer por sí mismo la primera Gracia actual.

Antes de recibir esta Gracia, las obras no tienen más que un mérito natural,
que no puede dar ni el más mínimo derecho a una recompensa sobrenatural;

2) Nadie puede merecer de justicia la Gracia tan preciosa de la perseverancia final. El justo puede alcanzarla con mérito de conveniencia por la oración y la fidelidad a las Gracias recibidas.

¿Se puede merecer por otro?

Sólo Jesucristo ha podido merecer, en justicia, por otros.

El justo puede, con mérito de conveniencia, merecer, por los pecadores y los infieles, Gracias abundantes de conversión.
Esta verdad descansa en el dogma de la Comunión de los Santos.
Así, San Pablo fue convertido por las oraciones de San Esteban, y San Agustín por las de Santa Mónica.

II. LOS SACRAMENTOS, MEDIO DE OBTENER LA GRACIA.

Los medios ordinarios de obtener la Gracia son los Sacramentos y la Oración.

Los Sacramentos son unas señales sensibles, instituidas por Nuestro Señor Jesucristo para darnos por ellos la Gracia.

Para un Sacramento son necesarias tres cosas:

1) Un signo o señal sensible.

Una señal es una cosa que vemos a oímos y que nos hace conocer otra que no vemos: así, el humo que se ve es la señal del fuego que no se ve.

En los Sacramentos, la señal sensible se compone de dos partes esenciales:

una llamada materia, y es el elemento material sensible que se emplea:
el agua, el aceite, el pan; etc.;

otra llamada forma, que consiste en las palabras que pronuncia el ministro, al aplicar la materia.

2) La institución divina.

Jesucristo era el único que podía, como Dios, dar a una cosa material la virtud de producir la Gracia.

3) Una señal eficaz de la Gracia.

Los Sacramentos no son signos sensibles de la Gracia invisible, sino señales eficaces que producen realmente la Gracia, es decir que producen aquello que significan, en virtud de la omnipotencia de Dios valiéndose de ellos como instrumentos suyos.

JESUCRISTO INSTITUYÓ SIETE SACRAMENTOS.

el Bautismo,

la Confirmación,

la Eucaristía,

la Penitencia o Confesión,

la Extremaunción o Unción de los Enfermos,

el Orden Sagrado y el Matrimonio.

¿Por qué son siete los Sacramentos?

Para la vida espiritual, como para la material, siete cosas son necesarias al hombre:

1), nacer: el Bautismo da el nacimiento;

2), crecer y fortalecerse: la Confirmación le hace crecer y le hace fuerte;

3), alimentarse: la Eucaristía le sirve de alimentó;

4), si cae enfermo, toma remedios: la Penitencia o Confesión sana las llagas del alma;

5), después de la enfermedad, reparar sus fuerzas: la Extremaunción o Unción de los Enfermos le fortalece en el trance de la muerte;

6), para gobernar la sociedad, autoridades cristianas: el Orden Sagrado las crea;

7), finalmente esta sociedad debe perpetuarse hasta la consumación de los siglos:
el Matrimonio cristiano la perpetúa.

DIVISIÓN DE LOS SACRAMENTOS:

1º Los Sacramentos se dividen en Sacramentos de muertos (muertos espirituales)
y Sacramentos de vivos (es decir, los que están en gracia).

Los Sacramentos de muertos son:

el Bautismo y la Penitencia, instituidos para dar o devolver la Gracia a los que están muertos a la vida espiritual.

Los otros cinco se llaman Sacramentos de vivos, porque, para recibirlos con fruto hay que poseer la vida de la Gracia.

Sirven para aumentar en nosotros esta vida divina.

2º Hay Sacramentos necesarios con necesidad de medio y otros con necesidad de precepto.

Los Sacramentos absolutamente necesarios, que hay que recibir de hecho o de deseo, son:

el Bautismo para todos, y la Penitencia para los que han cometido pecado mortal después del Bautismo.

3º Los Sacramentos necesarios con necesidad de precepto son:

la Confirmación,

la Eucaristía y la Unción de los Enfermos.

El Orden Sagrado y el Matrimonio son necesarios para la sociedad cristiana, pero no para los individuos.

El primer Sacramento que hay que recibir es el Bautismo:
sin él no se pueden recibir válidamente los demás.

El más grande es la Eucaristía, porque contiene a Jesucristo, autor de la Gracia.

ELEMENTOS CONSTITUTIVOS DE LOS SACRAMENTOS.

Los elementos de un Sacramento son:

1), la materia y la forma, que constituyen la señal sensible;

2), el ministro que lo confiere;

3), el sujeto que lo recibe. Sin estos cuatro elementos no existe Sacramento.

1) La materia es el elemento sensible o acto externo que, por institución de Jesucristo, puede convertirle en Sacramento: como el agua, el aceite, el pan, la acusación de los pecados, la imposición de las manos, el contrato de Matrimonio.

2) La forma de un Sacramento consiste en las palabras que el ministro aplica a la materia sacramental para convertirla en una señal eficaz de la Gracia.
La unión de la materia y de la forma constituyen el Sacramento, como la unión del cuerpo y del alma constituye al hombre.

3) El ministro es la persona que ha recibido de Jesucristo el poder de conferir el Sacramento:
Es necesario y basta que tenga la intención de hacer lo que hace la Iglesia.
No es necesario para la validez del Sacramento, que el que lo administra esté en Gracia, ni siquiera que tenga fe (pero tiene que tener la intención de hacer lo que hace la Iglesia);
pues los Sacramentos no dependen en nada de las disposiciones del ministro.
Este no es más que un simple instrumento de que se sirve Jesucristo.
En realidad, es Jesucristo mismo quien bautiza, quien confirma, quien absuelve, cte.

4) El sujeto del Sacramento es todo aquel que sea capaz de recibirlo.

DISPOCIONES REQUERIDAS.

a) Para recibir válidamente los Sacramentos se requiere, en los adultos, la voluntad, al menos implícita, de recibirlos, porque Dios no quiere santificar a los adultos sin su consentimiento.

b) Para recibirlos dignamente, las disposiciones varían según la naturaleza de los Sacramentos.

Para los Sacramentos de muertos, las disposiciones consisten en la fe, la esperanza y el arrepentimiento de los pecados, con un principio de amor de Dios.

Para los Sacramentos de vivos, la disposición principal, es el estado de, Gracia.

EFECTOS DE LOS SACRAMENTOS.

Todos los Sacramentos bien recibidos:

1) Dan o aumentan la Gracia santificante.

2) Confieren una Gracia sacramental especial en cada Sacramento.

3) Tres Sacramentos imprimen en el alma un carácter imborrable.

a) Gracia santificante.

Unos nos dan la Gracia santificante: tales son el Bautismo y la Penitencia;
otros la aumentan más o menos, según las disposiciones con que se reciben.

b) La Gracia sacramental.

Cada Sacramento, confiere una Gracia especial llamada sacramental.
Es el derecho de recibir, en tiempo oportuno, Gracias actuales correspondientes al fin del Sacramento.

c) Carácter.

Tres Sacramentos, el Bautismo, la Confirmación y el Órden Sagrado imprimen en el alma un carácter o marca espiritual que nunca podrá borrarse.

Así, un cristiano no puede dejar de ser cristiano; un confirmado no puede dejar de ser confirmado un sacerdote no puede dejar de ser sacerdote.

Por tal motivo, estos Sacramentos no se pueden recibir sino una sola vez.
Ese carácter no se pierde ni con el pecado mortal e incluso quedará en el cielo o en el infierno, ya que es una marca espiritual que va al alma.

¿Cómo producen efectos los Sacramentos?

a) Los Sacramentos producen la Gracia por su propia virtud, ex opere operato, como el fuego produce calor;

b) independientemente de las disposiciones del ministro, puesto que Jesucristo, es siempre el ministro principal;

c) pero independientemente de las disposiciones del sujeto, como el sello que no puede quedar impreso sino en cera blanda.

Las disposiciones del sujeto determinan la medida de la Gracia conferida por los Sacramentos.
Recibidos con disposiciones perfectas producen una Gracia abundante; con disposiciones imperfectas, la gracia se disminuye;
con disposiciones malas, la recepción de los Sacramentos es una profanación, un sacrilegio.

I. EL BAUTISMO.

El Bautismo es un Sacramento que borra el pecado original y los pecados actuales, si los hubiera (ej., si tiene uso de razón), haciéndonos cristianos, hijos de Dios y de la Iglesia, herederos del cielo.

Necesidad del Bautismo.

El Bautismo es absolutamente necesario para la salvación.
Las palabras de Jesucristo son terminantes:
“En verdad os digo: si alguien no renace a la vida espiritual por el agua y el Espíritu Santo no puede entrar en el reino de los cielos” (Jn. 3, 5).

El Bautismo puede ser suplido o reemplazado por el martirio que es el Bautismo de Sangre; o por un perfecto amor de Dios, con el deseo, al menos implícito, de ser bautizado: es el Bautismo de deseo.

1) La materia del Bautismo es el agua natural, símbolo de la purificación del alma.

2) La forma consiste en estas palabras:
“Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”.

3) El ministro: los Obispos, los Sacerdotes.

Pero en caso de necesidad toda persona puede y debe bautizar.
Porque el Bautismo es indispensable para la salvación. Dios ha querido que su recepción fuera fácil.

El que bautiza en caso de necesidad debe derramar agua natural sobre la cabeza de la criatura, diciendo, al mismo tiempo, con intención de hacer lo que hace la Iglesia: “Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”.
El agua debe echarse en la cabeza; si es posible, y si no, en otro miembro principal.

4) Sujeto del Bautismo es toda criatura humana sin distinción:
Jesucristo no ha exceptuado a nadie.
“Id, dice Él a sus apóstoles, y enseñad a todas las naciones, y bautizadlas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mt. 28, l9).

5) Los efectos del Bautismo.

El efecto general del Bautismo es la regeneración espiritual:
el hombre renace a una nueva vida; la vida de los hijos de Dios.

En particular, el Bautismo produce tres efectos:

a) La remisión del pecado original, de los pecados actuales y de las penas debidas al pecado.

b) La infusión de la Gracia santificante acompañada de las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad; de las otras virtudes infusas (prudencia, justicia, fortaleza y templanza) y de los dones del Espíritu Santo.

c) La impresión del carácter, que hace al bautizado hijo de Dios y de la Iglesia, hermano de Jesucristo y heredero del cielo.

Obligaciones del bautizado.

El que recibe el Bautismo se compromete a renunciar al demonio, a sus pompas, a sus obras, a creer en Jesucristo y a practicar la ley evangélica.

Objeción.

Los padres, preguntan los librepensadores;
¿tienen derecho para hacer cristianos a sus hijos sin su consentimiento?

-¿Por qué no han de tener el derecho de hacerles bien?

¿Esperan acaso su consentimiento para hacerlos curar si están enfermos o hacer una intervención quirúrgica para salvarlo?

¿Esperan que tengan uso de razón para hacerlos inscribir como ciudadanos, en el registro civil de la patria?

¿Les piden su consentimiento para ir a la escuela?

¿Y por qué habrá de ser necesario su consentimiento para hacerlos miembros de la sociedad de Jesucristo?.

II. LA CONFIRMACIÓN.

La Confirmación es un Sacramento por el que se nos da el Espíritu Santo con toda la abundancia de sus dones y se nos hace perfectos cristianos.

El Bautismo da la vida espiritual: la Confirmación la fortalece.

El Bautismo hace nacer los hijos de Dios; la Confirmación los transforma en soldados de Cristo.

El bautizado difiere del confirmado, como en el orden natural el niño difiere del hombre maduro.
La vida a los treinta años no difiere de la de cinco, pero es mucho más intensa.

Por eso el Espíritu Santo da al confirmado una fuerza enteramente viril, sea para creer espiritualmente, sea para profesar con actos exteriores, su fe.

1) La materia de este Sacramento es la imposición de las manos del Obispo y la unción con el Santo Crisma en la frente del confirmado.

El Santo Crisma es una mezcla de aceite y de bálsamo consagrados por el Obispo el Jueves Santo.
El aceite significa la dulzura y la fuerza que la Gracia comunica al alma; y el bálsamo, el buen olor de las virtudes que debe practicar el confirmado.

2) La forma de este Sacramento consiste en las palabras que pronuncia el Obispo al imponer las manos sobre la frente y al hacer el signo de la cruz con el pulgar y diciendo:
“N:… Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo”.

3) El ministro ordinario de la Confirmación es el Obispo.

Un Sacerdote delegado por el Obispo puede ser ministro extraordinario, pero debe siempre servirse del Crisma bendecido por el Obispo.
En caso de peligro de muerte de una persona el Sacerdote puede confirmar sin necesidad de pedir autorización al Obispo.

Es conveniente que el obispo, que tiene la plenitud del sacerdocio, administre el Sacramento que da a los fieles la plenitud de la vida cristiana.

4) Sujeto de la Confirmación es todo cristiano bautizado.

Este Sacramento no es absolutamente necesario para la salvación, pero el que por su culpa no lo recibe, comete un pecado y se priva de muchas Gracias.

Para recibir dignamente la Confirmación se requiere:

a) estar en estado de Gracia;

b) conocer suficientemente las verdades eternas y lo que se relaciona con el Sacramento.

5) Efectos de la Confirmación:

a) Este Sacramento nos da el Espíritu Santo con la plenitud de sus dones;

b) aumenta la Gracia santificante;

c) imprime en el alma un carácter, indeleble, el carácter de soldado de Jesucristo.

Los dones del Espíritu Santo son Gracias particulares que iluminan, fortalecen y perfeccionan el alma, ayudándonos a practicar las virtudes y facilitándonos la salvación.

LOS SIETE DONES DEL ESPÍRITU SANTO:

Sabiduría (nos hace “saborear” las cosas divinas y verla como Dios las ve),

Entendimiento (nos hace penetra el misterio de las cosas sagradas, entender cosas que no podríamos con nuestras solas fuerzas),

Ciencia (nos ayuda a relacionar todas las cosas naturales con Dios y ver la mano de la Providencia en todo),

Consejo (nos ayuda a acertar en el juicio),

Fortaleza (nos da una capacidad de sufrir por Dios y por el prójimo superando nuestras capacidades naturales),

Piedad (nos hace ver a Dios como Padre y a la Iglesia como Madre, despertando en nosotros profundo amor a todo lo que representa a Dios y sus cosas) y Temor de Dios (nos da una reverencia amorosa hacia Dios, tan grande que nos mueve a no ofenderle por nada del mundo).

III. LA EUCARISTÍA.

La Eucaristía el es el más grande y el más santo de todo los Sacramentos:
En la Iglesia de Cristo representa lo que el sol en el mundo, lo que el corazón en el hombre.

Las principales figuras de la Eucaristía en el Antiguo Testamento son las siguientes:

1) El árbol de la vida, plantado en el Paraíso terrenal, cuyos frutos daban la inmortalidad.

2) El pan y el vino, ofrecidos en sacrificio por Melquisedec.

3) El Cordero pascual; cuya Sangre preservó de la muerte a los israelitas en Egipto.

4) El maná que Dios hizo llover del cielo para alimentar a su pueblo en el desierto.

5) Los panes de la proposición, que los sacerdotes colocaban en el Tabernáculo y que no podían ser comidos sino por hombres santificados.

6) El pan cosido bajo la ceniza, que dio fuerza al profeta Elías para llegar hasta el monte Horeb.

7) El milagro de las bodas de Caná.

8) El pan multiplicado por el Salvador para alimentar en el desierto a la muchedumbre hambrienta.

¿QUÉ CONTIENE LA EUCARISTÍA?

La Eucaristía contiene, verdadera, real y substancialmente, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, bajo las especies o apariencias del pan y del vino.

Jesucristo instituyó la Eucaristía el Jueves Santo, la víspera de su muerte.
Con su omnipotencia convirtió el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre, como en otra ocasión había cambiado el agua en vino, en las bodas de Caná.

Por qué Jesucristo instituyó la Eucaristía?

Jesucristo instituyó la Eucaristía:

1) Para perpetuar su presencia entre los hombres;

2) Para alimentar nuestras almas;

3º) Para renovar el sacrificio de la cruz y aplicarnos sus méritos.

Por consiguiente, la Eucaristía es, a la vez, Sacramento y Sacrificio;
Sacramento cuando está conservada en el Tabernáculo o dada en comunión a los fieles; Sacrificio cuando es ofrecida en la Santa Santa Misa.

Se puede considerar en la Eucaristía:

a) la Presencia Real de Jesucristo;

b) el Sacramento;

c) el Sacrificio.

a) PRESENCIA REAL DE JESUCRISTO EN LA EUCARISTÍA.

En la Eucaristía, bajo las especies o apariencias del pan y del vino, está el cuerpo, la Sangre, el alma y la divinidad de Jesucristo, y no una imagen o un símbolo que lo representa.

Tal es el dogma de la Presencia Real.

Este dogma se apoya sobre varias pruebas inconmovibles:

1) Las palabras de la promesa y de la institución de la Eucaristía dichas por Jesucristo.

2) La enseñanza tradicional de la Iglesia, intérprete infalible de la Palabra de Dios.

3) La autoridad de los milagros obrados en el transcurso de los siglo.

4) La misma razón natural.

1) Palabras de Jesucristo.

a) La promesa.

Al día siguiente de la primera multiplicación de los panes, Jesucristo dijo a la muchedumbre que le seguía:

“Yo soy el pan vivo que descendió del cielo: todo el que comiere de esté pan vivirá eternamente…
Y el pan que Yo os daré es Mi Carne…”

“Los judíos, asombrados, se preguntaban:
¿Cómo puede darnos su Carne por comida?”.

La mayoría de los judíos no podían aceptar a Jesús como Salvador, porque lo veian como hombre, y no como Dios, de ahí que les provocaba escándalo sus palabras, que pero Jesucristo insiste:

“En verdad, en verdad os digo, que si no comieréis la Carne del Hijo del hombre y no bebieréis su Sangre, no tendréis vida en vosotros…
Mi Carne es verdadera comida y mi Sangre verdadera bebida” (Jn. 6, 51-54 y 56).

Y Jesús no deja a sus discípulos otra alternativa que creerle o separarse de Él.
Ha prometido, pues, dar su Cuerpo como alimento y su Sangre como bebida.

b) La Institución.

La víspera de su muerte, después de haber comido el cordero pascual, Jesucristo cumple su promesa.
Tomó pan, lo bendijo, lo partió y dándolo a sus Apóstoles, les dijo:

“Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros”.

“Tomó también el cáliz, lleno de vino, lo bendijo y les dijo:

“Bebed todos de él porque ésta es mi Sangre, la Sangre de una Nueva Alianza, que será derramada por vosotros y por muchos, para el perdón de los pecados” (Mt. 26, 26_28).

LOS MEDIOS ESTABLECIDOS POR DIOS PARA SANTIFICARNOS.

Jesús dijo estas palabras:

"Este es mi Cuerpo, ésta es mi Sangre";

significaban, en su sentido natural que, por su Omnipotencia, lo que era pan se había convertido en el Cuerpo de Jesucristo, y lo que era vino, en su Sangre redentora.

Pues bien, estas palabras, que deben ser tomadas al pie de la letra:

1) Expresan un milagro fácil, para la omnipotencia de Dios.

2) Están conformes con las palabras de la promesa.

3) Fueron pronunciadas por Jesucristo en una hora solemne, la víspera de su muerte.

4) Tenían por objeto crear un dogma y establecer un Sacramento.

Si Jesucristo en esa hora hubiera usado de un equívoco o de una figura, habría engañado a la Iglesia y a los fieles de todos los siglos…

Y, como si eso fuera poco, dejando adorar el pan y el vino habría consagrado la idolatría que Él había venido a destruir.

Por consiguiente, es imposible no tomar las palabras de Jesucristo en su sentido literal.
Hay que creer en la Presencia Real del Cuerpo y Sangre de Jesucristo en la Eucaristía.

2) La Enseñanza tradicional de la Iglesia.

Los Apóstoles entendieron literalmente las palabras de Jesucristo.

Fue testigo, San Pablo, que decía a los fieles de Corinto:
“El que comiere este pan o el que bebiere el cáliz del Señor indignamente, come y bebe su propia condenación, no haciendo discernimiento del Cuerpo del Señor” (I Cor. 11, 27-29).

San Pablo no hubiera podido hablar en esta forma de una imagen figurativa de Jesucristo.

Por lo demás, desde San Pablo hasta nosotros, toda la Tradición Católica, la enseñanza de los Santos Padres y de los Doctores, los monumentos de los siglos cristianos: catacumbas, iglesias, altares, esculturas, pinturas, etc., proclaman la misma creencia.

Hay que llegar a Berengario de Tours y, sobre todo al Protestantismo del siglo XVI para hallar las primeras negaciones del dogma Católico.
Es el caso de repetir con Tertuliano que lo que siempre ha sido creído en todas partes y por todos, debe ser conservado: “Quod semper, quod ubique, quod ad omnibus… servandum est” (Véase Cauly, Apologética cristiana).

3) La autoridad del milagro.

Frecuentemente, en el transcurso de los siglos, Dios ha hablado en favor del dogma eucarístico:
Apariciones visibles de Jesucristo en la Hostia; profanadores castigados; hostias que destilan Sangre; Eucaristía conservada en las llamas; etc. (Véase Mons. De Ségur, La Presencia Real).

Los frutos de vida cristiana y de santidad producidos en la Iglesia por la Eucaristía son un milagro perpetuo en el orden moral.

4) Dogma de la Presencia Real se impone a la razón.

Por una parte este dogma es tan extraordinario y tan incomprensible, que no ha podido ser inventado ni impuesto al mundo por un hombre.

Por otra parte, ha sido siempre admitido; hace más de veinte siglos por la Iglesia entera y por los más grandes Doctores y los ingenios más vastos y profundos.

El buen sentido concluye que la Presencia Real de Jesucristo en la Eucaristía es un hecho divino que se impone a nuestra creencia: incredibile, ergo divinum. (increíble, por lo tanto, divino)

EXPLICACIONES DE LA PRESENCIA REAL.

1) Por virtud de las palabras de la consagración pronunciadas por el sacerdote, la substancia del pan se convierte milagrosamente en el Cuerpo de Jesucristo, y la substancia del vino, en su Sangre, y no quedan en el altar más que las especies o apariencias del pan y del vino.

Este primer milagro se llama transubstanciación, es decir, conversión de una substancia en otra.

Nada hay de imposible en este primer milagro:

una transformación análoga se opera diariamente en la vegetación de las plantas.
El agua del cielo, el jugo de la tierra, etc., se convierten en la substancia de la planta.

Esta conversión de substancias se opera asimismo en nosotros.
Los diversos alimentos que ingerimos se mudan en carne, en huesos, en nervios, etc.

¿Cómo se efectúa esta transformación?

Los sabios la comprueban, pero no pueden explicarla. Es un misterio de la naturaleza.

Y, sin embargo, hay que admitirla.

¿Por qué, pues, ha de ser más difícil creer en el misterio de la Transubstanciación en la Eucaristía?

¿Nos atrevemos a afirmar que el poder de Dios es incapaz de hacer con el pan y el vino lo que hace el estómago can los alimentos y el sol con las plantas?…

2) Bajo las especies de pan y de vino está el Cuerpo substancial y real de Jesucristo, su Sangre, su Alma y su Divinidad.

Jesucristo, pues está presente todo entero, verdadero Dios y verdadero hombre, en cada hostia consagrada.
Tal es el segundo milagro de la Eucaristía.
Que Jesucristo esté todo entero en una pequeña hostia se puede explicar sin suprimir el misterio.

Y, a la verdad, Jesucristo está presente en la Eucaristía por su substancia.
Es así que la substancia de un Cuerpo es distinta de la extensión de ese Cuerpo, es decir, de sus dimensiones: longitud, latitud, espesor, y distinta también de, sus cualidades sensibles, llamadas color, sabor, olor, etc.

Luego, la substancia del agua se encuentra tanto en una gota como en el océano;
la substancia del trigo se halla tanto en un grano como en un montón de espigas;
la substancia del pan se halla lo mismo en una migaja que en un pan entero.

“Luego, concluye Santo Tomás, puesto que el Cuerpo de Cristo está en la Eucaristía a la manera como la substancia está bajo las dimensiones, per modum substantiae (al modo de la substancia).

Es evidente que Cristo está contenido todo entero bajo todas las partes de las especies del pan y del vino” (III, q. 76, art. 3)[17].

3) Aunque, por virtud de las palabras sacramentales, no haya bajo las especies del pan más que el Cuerpo y bajo las especies del vino más que la Sangre del Salvador, sin embargo, Jesucristo está todo entero bajo cada especie y bajo cada una de sus partes cuando están divididas, como después de su resurrección, el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad del Salvador están inseparablemente unidos, por eso Jesucristo, vivo e inmortal, se halla todo entero donde está su Cuerpo y todo entero donde está su Sangre.

Cuando el Sacerdote parte la hostia, no se parte o divide Jesucristo, sino que queda entero en todas y en cada una de las partes de la misma hostia.
De igual modo nuestra alma está toda entera en nuestro Cuerpo y en cada uno de sus miembros; y de un modo semejante un objeto se refleja todo entero en un espejo y, si éste se rompe, en cada uno de los fragmentos.

4) Jesucristo está presente, a la vez, en el cielo y en todos los lugares donde se hallan Hostias Consagradas.

“No es que el Cuerpo de Jesucristo se multiplique, sino su Presencia.
No hay muchos Jesucristos; sino que un solo y único.
Jesucristo se halla presente en varias hostias, en varios lugares, como el sol, que hace disfrutar de su presencia a todos los habitantes del globo.

“La presencia del sol en ciertos lugares no es más que una presencia virtual;
puesto que permanece en lo alto del firmamento; pero la presencia de Jesucristo es una presencia Real, puesto que baja a los altares para permanecer allí en el Sacramento, tan verdaderamente como se halla a la diestra de Dios Padre en lo más alto de los cielos.

Esta presencia simultánea del Cuerpo de Jesucristo en varios lugares a la vez es el tercer milagro que los incrédulos proclaman imposible.
Una cosa análoga se nos ofrece en nuestra alma, la cual, siendo simple e indivisible, está toda entera donde se halla y, por tanto, se halla en todas las partes del Cuerpo, porque a todas ellas les comunica vida.

Para darnos una idea de esta presencia simultánea, San Agustín emplea la comparación de la palabra humana.

“Tengo en mi espíritu, dice el Santo, un pensamiento, lo encaro en la palabra y lo transmito a cada uno de vosotros todo entero.
De este modo, mi pensamiento, mi verbo, reside a la vez en mi inteligencia y en la de todos mis oyentes.

Si pudiera hacer oír a todos los hombres que viven en la tierra mi pensamiento, sin abandonar mi espíritu, estaría al mismo tiempo en el espíritu de todos los hombres. Pero si tal es el poder del pensamiento, del verbo del hombre;

¿debemos maravillarnos de que el Verbo de Dios encarnado en un Cuerpo, pueda hallarse en el cielo y en todas las Hostias Consagradas?.

Indudablemente es un milagro, un misterio, pero este misterio no es más imposible que el de la palabra humana”.

5) Jesucristo está presente en la Eucaristía de una manera permanente, y no sólo en el momento de la consagración o de la comunión, sino que permanece presente en la Santa Hostia hasta que las santas especies se alteran.

La lámpara que arde noche y día ante el Tabernáculo advierte a los hombres la presencia de Jesucristo.

Consecuencia.

“La consecuencia de la Presencia Real de Jesucristo en la Eucaristía es que le debemos el culto de la latría o de adoración:

De ahí la exposición del Santísimo, la bendición y las procesiones que se hacen con Él; de ahí el respeto y la magnificencia de que se rodea en la Iglesia al Tabernáculo y los vasos sagrados; de ahí también las visitas al Santísimo Sacramento para tributar nuestro homenajes a Jesucristo y solicitar su Gracia” (Cauly).

Conclusión:

Todas estas verdades son otros tantos dogmas Católicos definidos por el Concilio de Trento, y no pueden rechazarse sin incurrir en herejía.
(Dogma: En la religión católica, verdad revelada por Dios y declarada como cierta e indudable por la Iglesia)

Se halla el resumen de todo esto en la hermosa secuencia de "Lauda Sion", debido al genio de Santo Tomás de Aquino.
A los que preguntan el cómo de estos misterios que Dios impone a nuestra fe, basta contestarles:
Dios es todopoderoso; Él lo puede, Él lo quiere, Él lo ha dicho: luego, hay que creerle.

b) La Eucaristía como Sacramento.

La Eucaristía es el Sacramento del Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, bajo las especies de pan y de vino.

1) La materia de la Eucaristía es el pan de trigo y el vino de uvas: Jesucristo eligió esta materia para demostrar que la Eucaristía es el alimento de nuestra alma, como el pan y el vino son el alimento de nuestro Cuerpo.

2) La forma de la Eucaristía consiste en las palabras de la consagración empleadas por Jesucristo en el Cenáculo:
“Esto es mi Cuerpo… ésta es mi Sangre…”

Estas palabras tienen una virtud divina, porque Jesucristo las pronuncia por la boca del Sacerdote.

3) Ministros de la Eucaristía son los Obispos, los Sacerdotes.
Sólo ellos, en la persona de los Apóstoles han recibido de Jesucristo, el poder de consagrar, en virtud de estas palabras del Salvador:
“Haced esto en memoria mía” (Lc. 22, 19).

4) El sujeto de la Eucaristía.

Todo hombre bautizado puede recibir válidamente éste Sacramento.
La recepción de la Eucaristía se llama Comunión, porque hay Unión común entre Jesucristo y la persona que lo recibe.

La obligación de Comulgar.

La Comunión es de necesidad de precepto para todos los fieles que hayan llegado al uso de razón: Jesucristo ha dicho:
“Si no comiereis la carne del Hijo del hombre y bebiereis su Sangre no tendréis vida en vosotros” (Jn. 6, 64).

Hay obligación de comulgar:

1), en la edad de la discreción (sensatez y apto para hablar y obrar;

2), por lo menos una vez al año; en el tiempo pascual;

3), en peligra de muerte.

La Iglesia desea que los fieles comulguen cada vez que asisten a la Santa Misa,
es decir, los domingos y días festivos por lo menos.

Los primeros cristianos comulgaban todos los días, y esta costumbre duró muchos, siglos…
En nuestros días es escasa la frecuencia con que se comulga, y por eso está tan debilitada la vida cristiana en las almas….

El Papa San Pío X, para subvenir a esta necesidad, ha establecido la comunión frecuente y diaria, aun para los niños, como en los primeros tiempos de la Iglesia, por los decretos Sacra Tridentina Synodus (1905) y Quam singulari( (1910) y actualmente Juan Pablo II año 2001.

Disposiciones requeridas.

1) Disposiciones del Cuerpo.

a) La ley del ayuno manda actualmente, que no se tomen alimentos sólidos ni bebidas (salvo el agua) hasta una hora antes de la comunión.
Para los enfermos que deben alimentarse se establecen 15 minutos de abstención antes de comulgar.

En peligro de muerte se puede comulgar sin estar en ayunas.

Esta Comunión (en peligro de muerte) se llama viático, o provisión para el viaje del tiempo a la eternidad.

b) Conviene estar decentemente vestido, sin lujo, pero tampoco con negligencia y falta de respeto.

2) Disposiciones del alma.

La disposición esencial para comulgar es el estado de Gracia:

La Eucaristía es un Sacramento de vivos, y se debe comulgar a sabiendas de lo que se va a recibir, pero comulgar con un pecado mortal en la conciencia, es un horrible sacrilegio.
Se debe uno confesar primero, antes de comulgar, y antes la menor duda acudir a un sacerdote inmediatamente.

Por eso los que están en pecado mortal deben confesarse antes de comulgar:
Así lo manda el Concilio de Trento.

Ni los pecados veniales, ni aun los mortales en caso de recordar estos últimos antes de comulgar, involuntariamente olvidados en la confesión, impiden comulgar; pero es bueno hacer un acto de contrición para no poner obstáculos a los frutos de la Comunión.

Si hubo un pecado mortal olvidado "involuntariamente" en la Confesión queda luego la obligación grave de decirlo en la próxima confesión, podemos comulgar ya que igual estamos en estado de gracia.

Las otras disposiciones del alma son una fe viva;

una esperanza firme,

una caridad ardiente,

y una profunda humildad con el deseo de unirse a Jesucristo.

Cuanto más perfectas sean esas disposiciones, tanto más abundantes serán los frutos de la Comunión.

¿Qué hay que hacer después de la Comunión?

Hay que emplear, por lo menos, un cuarto de hora en adorar a Jesucristo, delante del Tabernáculo, delante del sagrario, delante de Cristo Crucificado,
ofrecerse a Él, darle Gracias, suplicarle y conversar con Él, contándole todas nuestras angustias, necesidades y alegrías, para que comparta todo con nosotros, sin reserva alguna, y luego, pasando en recogimiento el resto del día.

5) EFECTOS DE LA COMUNIÓN.

La Sagrada Comunión conserva y fortifica la vida del alma, como el pan material conserva y fortifica la vida del Cuerpo.

a) Nos une estrechamente a Jesucristo y aumenta la Gracia santificante.

b) Da al alma Gracias actuales que la alimentan y fortalecen para resistir, al mal y practicar las virtudes;

c) Perdona los pecados veniales y preserva de los mortales;

d) Santifica nuestro Cuerpo y deposita en nuestra carne un principio de resurrección glorioso.

e) Nos da la premio de la vida eterna:

“Aquel que come mi Carne, dice Jesucristo, y bebe mil Sangre tiene la vida eterna, y Yo le resucitaré en el último día” (Jn. 6, 55).

El apego al pecado venial, la negligencia en prepararse bien, la tibieza en el servicio de Dios, disminuyen los frutos de la Comunión.

Hacer la Comunión espiritual es encender en el corazón un vivo deseo de la Comunión sacramental, acompañando este deseo con actos de fe, de humildad, de arrepentimiento.

Nada más agradable a Jesucristo, ni más ventajoso para el alma que esta hermosa y piadosa práctica.

c) LA EUCARISTÍA COMO SACRIFICIO.

La Eucaristía, como Sacramento, ha sido instituida para nuestra santificación;
como sacrificio, se relaciona directamente con el culto de Dios.

Ninguna religión puede existir sin sacrificio como tampoco sin oración.
La oración es en palabras, como el sacrificio en acciones, la manifestación natural de nuestras relaciones con Dios.

El sacrificio es el ofrecimiento hecho a Dios, por un ministro legítimo, de una cosa sensible que se destruye o cambia, en su honor, con el fin de reconocer su soberano dominio.

LA SANTA MISA.

Es el sacrificio del Cuerpo y de la Sangre de Jesucristo, ofrecido sobre el altar bajo las especies de pan y de vino, para representar y continuar el sacrificio de la cruz y aplicarnos sus méritos.

La Santa Misa es un verdadero sacrificio, puesto que reúne todos los elementos del mismo:

1) Ofrecimiento hecho a Dios:

a Él sólo se ofrece la Santa Misa y no a los Santos (Sí en honor de los Santos pero no para los santos).

2) De una cosa sensible:

el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor, hechos sensibles por las especies de pan y de vino.

3) Que se destruye o cambia:

Jesucristo está sobre el Altar como en un estado de muerte.

Él es místicamente inmolado por las palabras de la Consagración, en cuya virtud su Cuerpo parece separado de su Sangre, (sensiblemente) y lo sería realmente si Jesucristo resucitado no fuera inmortal; esta inmolación se completa, por la Comunión, que consume sacramentalmente a la víctima.

4) Para confesar su soberano dominio:

la Santa Misa es el acto de adoración por excelencia, de enorme valor espiritual tanto para los vivos, los presentes, como para los muertos , los difuntos ó los ausentes.

El sacrificio de la Santa Misa es el mismo sacrificio de la cruz, porque en él concurre el mismo sacerdote y la misma víctima, es decir, el mismo Jesucristo que se ofrece y se inmola por nosotros, en cada Misa.

¿Que diferencia hay entre estos dos sacrificios?

Hay varias diferencias:

1) en la Cruz Jesucristo se ofreció Él mismo directamente a Dios;
en el altar se ofrece por ministerio de los Sacerdotes;

2), su Sangre corrió realmente (es decir en forma cruenta), en la Cruz;
mientras que no corre realmente sino místicamente (en forma incruenta) en el Altar;

3), Él sufrió en la Cruz; en el Altar no sufre.
Jesucristo se ofreció de una manera sangrienta en el Calvario, y en el Altar se ofrece de una manera no sangrienta, sino incruenta.

La Santa Misa representa y perpetúa él sacrificio de la cruz, para aplicarnos los Méritos de la Redención, tan extremadamente necesarios para nuestro cuerpo y espiritu, y para los difuntos, para liberarlos del purgatorio e ir prontamente al Cielo.

El ministro principal del sacrificio de la Santa Misa es Jesucristo mismo porque solo Él puede decir:
“Este es mi Cuerpo, ésta es mi Sangre”.

Los ministros visibles son:

los Obispos y los Sacerdotes legítimamente ordenados.
Los fieles deben unirse en espíritu y corazón al Sacerdote, delegado de la Iglesia, para ofrecer en su nombre la Santa Víctima.

La Iglesia ofrece a Dios el sacrificio de la Santa Misa:

a) para adorarle;

b) agradecerle sus beneficios ;

e) para satisface a su justicia;

d) para obtener sus Gracias.

La Santa Misa en sí misma, como el sacrificio de la cruz, es de un valor infinito por causa de la dignidad infinita de la Víctima ofrecida, es decir Nuestro Señor Jesucristo.

Pero el fruto aplicado a los fieles no es infinito, sino proporcionado a sus disposiciones de fe, de confianza, de fervor. Y através de lo que los fieles ganen se pueden aplicar a los difuntos, que purgan en el purgatorio.

Se distinguen tres partes en los frutos de la Santa Misa:

1) el fruto general es para todos los fieles vivos y difuntos, y particularmente por a aquellos que asisten al Santo Sacrificio;

2), el fruto principal pertenece a aquel por quien se le hace la Santa Misa;

3), el fruto personal al celebrante.

Se ofrece la Santa Misa a Dios solo, porque el sacrificio es un acto de adoración que no es debido sino a Dios.

Pero se la puede ofrecer a Dios en honor de la Santísimo Virgen y de los Santos, para agradecerle los favores que les ha hecho y obtener Gracias por su intercesión.

Se ofrece la Santa Misa por los vivos y por los difuntos. Dios les aplica los méritos de su Hijo, según las leyes de su Justicia y de su Misericordia.

Es preciso tener en altísima estimación al Santo Sacrificio de la Santa Misa y, si es posible, asistir a él todos los días.

Es el gran ejercicio de la Religión, la mejor de todas las oraciones, un tesoro escondido de abundantes gracias y bendiciones espirituales incomparables.

Un medio excelente para evitar las distracciones es tener un libro de Santa Misa y seguir al Sacerdote en la celebración.

IV. EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA O CONFESIÓN.

La palabra penitencia significa arrepentimiento;
expiación y designa ya una virtud, ya un Sacramento.

1)Virtud de la Penitencia.

La Penitencia es una virtud sobrenatural que lleva al pecador a detestar sus pecados y a castigarse a sí mismo para reparar la injuria hecha a Dios.

El acto interno de esta virtud se llama contrición ó arrepentimiento:
los actos externos son las penas corporales que el penitente se inflige en satisfacción por los pecados cometidos.

Comprende, pues, esta virtud:

1) el odio y la detestación de los pecados cometidos;

2), el firme propósito de una vida mejor;

3º, la expiación de las culpas pasadas.

La Penitencia es necesaria con necesidad de medio para obtener el perdón de los pecados.
Jesucristo dijo: “Si no hacéis penitencia, todos pereceréis” (Lc. 13, 5).

¿En qué difiere la virtud de la Penitencia del Sacramento?

a) La virtud de la Penitencia ha sido necesaria en todos los tiempos para obtener el perdón de los pecados.

El Sacramento no es necesario sino después de su institución por Nuestro Señor Jesucristo, y no produce su efecto sino respecto de los pecados cometidos después del Bautismo.

b) La virtud de la penitencia no es más que una parte del Sacramento, que comprende, además, la confesión del penitente y la absolución del sacerdote.

c) La virtud de la Penitencia puede existir sin el Sacramento, pero el Sacramento no puede existir sin la virtud de la Penitencia.

2) Sacramento de la Penitencia.

La Penitencia es un Sacramento instituido por Nuestro Señor Jesucristo para perdonar los pecados cometidos después del Bautismo.

NECESIDAD DEL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA.

El Sacramento de la Penitencia es absolutamente necesario a aquellos que han cometido un pecado mortal después del Bautismo.

En caso de necesidad puede ser reemplazado por un arrepentimiento perfecto, unida al deseo de recibirlo.
Pero, dirá alguien:

¿para qué este Sacramento, si antes de Jesucristo se obtenía el perdón de los pecados por la virtud de la penitencia?

Indudablemente; pero este Sacramento nos proporciona ventajas inmensas:

1), requiere menos disposiciones de parte del pecador;

2º, nos confiere Gracias especiales para no volver a caer;

3), nos da la certeza moral de nuestro perdón, etc.

1) La materia del Sacramento de la Penitencia.

La materia remota consiste en los pecados que han de ser perdonados.

La materia próxima, en los tres actos del penitente:

contrición,

confesión y satisfacción…

2) La forma está en la absolución del sacerdote:
“Yo te absuelvo de tus pecados, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”.
Estas palabras, unidas a los tres actos del penitente, son la señal sensible del Sacramento de la Penitencia.

3) El ministro de la Penitencia es todo Sacerdote aprobado o investido del doble poder del Orden Sagrado, y de la Jurisdicción.
El Poder del Orden Sagrado es el poder de perdonar los pecados, conferido por Jesucristo a los sacerdotes: es inherente al carácter sacerdotal.

El Poder de Jurisdicción, conferido por el Obispo, señala a los Sacerdotes los sujetos a quienes pueden legítimamente absolver y los lugares donde pueden oír confesiones; así como los jueces civiles tienen su propia jurisdicción por los límites locales.
En principio puede confesar en todas partes del mundo sin autorización expresa a no ser que por alguna razón ese Obispo se lo impida.

4) El sujeto de la Penitencia es todo el que haya cometido un pecado mortal o venial después del Bautismo.

Disposiciones requeridas.

Para recibir bien el Sacramento de la Penitencia se necesitan cinco cosas:

1) El examen de conciencia:

2) El dolor de los pecados.

3) El propósito de no cometerlos en adelante.

4) La Confesión.

5) La Satisfacción o penitencia.

Tres clases de personas profanan este Sacramento:

1) Los que no tienen verdadero dolor de sus pecados.

2) Los que ocultan o disfrazan algún pecado mortal.

3) Los que no tienen propósito de enmienda, ni de apartarse de las ocasiones próximas, ni restituir lo mal adquirido, ni perdonar a sus enemigos, o cumplir la penitencia que el confesor impone.

5) Efectos del Sacramento de la Penitencia.

1) Borra todos los pecados cometidos después del Bautismo, por numerosos y enormes que sean.

2) Perdona la pena eterna y una parte más o menos grande de la pena temporal, según las disposiciones con que se le recibe.

3) Produce la Gracia santificante o la aumenta.

4) Hace revivir las virtudes infusas y los méritos perdidos.

5) Nos da Gracias sacramentales fara fortalecernos contra las recaídas, perseverar en el bien, y practicar las virtudes cristianas.

6) Da la paz a la conciencia y, a veces, un gran consuelo.

PARTES ESENCIALES DEL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA.

Las partes esenciales del Sacramento de la Penitencia son:

la contrición o arrepentimiento,

la confesión,

la satisfacción, que se refieren al penitente,

y la absolución por parte del sacerdote.

Es muy útil decir algunas palabras acerca de estas diversas partes:

ACTOS DEL PENITENTE:

1) La contrición ó arrepentimiento.

1) La contrición es el dolor de haber ofendido a Dios y una detestación de los pecados cometidos con el firme propósito de no volver a cometerlos.

La contrición incluye dos cosas esenciales:

en cuanto a lo pasado, el arrepentimiento de los pecados cometidos;
por lo que toca a lo futuro, el firme propósito de no volver a caer en ellos.

2)La contrición es absolutamente necesaria para obtener el perdón.

Por el pecado mortal, la voluntad del hombre se ha apartado de Dios para adherir a un bien creado.
Para que Dios perdone esta ofensa es menester que la voluntad se convierta a Dios; deteste su pecado y se proponga no volver a cometerlo;
éste es el efecto de la contrición.

Luego, sin contrición no hay perdón. Puede uno salvarse sin la confesión cuando ésta es imposible; sin la satisfacción, cuándo se muere antes de haber expiado los pecados, pero nunca sin contrición.

3) Hay dos clases de contrición:

la contrición perfecta o la contrición imperfecta o atrición.

Se diferencian en sus motivos y en sus efectos.

a) La contrición perfecta es el dolor de haber ofendido a Dios por ser quien es, por ser infinitamente bueno y porque el Pecado le desagrada.

Esta contrición esta contrición está fundada en el amor de Dios.

b) La atrición (con contrición imperfecta) es el dolor de haber ofendido a Dios por la vergüenza que lleva consigo el pecado o por temor a las penas con que Dios lo castiga.

Esta contrición imperfecta se funda en la fealdad del pecado y en el temor al infierno.
Tales motivos son imperfectos, porque en último análisis, se fundan en el amor de uno mismo.

El efecto de la contrición perfecta es borrar todos los pecados, aun antes de confesarse, siempre que se tenga el deseo sincero de hacerlo.

Borra el pecado, porque incluye un acto de caridad perfecta, y el acto de amor a Dios perfecto justifica al pecador.
Dios ama a los que lo aman: “Ego diligentes me diligo” (Prov. 8. 17).

La atrición basta para recibir el Sacramento de la Penitencia.

No justifica al pecador, pero le dispone a recibir el perdón de sus pecados, mediante la absolución.
La atrición debe ir acompañada de la esperanza del perdón y de un principio de amor de Dios.
Siempre debe el penitente excitarse a la contrición perfecta, porque es más meritoria y más grata a Dios.

4) La contrición, sea perfecta, sea imperfecta, requiere cuatro cualidades indispensables;

debe ser interna,

debe ser sobrenatural,

debe ser suprema

y debe ser universal.

La verdadera contrición incluye necesariamente el firme propósito, es decir, una sincera resolución y una voluntad decidida de no volver a pecar.
Nadie puede arrepentirse de los pecados cometidos si no está dispuesto a no volver a cometerlos.

La contrición es interna cuando está en el corazón, y no solamente en la imaginación o en los labios.
Puesto que el corazón es el que ha pecado, él es el que debe arrepentirse.

La contrición es sobrenatural cuando es excitada en nosotros por el Espíritu Santo y fundada sobre motivos de fe.
El principio de la contrición es la Gracia de Dios.

Los motivos de fe son:

a) la bondad de Dios quién el pecado ultraja;

b) la pasión de Jesucristo, que el pecado renueva;

c) el paraíso, que el pecado nos hace perder;

d) el infierno, a que el pecado nos conduce.

La contrición es suprema cuando se siente más haber ofendido a Dios que todos los males que nos pudieran sobrevenir.

El pecado es el mal supremo; es justo, pues, que se le deteste más que a los otros.

La contrición es universal cuando el arrepentimiento se refiere a todos los pecados, al menos los mortales, que se han cometido.
Los motivos que nos hacen detestar un pecado mortal deben llevarnos a detestarlos a todos: conservar afecto a uno de ellos es permanecer enemigo de Dios.

5º ¿Qué hacer para tener la contrición?

Hay que:

1) Pedirla a Dios con oraciones fervorosas.

2) Pensar en el cielo que nuestros pecados nos han hecho perder y en el infierno que nos han merecido.

3) Considerar que nuestros pecados son la causa de la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo.

4) Pensar, finalmente, que con nuestros pecados hemos ultrajado a un Dios infinitamente bueno e infinitamente digno de nuestro amor.

Un hijo bien nacido se arrepiente de haber disgustado a su padre; así debemos nosotros arrepentirnos de haber causado pena a nuestro Padre Celestial.

Señales de una verdadera contrición:

1), cambiar de vida o mal hábito;

2) corregirse de sus faltas;

3), evitar las ocasiones de ofender a Dios como se ha hecho anteriormente;

4), trabajar en destruir los malos hábitos;

5), poner los medios necesarios para vivir cristianamente.

¿Cuándo hay que hacer actos de contrición?

Hay Que hacerlos frecuentemente, pero de una manera especial:

a) cuando nos vamos a confesar;

b)_cuando hemos tenido la desgracia de caer en pecado mortal;

e) cuando estamos en peligro de muerte.

Es sumamente útil hacer un acto de contrición todas las noches, antes de entregarnos al sueño, para estar prontos a comparecer ante Dios, no sea cosa que despertemos en el infierno.

Una oración muy útil es invocar a Jesús y María antes de cerrar los ojos y dormir:

"JESÚS MARÍA OS AMO SALVAD LAS ALMAS"

Pidiendo por todas las almas que tanto ama Dios nos incluimos nosotros también.

2) LA CONFESIÓN.

1) La confesión es la acusación de los pecados propios:
hecha a un sacerdote aprobado, para recibir de él la absolución.

La confesión es de institución divina.

Tenemos de ello tres pruebas absolutamente convincentes:

a) las palabras de Jesucristo en el Evangelio;

b) la enseñanza unánime de la Tradición y la Práctica universal de la Iglesia;

c) la razón misma y el buen sentido.

A) Palabras de Jesucristo.

Jesucristo instituyó la confesión cuando dijo a sus Apóstoles:

“A los que perdonareis las pecados le serán perdonados y a los que se lo retuviereis le serán retenido” (Jn. 20, 23).

Con estas palabras les da un doble poder el poder de perdonar y el poder de retener los pecados.
Por consiguiente los estableció jueces en el tribunal de la Penitencia.

Es así que un juez no puede dictar sentencia sin conocer la causa…
Y como el Sacerdote, por otra parte, no puede leer en las conciencias, no puede conocer los pecados sino por la confesión del penitente.

Luego, es necesario que éste haga la confesión completa y precisa de sus faltas.
Por eso el Concilio de Trento declara que la confesión es necesaria, de derecho divino.

b) Enseñanza y práctica de la Iglesia.

La confesión es tan antigua como la Iglesia.

El libro de los Hechos de los Apóstoles nos refiere que los que se convertían venían a confesar sus faltas (19, 18).
Desde aquélla época, la confesión es practicada por todo los cristianos:
Emperadores, Reyes, Obispos, Sacerdotes, como por los simples fieles (Véase Mons. De Ségur, La confesión).

El historiador protestante Gibbon, a pesar de sus disposiciones hostiles, confiesa que “el hombre instruido no puede resistir el peso de la evidencia histórica que establece que la confesión ha sido uno de los principales puntos de la doctrina papista en todo el período de los cuatro primeros siglos”.

En nuestros días se han hallado, en las catacumbas de Roma, los confesonarios de que se servían los primeros cristianos.

No es, pues, el Papa Inocencio III, como afirman los protestantes, quien estableció la Confesión en el Concilio de Letrán, en el año 1215.
Este Concilio, prescribiendo la confesión anual, no hizo más que precisar el precepto divino para estimular a los cristianos negligentes.

c) Prueba de la razón y del buen sentido.

La confesión no puede ser una invención humana.

El inventor hubiera suscitado una oposición formidable por parte de los buenos, siempre en guardia contra las innovaciones; de parte de los malos, decididos a sacudir este yugo intolerable; de parte, particularmente, de los Sacerdotes, que la hubieran abolido como una carga, demasiado pesada, si no hubiera sido una institución divina.

Sólo Dios podía imponer a los hombres una ley de esta naturaleza, y ningún poder humano hubiera podido introducirla.

La confesión, por consiguiente, es una institución, una ley divina.
Establecida por Jesucristo, fue promulgada por los Apóstoles y conservada fielmente en la Iglesia.

¿Por qué Jesucristo estableció la confesión?

Nuestro Señor Jesucristo estableció la confesión para hacernos innumerables beneficios.

Entre otros:

1) La confesión nos hace expiar nuestro orgullo, fuente y raíz de todos los males, practicar la humildad, principio de todos los bienes.

2) Nos da el conocimiento de nosotros mismos, mediante el examen de la conciencia y la dirección del confesor.

3) Es una ayuda para no pecar, del que nos induce a huir para evitarnos la vergüenza de confesarlo.

4) Alivia el corazón, que tiene, naturalmente, necesidad de un confidente que le ayude a llevarlos secretos que lo oprimen.
Este confidente esta obligado al secreto; se halla especialmente preparado para sus funciones, por el estudio, y es tanto más bondadosa cuanto que Él también está sujeto a las debilidades humanas y debe Confesarse (El Código de Derecho Canónico le aconseja al Obispo, Sacerdotes, Religiosos y Religiosas, y a todos los laicos que quieran llevar una vida espiritual seria, la Confesión semanal).

5) Calma las turbaciones, las inquietudes, los remordimientos…
Es luz, fuerza y consuelo.

Conclusión.

El bien que produce la Confesión muestra su origen divino:

por ella, la calma y la felicidad renacen en el alma purificada, la paz vuelve al hogar, el honor se recobra, se reparan las injusticias, se olvidan las enemistades, se evitan los suicidios; en una palabra, por ella se impiden todos los crímenes y se reparan los daños, de suerte que por testimonio de sus propios enemigos, la confesión sacramental es verdaderamente la salvaguardia de los individuos, de las familias y de la sociedad.

2) Examen de Conciencia.

Antes de confesarse hay que examinar seriamente la conciencia:

a) sobre los mandamientos de Dios y de la Iglesia;

b) sobre los pecados capitales;

c) sobro los deberes del propio estado.

Este examen indispensable debe ser más o menos serio, según el mayor o menor tiempo que haya pasado después de la última confesión.

3) Cualidades de la Confesión.

La confesión debe ser humilde, sencilla, prudente, y sobre todo, entera o íntegra.

Hay que declarar, por lo menos, los pecados mortales número y las circunstancias que varían la especie.
Según el Concilio de Trento, el sacerdote en el tribunal, de la Penitencia es, a la vez, juez y médico; como juez debe conocer toda la causa para dictar una sentencia de todas las enfermedades.
Para prescribir los remedios convenientes que debe dar como médico.

La confesión de los pecados veniales no es necesaria, pero es muy útil:

a) para aumentar en nosotros la Gracia;

b) para hacer conocer mejor el estado de nuestra alma; para no exponernos a tomar por venial lo que es mortal.

4) CONFESIÓN SACRÍLEGA.

Todo el que oculta voluntariamente un pecado mortal en la confesión, hace una confesión nula (no queda perdonado) y comete un sacrilegio.

El que ha ocultado un pecado mortal está obligado a repetir su confesión;

a acusarse del sacrilegio cometido al ocultar el pecado;

a volver a confesarse de todos los pecados mortales cometidos después de la última confesión bien hecha;

a declarar el número de confesiones o comuniones hechas en ese triste estada.

Se reparan las malas confesiones con una confesión general de toda la vida, o bien, con una revisión que comprenda todos los pecados cometidos desde la última confesión hecha con las disposiciones requeridas.

“Nunca hay que dejarse dominar por la maldita astucia del demonio, que se esfuerza en hacernos cometer un sacrilegio por una mal entendida vergüenza.

El confesor tiene siempre para sus penitentes, y particularmente para los más culpables, la dulzura y la caridad de Jesucristo, cuyo lugar ocupa.

¿Hay que temer que el confesor revele los pecados confesados?

No: porque el Sacerdote, en el confesonario, hace las veces de Jesucristo y Dios nunca ha permitido que ninguno de sus ministros, revelara el secreto de la confesión.

Todos los Sacerdotes, si fuera necesario, sabrían, como San Juan Nepomuceno, morir antes que violar el secreto sacramental.

El que se ha olvidado de confesar algún pecado mortal debe declararlo en la confesión siguiente, para obedecer al mandato de Jesucristo.

3) La satisfacción.

La satisfacción es la reparación de la ofensa hecha a Dios y de la injuria hecha al prójimo.

a) Necesidad de la Satisfacción.

Estamos obligados a satisfacer a Dios, porque la absolución que perdona el pecado y la pena eterna, deja ordinariamente una pena oral, que hay que satisfacer en este mundo o en el otro.

Sagrada Escritura nos muestra a Adán perdonado y expulsado del Paraíso;

a Moisés, perdonado y excluido de la Tierra prometida;

a David, perdonado y castigado con la muerte de su hijo, etc.

El deseo de de satisfacer a Dios es tan necesario como la contrición:
sin él no se puede obtener el perdón de los pecados.

b) Satisfacción Sacramental.

La primera satisfacción que Dios pide es la penitencia sacramental.

El Concilio de Trento obliga al confesor a imponer al penitente una penitencia satisfactoria y medicinal.
Es esencial para la validez del Sacramento el aceptarlo: todo el que recibe la absolución con ánimo de no cumplir la penitencia impuesta comete un sacrilegio; para la integridad del Sacramento es necesario cumplirla; pero este cumplimiento no es necesario para la validez; descuidarla es falta grave si la satisfacción ha sido impuesta por faltas graves.

Estamos obligados a cumplir la penitencia sin gran dilación y de la manera prescrita, sin cambiar nada y sin reemplazarla por otra.

c) Satisfacción extra-sacramental.

Los otros medios de satisfacer a Dios son:

1), la oración, el ayuno y la limosna, que se llaman obras satisfactorias;

2), las penas y los trabajos de esta vida, aceptados con paciencia y resignación a la santa voluntad de Dios.

La Iglesia nos ofrece también un medio más fácil para expiar las penas temporales debidas por el pecado, y son las indulgencias.

Indulgencia es la remisión de la pena temporal debida por el pecado ya perdonado:
La Iglesia nos perdona esta pena aplicándonos los méritos superabundantes de Jesucristo, de la Santísima Virgen y de los Santos.

Para ganar las indulgencias hay que estar en Gracia de Dios y hacer las obras que la Iglesia Ordena.

d) Se debe también satisfacer al prójimo.

1), reparando el daño que se le ha causado en su honor o en sus bienes;

2), reconciliándose con él;

3), reparando los escándalos dados.

Un corazón realmente contrito no se cree completamente libre porque haya obtenido el perdón: comprende que la misericordia no puede suprimir la justicia y se esfuerza en reparar sus faltas y sus consecuencias funestas.

4) LA ABSOLUCIÓN DEL SACERDOTE

A los actos del penitente debe unirse la absolución del Sacerdote que es la forma del Sacramento.

La absolución es una sentencia que el Sacerdote pronuncia en nombre de Jesucristo para perdonar los pecados al penitente bien dispuesto.

El Sacerdote no puede dar la absolución sino a aquellos a quienes juzga dignos de recibirla, y está obligado a negarla a los penitentes mal dispuestos:
si la pronuncia sobre un sujeto indigno es inválida.

Además, el Sacerdote es, personalmente, responsable ante Dios del uso que haga de su poder; si hace traición a su ministerio, queriendo perdonar los pecados que debería retener, se atrae sobre sí los más terribles castigos.

¿Quiénes son indignos de recibir las absolución?

1) Los que ignoran las verdades necesarias para salvarse;

2) Los que están en pecado habitual y no hacen esfuerzo alguno para corregirse;

3º Los que no quieren dejar las ocasiones próximas de pecado mortal;

4) Los que no quieren restituir lo mal habido o reparar los daños causados al prójimo;

5º Los que se niegan a perdonar a sus enemigos…

V. LA EXTREMAUNCIÓN O UNCIÓN DE LOS ENFERMOS

La Unción de los Enfermos es un Sacramento instituido por Nuestro Señor Jesucristo para el alivio espiritual y corporal de los enfermos.

Éste Sacramento es de necesidad de precepto, dispone a bien morir.

1) La materia es el aceite de oliva bendecido por el Obispo para los enfermos.
Con él, el Sacerdote hace unciones en forma de cruz sobre la frente y las manos del enfermo.

2) La forma consiste en la oración que acompaña a cada unción:

“Por esta santa unción, y por su bondadosa misericordia, te ayude al Señor con la gracia del Espíritu Santo. Amén.
Para que, libre de tus pecaos, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad. Amén”.

3) El ministro de la Unción de los Enfermos es cualquier Sacerdote.

4) El sujeto de la Unción de los Enfermos es todo cristiano gravemente enfermo.

No es necesario el peligro de muerte próxima, basta que la enfermedad de suyo sea grave.

Disposiciones requeridas.

a) Hay que hallarse en estado de Gracia;

por eso, antes de recibirla, el enfermo se confiesa.

En caso de que, hallándose uno en pecado mortal no pudiera:

Confesarse, la atrición puede bastar;

b) Tener la intención, por lo menos presunta, de recibir este Sacramento;

e) Gran confianza en Dios y sumisión a la divina voluntad.

5) EFECTOS DE LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS.

Este Sacramento produce dos clases de efecto, los unos, relativos: al alma;
los otros, relativos al cuerpo.

Relativos al alma, la Unción de los Enfermos;

a) Perdona los pecados veniales, y aun los mortales, cuando el enfermo no puede Confesarlos, con tal que en su corazón tenga, al menos la atrición;

b) Borra las reliquias del pecado, es decir, una parte de las penas temporales, la languidez del alma y la tristeza causadas por el pecado;

c) Fortalece al enfermo contra las luchas supremas, le ayuda a soportar sus dolores con paciencia y a ofrecer a Dios el Sacrificio de su vida.

Relativos al cuerpo, la Unción de los Enfermos;

mitiga los sufrimientos de los enfermos y aun les devuelve la salud del Cuerpo,
si les conviene.

N. B. “No hay que esperar, para administrar la Unción de los Enfermos al enfermo hasta que éste haya llegado al último extremo.
No se participa ampliamente de las preciosas Gracias que ella confiere sino cuando se está en pleno conocimiento y se puede unir de corazón a las oraciones de la Iglesia con los sentimientos de una verdadera compunción.

“Por lo que respecto, en particular, a la salud del cuerpo, el Sacramento no tendrá ningún efecto si se retarda hasta que no haya ninguna esperanza.

Porque no tiene una virtud milagrosa, sino una virtud sobrenatural que viene en auxilio de las esfuerzas de la naturaleza, cuando el cuerpo es capaz de sentir su acción benéfica” (Moulyn).

En muchos hogares que se dicen cristianos existe al respecto un prejuicio funesto y culpable.
Con el pretexto de evitar al enfermo una emoción violenta, como que le estan anunciando la hora de sus muerte, dejan de recordarle sus deberes y de llamar al Sacerdote. Es un temor absurdo:

Resulta de este abuso deplorable que el enfermo se ve privado de los beneficios de la Unción de los Enfermos, o que recibe este Sacramento en un estado de debilidad tal, que no le permite aprovecharse de todos sus frutos.

Procediendo de esta manera, la familia se convierte en el peor enemigo de aquellos a quienes cree amar.

VI. EL ORDEN SAGRADO

El Orden Sagrado es un Sacramento que confiere el poder para desempeñar las funciones sagradas y la Gracia para ejercerlas santamente.

Este Sacramento se llama Orden Sagrado:

1) porque los que lo reciben forman en la Iglesia un Orden, una clase aparte;

2), porque comprende grados u órdenes parciales. Estos diversos grados constituyen la jerarquía del Orden Sagrado.

Las principales funciones sagradas son:

ofrecer el Santo Sacrificio de la Santa Misa, administrar los Sacramentos y predicar la Palabra de Dios.

Necesidad del Orden Sagrado.

El Orden Sagrado es un Sacramento de libre elección: nadie está obligado a recibirlo.

Aparte de eso, no todos pueden aspirar a él.
Además, de los impedimentos establecidos por Dios y por la Iglesia, a fin de alejar a los indignos, se requiere una vocación superior, un llamamiento divino.

Nadie puede, si no ha sido llamado por Dios, ingerirse en estas funciones divinas, que serían sublimes aun para los Ángeles mismos.

Pecan los padres si obligan a un hijo a hacerse Sacerdote sin vocación, como pecan también si le impiden seguir esta vocación cuando es bien manifiesta.

Diferentes gradas del Orden Sagrado.

Aunque sea único en su esencia, el Orden Sagrado comprende siete diversos grados de poderes, correspondientes a las diferentes funciones sagradas que se ejercen en la Iglesia.

Este Sacramento grados u órdenes parciales.

Las siete órdenes se dividen en órdenes menores y órdenes mayores, hasta antes del Concilio eran:

1) Las cuatro órdenes menores:

ostiario,

lector,

exorcista,

acólito,

inician al joven clérigo en el ejercicio del culto.

De estas, el Concilio dejó el lectorado y el acolitado.
El exorcistado lo quedó reservado al Obispo y al sacerdote delegado por él.

2) Las tres órdenes mayores son:

el subdiaconado,

el diaconado y el presbiterado que tiene su plenitud en el episcopado.
De éstas fue eliminado el subdiaconado.

El diaconado confiere el poder de asistir al Sacerdote en el altar, de predicar, de bautizar, de exponer el Santísimo Sacramento, y aún, en caso de necesidad, de dar la Comunión.

El sacerdocio tiene dos grados:

a) el presbiterado, que da el poder de ejercer las funciones sagradas;

b) el episcopado; plenitud del sacerdocio, que confiere el poder de administrar todos los Sacramentos, de enseñar a la Iglesia y gobernarla.

Los obispos son, de derecho divino, superiores a los Sacerdotes; sus poderes son más extensos, son jueces de la fe, pastores de la Iglesia, etc.

1) La materia del Orden Sagrado.

Consiste en la imposición de las manos del ministro sobre el Orden ordenado, y en la entrega de los instrumentos propios para las funciones de cada orden.

2) La forma del orden sagrado.

Se compone de las palabras que el ministro pronuncia al imponer las manos y al entregar los instrumentos.

3) El ministro del Orden Sagrado.

Sólo el Obispo puede conferir este Sacramento.
Un simple Sacerdote, podría, por delegación del Papa, conferir las Orden Sagradas menores.

4) El sujeto del Orden Sagrado.

Todo hombre bautizado puede recibir válidamente este Sacramento.
Las mujeres son incapaces del Orden, porque su condición dependiente no les permite ejercer mando en la Iglesia.
Pero por sobre todo es por derecho divino.
Por expresa voluntad de Dios manifestada en Cristo. Así lo recuerda Juan Pablo II.

Para recibir lícitamente este Sacramento se requieren tres condiciones:
vocación divina, ciencia necesaria y virtud probada.

Además, es necesario:

1) hallarse en estado de gracia;

2) estar confirmado;

3) exento de toda irregularidad.

Las señales principales de una vocación divina son:

1) la atracción, el gusto constante por las funciones sagradas,

2) una aptitud suficiente para desempeñarlas,

3) el espíritu eclesiástico, es decir, el amor al retiro, a la oración, al estudio;

4) una intención recta, o el deseo de trabajar por la gloria de Dios y la salvación de las almas,

5) el llamamiento de los superiores eclesiásticos.

5) EFECTOS DEL SACRAMENTO DEL ORDEN SAGRADO.

Confiere:

a) Un aumento de gracia santificante.

b) Los poderes especiales de cada Orden Sagrada.

c) Las Gracias sacramentales para desempeñar dignamente las funciones sagradas.

d) Imprime un carácter indeleble.

El Orden Sagrado, una vez recibido, no se pierde nunca.
El Sacerdote será siempre Sacerdote: Sacerdos in eternum.

6) Obligaciones del Orden Sagrado.

El celibato.

El Sacerdote está estrictamente obligado a guardar el celibato, o sea la castidad perpetua; ésta es una ley eclesiástica fundada en motivos muy graves.

1) Para dedicarse sin reserva a la salvación de las almas hay que estar libres de los cuidados de la familia.
Entonces es posible dedicarse enteramente a los pobres a los enfermos, a los que sufren: no se teme exponer la vida en épocas de peste, etc.

2) Para tratar dignamente los Santos Misterios se necesita la mayor pureza.
Es ésta la virtud que más acerca a Dios (Incorruptio facit esse proximum Deo).

3) Jesucristo, el modelo de los Sacerdotes, fue casto, y los Apóstoles bien pronto rompieron todo lazo para seguir sus huellas.

Dignidad del Sacerdote.

La dignidad sacerdotal es la más alta y sublime de todas.
Si el Sacerdote es inferior a los Ángeles por su naturaleza, tiene, en cambio, funciones y poderes superiores.
El sacerdote es el mediador entre Dios y los hombres.

Representante y continuador de Jesucristo en la tierra, tiene pleno poder sobre su cuerpo natural, al que consagra en el altar, y sobre su cuerpo místico, las almas, a las que tiene la misión de iluminar, de dirigir, de perdonar, de consolar, de santificar y de conducir al cielo.

Los cristianos que, fingiendo respetar la Religión, no temen calumniar a los sacerdotes y desacreditarlos, incurren en culpa extremadamente grave.

Ultrajan a su Madre la Iglesia, desprecian a Jesucristo, que ha dicho, hablando de sus ministros:
“El que os escucha a vosotros, me escucha a Mí, y el que os desprecia a vosotros, a Mí me desprecia” (Lc. 10, 16).

VII: EL MATRIMONIO.

El Matrimonio es un Sacramento que santifica la alianza del hombre con la mujer y les da las gracias necesarias para llenar sus deberes de esposos y de padres cristianos.

1) Como unión natural del hombre y de la mujer, el Matrimonio existe desde el principio del mundo.
Dios mismo lo estableció en el Paraíso terrenal cuando bendijo a Adán y a Eva, diciéndoles: “Creced y multiplicaos sobre la tierra”.

2) Como Sacramento ha sido instituido por Jesucristo, que elevó el contrato matrimonial a la dignidad de Sacramento, dándole la virtud de producir la gracia.

3) En virtud de esta institución, el Matrimonio entre esposos cristianos debe ser un Sacramento, o si no, no es contrato válido, ni verdadero Matrimonio.

“El Matrimonio, dice Pío IX, no es una cualidad accidental añadida al contrato, sino la esencia misma del contrato, fuera del cual no existe más que un puro concubinato” (“Breve” al Rey de Cerdeña).

El contrato puramente natural no existe más que para los infieles, para aquellos que no han recibido el Bautismo.

MATRIMONIO CIVIL.

Para los cristianos, el Matrimonio civil no es más que una simple formalidad legal, que asegura a los esposos los privilegios establecidos por las leyes civiles.

Sin el Matrimonio religioso, el Matrimonio civil es un vergonzoso concubinato.

Los dos cónyuges viven habitualmente en pecado mortal, son indignos de los Sacramentos y sus hijos, ante la Iglesia, son ilegítimos.

Y, a la verdad, es de fe que el Matrimonio es un Sacramento impuesto a los cristianos por Jesucristo.
Ahora bien, los Sacramentos no son de la competencia de la autoridad civil; Jesucristo no ha elegido a los empleados del Estado para conferir los Sacramentos.

Montesquieu prueba que, en todos los tiempos y en todas los lugares, la Religión ha intervenido siempre en el Matrimonio”, y a la autoridad civil, que es el mayor atentado del poder público contra el poder religioso.

1) Materia y forma.

La materia del Sacramento del Matrimonio consiste en la mutua entrega de sí mismo que los dos esposos hacen el uno al otro.
Este mutuo consentimiento debe ser formalmente expresado ante el propio párroco, o un Sacerdote por él delegado, y dos testigos.

Lo señal sensible del Matrimonio representa:
la unión indisoluble de Jesucristo con su Iglesia.
Y ésta es la razón por la cual San Pablo dijo:
“Este Sacramento es grande en Jesucristo yen su Iglesia”.

Deduce de ahí el Apóstol que las mujeres deben estar sujetas a sus esposos, como la Iglesia está sujeta a Jesucristo.
Y que los maridos deben amar a sus esposas, como Jesucristo ama a la Iglesia (Éf. 5, 22-25).

2) Los ministros de este Sacramento son los dos contrayentes:
el Sacerdote es el testigo indispensable del contrato, delegado por la Iglesia para bendecir la unión de los dos esposas, contraída ante Dios y ante los hombres.

3) El sujeto del Matrimonio es toda persona bautizada, libre de impedimento.

4) Condiciones requeridas.

1) Para recibir válidamente el Sacramento del Matrimonio es necesario:

a) estar bautizado;

b) carecer de todo impedimento dirimeme;

c) tener la intención de contraer realmente un verdadero Matrimonio (indisoluble);

d) verificar el contrato matrimonial ante el cura párroco, o ante un Sacerdote autorizado por él y dos testigos.

Sin estas cuatro condiciones es nulo el Matrimonio. (En caso de peligro de muerte o donde por muchos años no llega un sacerdote puede casar un laico, siendo testigo del contrato y sería un verdadero Sacramento).

2) Para casarse lícitamente se requiere:

a) Conocer suficientemente las verdades de la fe, a fin de poderlas enseñarlas a los hijos.

b) Conformarse con las prescripciones de la Iglesia relativas a las proclamas, al tiempo, y a las personas.

c) Recibir este Sacramento en estado de gracia con recta intención.

¿Cómo hay que prepararse para el Matrimonio?

Hay que prepararse:

1) con una conducta ordenada;

2) con prudencia en la elección de la persona;

3) con oraciones fervorosas;

4) con una Confesión general y una Santa Comunión.

Con estos medios pueden los esposos atraer sobre su futura familia las bendiciones de Dios.

5)IMPEDIMENTO DEL MATRIMONIO.

Los impedimentos son obstáculos que se oponen a que un Matrimonio sea legítimo.
Los unos, impedientes, lo hacen ilícito; los otros, dirimentes, lo hacen nulo.

Algunos impedimentos existen de derecho natural, y otros, de derecho eclesiástico.

La Iglesia, sociedad visible y divina, establecida por Jesucristo como directora de la humanidad, tiene el doble poder de decretar impedimentos y de dispensar de los que ha establecido cuando lo juzga conveniente.

Este es un dogma de fe. La Iglesia no puede dispensar de los impedimentos que son de derecho natural o divino, como los de parentesco en sus primeros grados.

El establecimiento de los impedimentos decretados por la Iglesia es una obra muy sabia.

Tiene por objeto:

1) conservar las buenas costumbres en las familias;

2) mantener la santidad del Matrimonio;

3) asegurar la salud de los niños.

Se puede obtener dispensa de ciertos impedimento cuando hay razones graves para ello; pero la Iglesia no la concede sin pena, y, en este caso, impone por penitencia una limosna, más o menos considerable, de acuerdo con las facultades de los solicitantes.

Impedimentos matrimoniales:

Para este tema es necesario leer el Código de Derecho Canónigo.
Así también los Dirimentes y los matrimonios mixtos.

Apéndice.

LA VIRGINIDAD CRISTIANA.


La Iglesia, en el Concilio de Trento, ha definido como dogma de fe que la virginidad o celibato es un estado, a la vez más perfecto y más feliz, que el estado de Matrimonio, y que con la Gracia de Dios se puede guardar una inviolable castidad durante toda la vida.

El estado de virginidad es más perfecto, porque:

1) Nos hace más semejantes, a Jesucristo.

2) Imita más la vida de los Santos en el cielo.

3) Nos da mayor libertad para servir a Dios y al prójimo.

Por eso:

un gran número de Santos ha renunciado al Matrimonios a fin de no ocuparse, según el consejo del Apóstol, sino en las cosas de Dios y en el cuidado de hacerse agradables a sus ojos ( I Cor. 7).

¡Qué hermosa es la legión de almas castas que han dedicado a Dios su virginidad!

Ángeles de la oración, unos ofrecen, a Dios, en la soledad del claustro sus vigilias, sus súplicas, sus expiaciones voluntarias, para apartar del mundo culpable los rayos de su justicia.

Ángeles de la caridad, otros son los instrumentos activos y abnegados de la misericordia: alivian todas las miserias, consuelan todas las desventuras, cuidan todas las enfermedades…

III. LA ORACIÓN, SEGUNDO MEDIO PARA OBTENER LAS GRACIAS.

Dios puede comunicarnos sus Gracias, directamente por sí mismo y, a veces, lo hace.

Pero como no quiere salvarnos sin nuestra cooperación, exige que empleemos los medios establecidos por Él para conferirnos su Gracia.
Estos medios son los Sacramentos y la oración.
Los Sacramentos son los canales que nos la transmiten; la oración es la fuerza que la atrae.

1) Naturaleza.

La oración es una elevación de nuestra alma a Dios para cumplir nuestros deberes para con Él y pedirle sus Gracias.

Se distinguen la oración vocal y la oración mental.

La oración mental es la que se hace en, el espíritu y en el corazón, sin recurrir a las palabras.
Es la aplicación de nuestro espíritu y de nuestro corazón a Dios y a las verdades divinas.

La oración eleva el alma de la nada de la criatura hasta Dios Creador.
Es una conversación del hombre con Dios para presentarle homenajes y pedirle gracias.

¿Qué debe el hombre a Dios?

El homenaje de adoración, que consiste en anonadarse, en la presencia de Dios y, en reconocerle como a Primer Principio, Ser Soberano y Fin Último de todas las cosas.

¿Qué debe el hombre a Dios?

El homenaje de acción de Gracias por todo lo que nos ha dado en el Orden Sagrado natural yen el sobrenatural.
Por la oración nosotros rendimos a Dios estos dos grandes homenajes de toda criatura racional.

La oración, en cuanto súplica, Pide perdón por las faltas cometidas, solicita las Gracias necesarias para nosotros y para nuestro prójimo.
La oración es la petición, para nosotros y para nuestro prójimo.

La oración es la petición de un hijo a un padre.
Nada más dulce, nada más suave, nada mas poderoso que la oración.

2) Necesidad de la oración.

La oración es necesaria a los adultos con necesidad de precepto y con necesidad de medio.

A) La oración es necesaria con necesidad de precepto, puesto que Dios nos ordena orar en el primer mandamiento:

“Adorarás al Señor tu Dios”, etc.

Jesucristo ha promulgado la gran ley de la oración:

“Pedid, dice, y se os dará, buscad y hallaréis”, etc.

Hay que orar siempre y no desfallecer nunca en la oración: Oportet semper orare. (Lc. 18, 1).
Y el Salvador no cesa de inculcarnos la obligación de orar, mediante sus enseñanzas y ejemplos.

¿Cómo se puede orar siempre?

Se ora siempre:

1), elevando con frecuencia el espíritu y el corazón a Dios;

2), haciendo todas las cosas con intención de agradarle.

B) La oración es necesaria con necesidad de medio.

No podemos observar la ley de Dios sin el auxilio de la Gracia:
ahora bien, de ordinario no podemos obtener la Gracia sino por la oración.
Tal es, en efecto, la disposición de la divina Providencia, la cual, regularmente, no concede sus dones sino a las súplicas humildes de sus criaturas.

La oración es la moneda de oro que hay que emplear para adquirir la Gracia de Dios.

Se dice a veces:

Dios conoce mis necesidades, ¿por qué le he de rezar?

Dios sabe perfectamente lo que necesitamos, pero, no queriendo tratarnos como seres irracionales, que reciben sin pedir, estableció la ley de la oración, Pedid y se os dará…

Él ha establecido esta ley, para obligarnos a ponernos en comunicación con Él, a adorarle, a darle gracias, a amarle, a hablarle.
En estas conversaciones íntimas nuestra alma se eleva por encima de las cosas de la tierra, se purifica y se hace cada vez más parecida a Dios.

La oración es la que nos hace Santos.

B)EFICACIA Y PODER DE LA ORACIÓN.

La oración es todopoderosa:

puede obtenerlo todo de Dios, no solamente porque glorifica sus divinas perfecciones, sino también porque se apoya en la promesa de Dios y en los méritos de Jesucristo.

Podemos esperarlo todo de Dios porque Él nos ha merecido todos los bienes:
“En verdad, en verdad os digo: todo lo que pidiereis a mi Padre en mi nombre, Él os lo dará” (Jn. 16, 23).

“Todo lo que pidiereis a mi Padre, orando con fe, lo obtendréis” (Mt. 21, 22).

Quien dice todo, nada exceptúa. San Alfonso María de Ligorio concluye:

“El que reza se salva, el que no reza se condena”.

Dios difiere a veces el escucharnos, para probar nuestra fe, para castigar nuestra tibieza y para hacernos más humildes y más fervorosos.

Sucede también que el que pide una gracia obtiene otra mejor que la deseada por él. Dios se porta con nosotros como una madre que niega a su hijo, aunque llore, un arma peligrosa y le calma dándole algo mejor.

Por consiguiente, si no conseguimos siempre lo que pedimos, o es porque rezamos mal, o porque pedimos lo que no conviene para nuestra salvación o, finalmente, porque no tenemos perseverancia.

C) CUALIDADES DE LA ORACIÓN.

Para merecer ser escuchado, la oración debe reunir las siguientes condiciones.

Hay que orar:

a) con atención, es decir, pensar en Dios y en lo que se le pide;

alejar las distracciones para no ocuparse sino en las cosas de Dios;

Las distracciones voluntarias son pecados veniales.

b) Con humildad, es decir, con el sentimiento profundo de nuestra indigencia y de nuestra indignidad:
“Dios resiste a los soberbios y da sus gracias a los humildes” (Sgo. 4, 6). c)

Con confianza, es decir, con la seguridad de que Dios puede concedernos lo que le pedimos, y que quiere concederlo.

La confianza, fundamento de la oración, se basa en las promesas de Dios y en los méritos de Jesucristo.

d) Con perseverancia, es decir, con el sentimiento profundo de nuestras razones, aunque difiera el escucharnos.
Dios lo ha prometido todo a la oración y todo lo concede a la perseverancia.

e) En nombre de Jesucristo.

Como hijos de Adán, no somos dignos de ser escuchados.

Por Jesucristo, Dios nos escucha y nos ama; por sus méritos, podemos obtener la gracia.
Jesucristo es nuestro Mediador, nuestro Abogado ante Dios.

“En Verdad, en verdad os digo: que os dará el Padre todo lo que le pidiereis en mi nombre” (Jn. 16, 23).

D)¿Cuándo hay que orar?

El precepto de la oración obliga:

a) Apenes llegados al uso de razón.

b) Cuando se está fuertemente tentado contra alguna virtud.

c) Cuando se debe recibir algún Sacramento.

d) Cuando se está en peligro de muerte.

e) Frecuentemente durante la vida.

Los buenos cristianos oran con frecuencia, pero particularmente al levantarse y al acostarse, los domingos y los días festivos, antes y después de la comida, en las tentaciones y en los peligros, y al empezar sus principales obras.

Y no dejan nunca de rezar el Rosario diario, la Coronilla a Jesús Misericordioso y la lectura de la Biblia, aunque sea 15 minutos diarios.

Dejar pasar varios días consecutivos sin rezar por la mañana y por la noche nos expone al peligro de perder todo sentimiento de devoción y de caer bien pronto en alguna culpa grave.

E) ¿Por quienes debemos orar?

Debemos orar por todos aquellos que no se hallan en el camino de la salvación y andan en malos pasos o malas companías, porque debemos desear la salvación de todos y procurarla en la medida de nuestras fuerzas.

Debemos orar, particularmente, por nosotros mismos, por nuestros padres y parientes, por aquellos que nos hacen el bien, por nuestros amigos, por la converversión de los pecadores, los estan más alejados de Dios, por los enemigos, por los vivos y difuntos; debemos orar por la Iglesia Católica y por la Patria donde uno vive.

ORACIÓN POR LOS DIFUNTOS.

Numerosos motivos nos invitan a orar por los difuntos:

a) La caridad nos impone el deber de acudir en auxilio de esas almas tan queridas por Dios y con demasiada frecuencia olvidadas.

a) La justicia nos obliga a aliviar a los que sufren por causa nuestra:
nuestros padres que nos han criado, las víctimas de nuestros escándalos, etc.

c) La gratitud nos prescribe socorrer a aquellos que nos hicieron el bien.

d) El interés nos lo manda, porque, orando por los difuntos, nos ganamos poderosos intercesores en el cielo.

“Es, por consiguiente, un santo y laudable pensamiento el orar por los difuntos” (Il Macab. 12, 46).

F) ¿QUÉ BIENES HAY QUE PEDIR EN LA ORACIÓN?

Debemos pedir a Dios los bienes que redundan en gloria suya, en bien nuestro y del prójimo.

“Buscad primero el reino de Dios, y lo demás se os dará, por añadidura” (Mt. 6, 33).

También se pueden pedir bienes temporales como la salud, el éxito en los negocios, etc., con tal que ésto sea para un buen fin, y no sea un impedimento para nuestra salvación eterna, teniendo siempre presente la gloria de Dios y con sumisión a la voluntad divina.

G) PRINCIPALES FÓRMULAS.

Las mejores oraciones vocales son:

el Padrenuestro, el Avemaría, los Actos de fe, esperanza, caridad y contrición, las oraciones litúrgicas de la Iglesia…

La Santa Misa, La Liturgia de las Horas y el Santo Rosario, la Coronilla a Jesús Misericordioso, el Rosario de las Santas Llagas, el Vía Crucis, etc.

La oración individual no basta; hay que orar en familia; es necesaria la oración nacional…

“La oración en común, la oración en la iglesia tiene una eficacia particular. Jesucristo ha prometido estar en medio de los que oran reunidos:
La unión hace la fuerza, y el fervor de los unos suple la tibieza de los otros.

“La oración es la reina del mundo".

Cubierta con humildes vestidos, baja la frente, tendida la mano, protege al mundo con su majestad suplicante.

Ya, sin cesar, del corazón del débil al corazón del fuerte; cuanto de más abajo se eleva su súplica tanto más asegurado está su imperio.

Si un insecto pudiera suplicarnos cuando lo vamos a aplastar, nos conmovería intensamente: Y como no hay nada tan alto como Dios, ninguna oración es tan victoriosa como la que sube a Él” (Lacordaire).

Conclusión final

Tomamos de la obra del abate Moigno, Los esplendores de la fe, la conclusión que saca, de la simple exposición de la religión católica.

Hago constar el hecho de que esta exposición tan sencilla, y tan grave es por sí sola uno de los más brillantes esplendores de la fe, una prueba de la divinidad de la Religión Católica.

Estos misterios tan sublimes para la razón, de los cuales la inteligencia más elevada, la imaginación más activa no hubiera tenido, por sí misma, idea alguna:

¡el Ser divino, Simple, y al mismo tiempo, Infinito, Inmenso!,

¡la Trinidad de personas en la Unidad de naturaleza!,

¡una sola y misma persona, Dios y hombre juntamente!,

¡el Cuerpo, la Sangre, el Alma, la Divinidad de Jesucristo, realmente presentes bajo las apariencias de pan y de vino!, etc.,

estos misterios tan sublimes han sido creídos y lo son todavía, de veintiun siglos a esta parte, por los más grandes genios.
La fe de los grandes hombres de los siglos más ilustrados de la historia era y es la fe ingenua del carbonero: cosa realmente divina: A Domino, factum est istud.

“Estos preceptos tan rigurosos, estas leyes tan severas, estos concejos tan superiores a la naturaleza, han sido aceptados, observados, practicados, desde hace veintiun siglos, por una muchedumbre innumerable de cristianos, frecuentemente santos hasta el heroísmo.

Y aun hoy día, a pesar del relajamiento de las costumbres, millones y millones de cristianos llevan con gusto y santa altivez este yugo tan pesado

¿No es divino? A Domino, factum est istud.

“Estas oraciones tan ingenuas son repetidas, desde hace veintiun siglos, por los labios más elocuentes, más puros, más dulces del linaje humano.

¿No es divino esto?…

“Esta fe cristiana y Católica, tan formidable en sus misterios, tan sublime en sus dogmas, tan austera en su moral, tan heroica en sus virtudes, ha conquistado el mundo y, aún hoy día, llena la tierra; permanece en pie y absolutamente una, cuando en torno suyo cae y se divide hasta lo infinito…

Ahí tenéis el sello de la divinidad”.

Y finalmente; tened en cuenta que el Cielo ha sido creado para tí y los Ángeles, hay un lugar allí esperándote, una enorme mansión solo para tí, es tuyo, si tú no vas al Cielo, quedará allí, vacío para siempre, nadie lo ocupará.

DEO GRATIAS - NIHIL OBSTAT - BARCELONA AÑO DEL SEÑOR DE 1996.

El Decálogo es el código necesario, universal e inmutable del género humano.
Contiene todos los deberes y todos los derechos naturales.
Su observancia labra la felicidad de los hombres, la prosperidad de los pueblos y asegura a cada uno la salvación eterna.
El fin asignado al hombre es la felicidad de ver a Dios en la vida futura. Si quieres entrar en la vida eterna, cumple los mandamientos (Mt.19,17).

Frases y Dichos

Cuando la vida te presente razones para llorar, demuéstrale que tienes mil y una razones para reír. (Español)

La vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa. (Albert Einstein)

Al final, lo que importa no son los años de vida, sino la vida de los años. (Abraham Lincoln)

Así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño, así una vida bien usada causa una dulce muerte. (Leonardo Da Vinci)

Un país, se puede juzgar por la forma en que trata a sus animales. (Mahatma Gandhi)

Si quieres ser sabio, aprende a interrogar razonablemente, a escuchar con atención, a responder serenamente y a callar cuando no tengas nada que decir. (Johann Kaspar Lavater)